Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Tuesday, April 29, 2008

La realidad (A Dita Von Teese, al fin soltera)

Salí de correos despacio, deslizándome entre divino y angustiado, sintiendo un leve vacío en el empeine y cierta dificultad motriz, usual dadas las circunstancias. Procuraba mirarme de reojo en los escaparates, sin pararme nunca del todo, y a veces creía distinguir fugaces destellos rojos y brillantes según caminaba, como discontínuos fogonazos en los que me parecía entrever algún tipo de alfabeto luminoso cuyo significado desconocía, pero cuya existencia daba la sensación de revelarse solo a mi paso, y eso me hacía sentirme especial, único, envidiado y como ocho centímetros más alto. En el cénit de mi paseo por el centro comercial, pensé que recorrer los pasillos de la sección de librería sería un poco como callejear por la zona antigua de cualquier ciudad y la cosa me pareció arriesgada y a la vez romántica y puede que también algo bohemia. Así que cogí las escaleras mecánicas que bajaban al segundo piso y esa fue la puerta de acceso hacia la catástrofe. En un primer instante me situé cómodamente en la fila de personas que descendían agarradas a la barandilla, temiendo que quizá el cambio de nivel pudiera provocarme algún acceso fatal de vértigo; luego me dio miedo pensar que los que iban detrás de mí empezaran a cuchichear y malentendieran la situación, creyéndome uno de tantos depravados que andan sueltos por ahí, así que casi al final del recorrido me volví para ahuyentar las censoras miradas de mis perseguidores, y ese fue mi gran error. Me precipité en la media vuelta, perdí barandilla e intenté agarrarme al bolso de la señora que iba bajando justo delante de mí, pero esta creyó que le estaba robando así que me dio un codazo que me hizo rebotar y me mandó al otro lado, al carril rápido donde choqué de cabeza con el soporte de goma que separa las escaleras de subida con las de bajada. Mareado, indispuesto, indignado y avergonzado intenté forzar al máximo mi salida de las escaleras y, en el último instante, cuando ya me creía a salvo y por fin en tierra firme, metí el tacón de mis flamantes Jimmy Cho rojos de 400 euros en la rendija que se traga la escalera sinfin. Oí un golpe seco, unos gritos y un creciente chirrido mientras el típico olor a motor quemado empezó a invadirlo todo como una neblina acusadora. Alguien llamó a los de seguridad y pensé que me iba a desmayar.

El juego había comenzado en clase de narrativa como una propuesta del profesor Ayuso, que nos instaba a deslexicalizar la realidad para poder transvasar luego las experiencias acumuladas al papel y así lograr que nuestros relatos se desmarcaran del habitual contorno criminalísticoamoroso en el que todos recaíamos una y otra vez. Para deslexicalizar la realidad, nos explicó Ayuso, es necesario desoír las normas básicas, vulnerar el sentido lógico de las cosas, nadar a contracorriente por el río de la vida. Es cierto que su fuerte no eran las metáforas de corte ontológiconatural, pero me sentí muy identificado con su manera de pensar, así que me puse manos a la obra en cuanto llegué a casa. Googleando por ahí, mirando esto y aquello, se me fue el santo al cielo y acabé pululando por las páginas de casi siempre, entre faldas de cuero y botas de altísimo tacón. Como buen fetichista militante, no podía obviar los cantos de sirena del pvc y, en un momento de lucidez, vi claro lo que tenía que hacer. Deslexicalizaría mi realidad luchando contra el pánico absurdo que tenía a que la gente supiera de mis correrías fetichistas: me compraría unos zapatos de mujer. Y eso hice: entré en la página de Jimmy Cho, escogí unos que me gustaran, los pagué y esperé a que me los enviaran por correo. Lo de probármelos a la salida de la estafeta de Los Prados no estaba en el guión, la verdad, pero eran tan preciosos y tan de mi número que me dije: al diablo.






Y ahí estaba yo, completamente lexicalizado, veinte minutos después, sin capacidad alguna de movimiento, con el tobillo atrapado por los zapatos y los zapatos atascados en la escalera mecánica, aguantando las miradas del respetable y los comentarios irónicos del guarda de seguridad, que trataba blandamente de contener al gentío mientras charlaba con el tipo del servicio técnico que acababa de llegar. Uf, pues este motor va a haber que cambiarlo, está pa' tirar, dijo, y va para rato: tengo que aflojar la cinta, sacar los rodillos, subirla de este lado y tratar de sacar el zapato. Ponle una hora, como poco. Lo suyo sería cortar el zapato para que el chaval pueda sacar el pie por lo menos, creo que tengo una sierra de calar en la furgoneta. Ante la posibilidad de que me arruinaran mis Jimmy Cho, cogí al del servicio técnico de la solapa roñosa de su mono y le dije: ni se le ocurra, mi pie y yo nos quedamos, pero el zapato ni me lo toque. Con mi negativa atraje hacia mi lado, hacia la causa escorada por la medioausencia de uno de los tacones, a una parte importante del público, incluso una señora me animó desde la tercera fila: di que sí, hijo, que son preciosos.






¿Y al final?. Pues ya me ve, doctor, al final mi madre no entendió gran cosa de lo que traté de explicarle entre balbuceos, me tiró a la basura mi colección de Nancys góticas y me obligó a tres horas semanales de terapia. Para serle sincero, no creo yo que fuera para armar tanto revuelo, ¿no?.




6 comments:

Anonymous said...

No sólo es con diferencia el blog más gracioso de todos lo que he leido en "despertar(es)", sino que me he sentido profundamente identificada con esa pasión por los zapatos. Nunca he entendido por qué ese complemento en concreto sobre todos los demás, despierta nuestras pasiones más arrebatadas -y cuando digo "nos" me refiero a Imelda Marcos, Sarah Jessica Parker, gran parte del género femenino y la que suscribe-. Sería cosa de estudiarlo, la verdad, por que ese fetichismo fashionista revienta todos los gráficos y las curvas de distribución lógicas.

Mataría por unos Jimmy Cho; no sé qué sería capaz de hacer por calzarme unos Ferragamo. S.

Anonymous said...

Lo más curioso de todo, además de que ése modelo concretamente me tiene total y absolutamente obsesionada, es que parece que hayas visto por un agujerito alguna de las peripecias de ésta humilde correcaminos fiel Murphista de pura cepa.

Que te quiten lo bailao, hermano del fetiche; y no sufras por tu colección de Nancys góticas, tod@s llevamos una dentro...la mía se llama Dita ;p

tipodeincógnito said...

Viniendo de vos, querida S., el piropo se multiplica, gracias. Y, Correcaminos, has puesto de relieve la gran ausencia de este blog. No sé si aún estoy a tiempo -pero qué demonios, el blog es mío y siempre estoy a tiempo- de dedicarle el blog a nuestra musa de musas.

Mireia Sala said...

Y aunque me acabe de despertar, me has hecho reír :) Aún así, no soy una gran admiradora de los zapatos, me obsesiono por el calzado, pero no zapatos.
Quizás es la edad. jaja o no, pero siempre es una excusa.

La reina de la miel said...

Querido, en esa primera foto Dita lleva unos Louboutin, en honor a la exactitud. Pero te perdono, y hasta te atizaría un bofetón enguantado en cuero.

Anonymous said...

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