Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Tuesday, December 18, 2007

Nada importa en todo lo aquí escrito si no es esta dedicatoria: A Marta y a Silvia, en estos momentos de oscuridad, con mis más sinceros cariño y ternura. Y a sus papis, in memoriam.




La nota manuscrita, de carácter urgente y génesis colérica, está fijada en la puerta, con un trozo de cinta adhesiva transparente, por la parte de la calle, justo debajo de la plaquita con nuestro nombre y seña, ocultando la mirilla, cuadriculándola. Y, en mi peor román paladino, reza: Querido ladrón, ingrato, pese yo mañana sobre tu alma y caiga tu espada sin filo. Si me lo hubieras pedido te lo habría dado, lo regalan sobre pedido en el chino de la esquina. Te odia, P. Enemigo del espumillón y alérgico al villancico, mi sentido navideño siempre ha ido en dirección contraria, con gesto de limón y el entrecejo fruncido y la bilis palpitante. Quiere decirse que nunca hemos disfrutado realmente de este conglomerado temporal de turrones y salseras que llega en diciembre, pero empieza a molestar en octubre -un picor, unas luces y otro año al garete-, y a veces se prolonga hasta febrero (Paco, ¿ no crees que deberíamos subir de una vez el arbolito y las luces al trastero? Que el calor está derritiendo las ramas de plástico y me huele la cocina a motorhome de Maclaren hombrepordios) Pero, ay, el motorista me cayó simpático (ese bigotito ralo, esa camisa blanca años cincuenta, esos pantalones invariablemente negros, esa incapacidad átona tan oriental) y se me vino el alma a los pies cuando, detrás del arroz tres delicias y el pollo al curry, me obsequió un feliz 2008 con un precioso calendario chino de bambú lleno de dibujitos animales esquinados y carga histórica por un tubo. Así que, atentando contra mi naturaleza austera, minimalista, monocromática y unidireccional, abracé bien mi calendario de bambú y le fui buscando acomodo entre paredes y azulejos. Al cabo, la navidad me dio una solución: haría como toda esa gente que atiborra sus puertas con christmas y sus ventanas con papanoeles a punto de más infinitivo: sería uno más, al fin. Atravesé mi bambú con un lacito amarillo surgido muy ad hoc de la nada cajonil y, arrollándolo lo mejor posible, lo até torpemente al pomo de la puerta de velázquez seis, para que fuera así bienvenida y salutación a vecinos e invitados: feliz año, oh, forastero, parecía querer decir todas las tardes mi bambú cuando llegaba a casa y lo veía ahí, inamovible, sonriente, zoológico él, prudentemente oriental. Y es que, como bien anotó mi bro al verlo, mi bambú no era un calendario al uso, de esos que se consultan antes de salir como quien pone el canal del tiempo para ver si puede ahorrarse la ropa de abrigo en la maleta, no. Bambú era más oráculo que agenda, vaticinaba en vez de anunciar, pero siempre de modo retrospectivo y muy conciso.






Bambú era así, pero ya no más. Algún desaprensivo hijo de una meretriz se lo ha llevado sin dejar atrás una nota, o una petición de rescate, o un lo siento o tan siquiera el hilo amarillo que yo había usado para colgarlo. Quiero creer que el hurto es obra de algún vecino y que bambú cuelga ahora en la sala marchita de cualquiera de ellos, siendo reclamo para visitas y orgullo para sus nuevos dueños y alegría para todos. ¿Insultaría su recuerdo intentando otro pedido a La gran Muralla para así procurarme un sustituto? ¿Llevarán en cuenta los granmurallenses qué clientes se han llevado ya a casa su calendario correspondiente? ¿Por qué ya nadie usa el imperativo? Sea como fuere, creo que Bambú está triste: le han cortado las alas délficas, ya no pronostica a posteriori, le han cercenado su mayor virtud y ahora luce como otro vulgar trozo de madera con dibujos de monos y gatos y cerdos y gallos.

Thursday, December 13, 2007

Aljor, El quinto Elemento





Julia:


Adelante, pasen, pasen, bienvenidos a Feudalia, la feria medieval definitiva. Soy Julia, su guía. Los señores de Díaz Guindo y Arnáez Somosierra, ¿verdad? Les estaba esperando, ¿me permiten sus billetes? Gracias, es un mero formulismo, como eso de que somos la feria medieval definitiva, me obligan a decirlo, como si hubiera habido alguna otra antes. Además, jamás habrían atravesado el foso de los cocodrilos sin su entrada, claro. En fin, ¿han disfrutado del viaje en carro de bueyes?



Conchi (Señora de Arnáez):


Bueno, guapa, la verdad es que tengo heno hasta en el refajo, no sé, un poco incómodo, ese vaivén, esas carreteras en pésimo estado. Es todo tan gris, ¿verdad, Adolfo?



Adolfo (cruzándose una mirada de complicidad con Ricardo Díaz Guindo):


Fuiste tú la que te empeñaste en pasar unas vacaciones rurales, cariño, ahora no te quejes.


Conchi:


Rural sí, pero no tercermundista. Yo tenía en mente otra cosa, con calefacción y microondas y juegos de mesa, la verdad...


Julia:


Si me hacen el favor, el tiempo apremia y deberíamos empezar la visita. La primera parada es el taller de miniaturistas. Está al otro lado de esta puerta, adelante. Como verán intentamos cuidar hasta el más pequeño detalle, respetando las condiciones de luz, humedad y temperatura que se podían dar en una celda de trabajo de cualquier abadía de la época.


Rosario (Señora de Díaz Guindo):


Pero si hace un frío que pela, tenía que haberme traído el chal, Ricardo, mira que te lo dije. Y esos pobres muchachos ahí inclinados, ¿cómo pueden ver nada? Mira ese, Conchi, si hasta está morado del frío que pasa: cuando acerca la vela al pergamino se le ve el cuello como hinchado.


Julia:

Es la peste, señora, no el frío. Desde aquí no se distinguen bien los bubones pero a ese no le quedarán más de dos días de vida. Una lástima, es uno de nuestros mejores copistas, se sabe la Summa Theologica de Santo Tomás de memoria. Como recordarán, la peste fue la gran epidemia mortal europea entre los siglos XIV y XVIII. Pero no tengan miedo, aquí estamos protegidos, estos pasillos son una especie de burbuja esterilizada, no hay de qué preocuparse. Contamos, además, con un equipo médico de reconocida talla internacional. Y ahora, si me siguen, asistiremos, en la sala contigua, al ajusticiamiento de un hombre, sentenciado a vergüenza pública y al fuego, una condena típica de entonces, por dar culto a dioses paganos.

Conchi (agarrándose a su marido):

Musulmanes, Adolfo, ¡mira!

Adolfo:

Ya los viste en el tríptico que nos enseñó el de la agencia, no sé porqué te escandalizas ahora.

Conchi:

Ya, pero no sé, aquí son como más morenos, más diabólicos, fíjate qué ojos, está claro que es un adorador del demonio. Nos quedaremos a la hoguera, ¿no?

Julia:

No estaba previsto, la verdad, quizá se pierdan la visita del señor de estas tierras a sus vasallos, los ritos de la prima notte, las justas.

Rosario:

¿La prima de quién? ¿Y eso qué es lo que es?

Julia:

La prima notte, la primera noche. Cuando dos de sus siervos se casan, el señor tiene derecho a pasar la primera noche, tras la boda, con la reciente esposa y así poder desvirgarla. ¿No han visto Braveheart? Pues lo mismo.

Rosario:

¿Y los maridos no dicen nada? Ja, como que iba mi Ricardo a dejar que nadie me pusiera una mano encima y menos en la noche de bodas, a que no, Ricardo, díselo, díselo.

Ricardo:

Bueno, mujer, era otra época, otras costumbres, estaban obligados, la muerte les esperaba si osaban oponerse a la voluntad de su señor, tienes que comprender

Rosario:

¿Comprender?, ¿comprender? No tienes una gota de sangre en las venas, ¡melifluo!, que eres un melifluo. Yo me largo. Ven, Conchi, a ver si encontramos algún buenmozo caballero que nos ajuste las cinchas.

Wednesday, December 05, 2007

A Albert, poeta de minorías, también conocido como el tipo que vivía aquí


Volquemos poesía. Tanto tiempo que no navegaba versos que volteo cada página -un decir, lo de volteo, sería más acertado escribir cliqueo- con el estupor torpón de un primerizo en su noche de odas. Recordarás, bro, aquel tiempo de hortalizas en el que nos juntábamos en una de esas mesas enormes de la biblioteca del Milán y yo te enseñaba mis versos y tú fingías encontrar motivos para que siguiera trabajando (puliendo, puliendo era uno de nuestros verbos preferidos entonces, la navaja de limar asperezas) y luego me pedías que te recomendara alguna novela. Cruzabas el pasillo hasta la sección de filología porque nos gustaba una chica morena con cuello cisne que se pasaba las tardes detrás de un inmenso manual de literatura inglesa dieciochesca, y porque en Historia del arte está todo como desangelado y la gente es muy rara. Aún no salías de tu tortuoso noviazgo con pretensiones exclusivistas y desenlace alemán, pero ya en la mirada se te notaba cierto penar -y en la voz amarguras y en los hombros pesadumbres-. Nos conocíamos pero no nos conocíamos y en aquellas mesas entiendo que recomenzó todo: te urgía a Cortázar, a Bryce, a Auster, a que abandonaras un momento a Galdós (siempre tan rectilíneo, tú, convencido de la valía de lo historiográfico, de la necesidad de unas lecturas elementales, de que Azorín, de que las guerras carlistas; decidí tomar cartas en el asunto cuando te vi guardando subrepticiamente un ejemplar de Cartas marruecas en el fondo de tu mochila: cruza el atlántico, ché, te dije) Ahora me cumples treinta años y me da por regalarte una agenda 2008 de la Taschen con motivos hopperianos y este blog de versos y recuerdos.


Frecuentabas al poetastro profesor García M para que te diera una opinión sincera sobre tu antología (Raíces y alas, la he leído, ¿por qué abandonaste la poesía?) y mientras él escurría el bulto, pero te presentaba a Ángel González, yo te instaba a huir de la academicista sombra GarcíaeMeniana porque nada bueno podían hacerle a tus versos ese conglomerado de correveidiles y afectados vates. Lo tuyo es poesía de chigre y melancolía, dije yo alguna vez, de ponme otra copa de ron, Julio, que voy a olvidar a esta zorra a golpe de hielo, vive dios. Y ésa, mal que bien, no la encontramos nunca en los pasillos de nuestra adorada universidad. Quién nos iba a decir entonces que acabaríamos viviendo aquí, a un puñado de metros del 13, donde el café con nicotina te iba quitando las ganas de volver al aulario para asistir a clase de teatro del siglo XX. Dejaste de escribir porque no se subieron al tren en el último segundo para abrazarte con un beso postrero, porque el castillo de las princesas de cuento lo habían derrumbado el frío y la indiferencia y Deutschland, Deutschland; pero, ¿por qué dejaste de escribir, cretino?


Los versos, la vida. Dejé de jugar a ser poeta entre aquellas paredes recién pintadas. Todo olía a nuevo en filología y yo iba de un lado para otro con mi antología de Miguel Hernández y mi mochila de Cacique. Mis manos no se hicieron para volcar poesía, dita sea. Así que un buen día me puse a escribir tontocuentos y primeros capítulos de novelas ropavieja. Aparqué la poesía, la dejé en manos de los que sí sabían: Góngora, Hernández, González, Cernuda, Salinas, Neruda, Benedetti. Precisamente Benedetti, ya ves tú, se enfrentó un día a la típica pregunta de cualquier aprendiz de periodista, Maestro, ¿cómo sería un mundo sin poesía?, contestando mágica, simplemente: Un mundo en prosa. Así se habría de llamar mi novela, pensé entonces, pienso ahora: un mundo en prosa. Y que otro año más le hayan dado el Cervantes a cualquiera. Escribe, tarugo, vuelve al verso retorcido y agónico, rescata las malditas aliteraciones del amor primaveral, intenta renacer el floripondio pastelero del aire suave de pausados giros, que no sea yo el único que recuerde que las saetas de su ausencia, sangran tu nostalgia. Ahora que aún estamos a tiempo de disfrutar esa vida de pedazo de queso y botella de vino, con lumbre y versos, que pergeñamos a fondo durante aquellas tardes de invierno universitario y que ahora parecen tierra, humo, polvo, sombra, nada.












Benedetti, Soneto kitsch a una mengana

Yo/ fulano de mí/ llevo conmigo
tu rostro en cada suerte de la historia.
Tu cuerpo de mengana es una gloria
y por eso al soñar sueño contigo.
Luego/ si el sueño acaba te persigo
soñándote despierto/ es una noria
que rodea tu eco en mi memoria
y te cuenta esos sueños que te digo.
Así/ sin intenciones misteriosas
sé que voy a elegir de buena gana
de mi viejo jardín sólo tus rosas.
De las altas ventanas tu ventana
de los signos de mar tu mar de cosas
y de todo el amor/ tu amor/ mengana