Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Saturday, March 29, 2008

You get me Fievel

Cuando me toca estar malo prefiero vivir en una novela de Salgari que en la vida real: la enfermedad es mucho más interesante en la ficción que en la calle. Si soy uno de los tigres de Mompracem me pueden dejar ko unas inoportunas fiebres, lo cual además de exótico es interesante que te mueres. Uno enferma de fiebres en la selva, rodeado de animales salvajes y de peligros excitantes; una vulgar fiebre, sin embargo, la puedes agarrar en el metro o en el trabajo, la quintaesencia de lo cutre, bien mirado. Yo es que soy un sibarita, sobre todo cuando enfermo, y eso me recuerda dos cosas necesarias que contar sobre mí. Por un lado, desde que mi novia de los 15 años -la primera en orden cronológico, llamémosla Uno- me contagió la mononucleosis, y estuve casi dos meses fuera de combate, mi organismo, más que defenderme, acoge y da cobijo a cualquier tipo de virus que pulule por ahí buscando un agradable cuerpecillo en el que echar raíces. Por otro, hay una frase que me acompaña desde hace tiempo y que siempre repito cuando hablo de mi condición epicúrea; no recuerdo dónde la leí pero sí que se la atribuían a Kafka -aunque no sé si es atribución apócrifa-; la aprendí de memoria porque dice mucho de mí: "los recuerdos bonitos mezclados con algo de tristeza saben mucho mejor, así que en realidad no estoy triste sino que soy un sibarita"


Recuerdo mucho a Uno, sus manías perfeccionistas y su extraño olor y sus excesivamente húmedos besos. Y nunca había escrito nada sobre ella, qué raro. La primera novia, aquellos maravillosos daños. Sigue siendo mi récord sentimental, -este dato también debe decir algo sobre mí-, 363 días de pura montaña rusa que se terminaron aunque ya había regalos de aniversario comprados (entiendo que esos regalos se reutilizaron cuando quedó claro que manejábamos un tiburón muerto; no recuerdo qué hice yo del mío si hubo, ni qué era si efectivamente lo compré. Me parece que a mí me tocaban unos libros y un jersey). Creo que ahora es ginecólogo, o pediatra, médico seguro: ya lo era a los 10 años y nunca dejó de serlo, cada notable en filosofía era un infierno de mediocridad y lágrimas que teníamos que soportar con paciencia los hijos del cinco con cinco y que se interponía como una losa en su camino hacia la facultad de medicina. La despedida fue con gritos y cojines lanzados a la cara. Me quedé como compensación con un par de discos suyos, o de su padre, (después del affaire de los cojines no quise devolvérselos) y uno era -y sigue siéndolo, aún lo conservo- el Abbey Road. Esas cosas no se devuelven.

El caso es que mi relación con Uno empezó a quebrarse el día en el que se enteró que yo estaba en el hospital, aquejado de un severo caso de mononucleosis por su culpa. La mononucleosis por su culpa no la supo asimilar, echó balones fuera, culpó a unos inexistentes vasos mal lavados. El origen de todos mis males febriles fue un poco el final de todas mis relaciones duraderas, y ahora debería extraer una conclusión sanitariosentimental de todo ello, pero que me aspen si lo entiendo. Y no quería hacer un post sobre primeros amores y enfermedades incurables, yo quería hablar sobre Salgari y las lecturas del entonces, la adolescencia recuperada. Pero descubrir que el origen de mis bajas defensas, sentimentales y físicas, reside en el mismo beso, te quita las ganas de viajar con el corsario negro, por mucha Yolanda que le arríe los trinquetes.


Friday, March 28, 2008

Desde que el otro día soñé que era una Q, vivo en una constante desazón que mi médico llama catarro con ínfulas de bronquitis. Sigo yendo a trabajar pero me da la sensación de que la gente cuchichea a mis espaldas y me señalan: estoy en todas las tertulias, soy la comidilla, suscito odios y arcadas por todas partes. La doctora Baelo me dice que son paranoias delirantes propias de un estado febril continuado, pero yo sé lo que creo ver y me parece oír: hay una campaña conspirativa para el total aislamiento de la Q y para coronar a la K, una de esas letras absurdas y melífluas que los validos puedan mangonear a su antojo. Así las cosas, me personé el martes por la tarde en la oficina de registros de patentes y marcas para ver si le podía encasquetar a la Q un copyright de no te menees, y así protegerla contra conspiradores, ácratas y demás fauna titiritera. Inocente y delirante P. Le agradezco al amable funcionario que me atendió sus ímprobos esfuerzos por no descojonarse en mi presencia, aunque juro que las carcajadas se oían desde la calle. Al parecer no puedo registrar una letra sola, las demás se sentirían minusvaloradas, estaría cometiendo una injusticia por omisión.

Mientras intentaba darle esquinazo a mi desesperación evalué mis posibilidades. Lo más certero, pensé, era apostar por una plataforma para la protección de la Q como letra en peligro de extinción. Basándome en las experiencias de una juventud reivindicativa (yo era de los que se manifestaban en pelota picada contra los abrigos de visón) decidí que lo primero era recoger firmas. Así que agarré la sábana más limpia que encontré por casa, la llené de eslogans y consignas llamativas del tipo: Quando te des cuenta, Quizá sea demasiado tarde, y me planté a la entrada de un conocido centro comercial asturiano, dispuesto a dar guerra. Como había desayunado tarde, nada más llegar me acosaron unas inevitables ganas de ir al reservado así que abandoné el centro de operaciones un momento y fui hasta los baños. Al entrar me crucé en la puerta con un antiguo compañero de la facultad. Él hizo como que no me reconocía pero yo estaba seguro: siempre había odiado a este fulano, el típico siempresélarespuesta que se dedicaba en los descansos entreclases a fumar literariamente con las chicas de la clase y a gastar bromas estúpidas y a sentirse el rey de la creación filológica, uno de esos poetastros de salón que se sientan en la zona más concurrida del campus a escribir en su libreta para que todo el mundo vea lo interesante que es y lo genial que sería compartir con él un par de adjetivos, ay, seguro que sus descargas adverbiales son inimitables.


Por un momento olvidé lo que me había llevado allí y le seguí por las galerías del centro comercial, odiándole. Estaba seguro de que había ido al baño a esnifar alguna porquería, así que le odié un rato por drogadicto; luego pensé que las chicas a las que yo frecuentaba últimamente les encantaban los tipos que se movían por ambientes tenebrosos llenos de bolsitas de dos gramos y sobres marrones, así que le envidié por drogadicto también. Al final decidí que no, que no tenía pinta de ser tenebroso, así que necesitaba otro motivo urgente para seguir odiándole. Conté hasta cien y no se me ocurrió nada: él seguía mirando escaparates como quien hace tiempo para acudir a una cita. Habrá quedado con alguna de aquellas melindrosas que lo rodeaban, embelesadas, en los pasillos de la universidad, pensé. Pero esto, más que ayudarme, me creó cierta aprensión, ya que estaba seguro de que mi vida social era mucho menos ajetreada que la suya. Por eso decidí que la chica de la cita había acudido al centro comercial para romper con él y me puse a imaginar el posible diálogo de su ruptura:


Melindrosa: Lo siento, creo que esto no funciona. Lo hemos intentado, pero no va a ningún sitio.

Poetastro: ¡Qué dices! Si nos va fenomenal, estamos en nuestro mejor momento.

Melindrosa: No, eso ya no es así, antes tal vez. Ahora es aburrido. He conocido a otra persona.

Poetastro: ¡Cómo que a otra persona!, ¿A quién?

Melindrosa: No lo conoces, qué más da. El caso es que estoy enamorada y nos vamos a casar.

Poetastro: ¿A casar? Pero si tú odias el matrimonio.

Melindrosa: Contigo, odio el matrimonio contigo, no en general. Es tan distinto a ti.

Poetastro: Pero, no lo entiendo, ¿qué tiene él que yo no tenga?

Melindrosa: No sé, es más...impulsivo, sí, mucho más impulsivo.

Poetastro: ¿Impulsivo? Pero si no hay nadie más impulsivo que yo.

Melindrosa: Tú lo más arriesgado que has hecho en la vida ha sido cambiar de sabor de pasta de dientes.

Poetastro: ¿Y aquel sofá que compré? No me dirás que aquello no fue totalmente impulsivo.

Melindrosa: No lo compraste, te tocó en una rifa

Poetastro: A la que fui impulsivamente.

Melindrosa: Yo te llevé a rastras, no querías ir.

Poetastro: Porque estaba siguiendo otro impulso y...

Melindrosa: Estoy cansada, de verdad. Lo siento pero me voy, lo siento. Espero que seas feliz. Adiós


Iba paladeando la derrota sentimental de mi antiguo compañero de facultad cuando recordé que había dejado mis cosas en la calle: la sábana reivindicativa, los pasquines, el altavoz. Así que di media vuelta y salí corriendo. Al llegar a mi centro operativo no quedaban ni las raspas, se lo habían llevado todo, hasta la fiambrera con los sandwiches de pollo y salsa rosa. Desolado, fui a por el coche: la Q había caído. En el último paso de peatones antes de acceder a la autopista apareció el poetastro; le dejé cruzar y parecía cabizbajo, lloroso, derrotado. Frené unas incipientes ganas de meter la primera y romperle las piernas y pensé que, después de todo, otros habían perdido más. Ese consuelo me permite levantarme por las mañanas, aunque la fiebre aún no ha remitido: no sé si cambiar de médico.



Wednesday, March 26, 2008

El día en el que no paraba de llover

Es una tormenta de algodón, mirarte, pensé, pero la metáfora no me hizo sentir mejor -sé que alguna vez, alguna figura pensada a bocajarro me había hecho sonreír y por eso las usaba ahora indiscriminada y torpemente-, y el mareo me hizo buscar consuelo en la primera farola que pasaba (lo de la farola pasando es otro recurso pero no te lo sé nombrar en este momento deficitario). No faltaron señoras que se santiguaran al verme y me condenaran al infierno necesario de los drogadictos y los funcionarios. La lluvia hacía temblar en los charcos y en los escaparates una versión tan pálida de mí que me inundó cierta congoja hipocondríaca y me imaginé presa paciente de las enfermedades tropicales más incisivas. La posibilidad de procurarme un café con leche calentito fue tomando fuerza a medida que el agua iba penetrando mis ténues defensas camisiles y me arrollaba cuerpo abajo como sudor. Pero no, me iba a venir mejor quedarme quietecito en mi báculo farola un rato más, intentando obviar la tiritona -¿era frío, miedo, anginas, cólera, lepra, desamor?- y apostando por las fuerzas de flaqueza que me conducirían de vuelta a casa en un jurásico y final esfuerzo. Aunque, si me iba, si abandonaba mi defensa y parapeto farolado, si me ausentaba y tú volvías y contigo tu mirada y el algodón sobrecogiente, las bolas de granizo blando sobre mis hombros apagados dejando una suave huella de pelo encrespado, como un paño de angora eléctricamente atraído... Así me sentía yo a veces, seguí pensando, un pelo de angora disparado hacia tu electroestático recuerdo de nube amorfa (nube jirón, nube apagándose en mitad de un cielo estrellado, trocitos de ti metidos entre Sagitario y la Osa Mayor), imposibilitado de otra cosa que no fuera tender hacia ti, toda infinito, como una progresión matemática de todo lo que valgo se deduce multiplicando tu sonrisa por entre las sábanas de mi cuartucho vetústico un sábado cualquiera antes del vermouth con alcampo.





Supongo que alguien encenderá pronto este candil y bajo su luz quedará mi bulto más efectista, más de película de bajo presupuesto, chorreando agua y esperando té. Ya veo las sombras descender y ocupar los edificios y las persianas y las caras de la poca gente que transita, todos bien adosados a las marquesinas para ahuyentar la lluvia que no cesa, lluvia de angora con eléctrica disposición, pergeñada por tu tormenta algodonosa y tu capricho uterino. Porque, pongamos el as de picos pardos ya sobre la mesa, toda esta sopa humana de corriente alterna no sucedería si no te hubieras lanzado a los brazos del primero que dijera para mí, o tal vez sí, hubiera sucedido de igual modo pero con mucho más compás, y con más síntomas, un día fiebre y otro espamos y al final un tono amarillento en la piel y venga esa caja de pino. Y yo creo en las noticias con sordina, en el dolor con caramelos, en que las penas siempre con pan. Qué te hubiera costado fingir lo mucho que odiabas mi manera de adorarte, o el poco espacio que te dejaba para respirar arrollándote con mis brazos locomotores y mis regalos todoacien, o la velocidad quintuplicada con la que me puse a quererte desde el día uno sin esperar a que las típicas tensiones compartidas fueran menguando la calidad de una relación que había nacido moribunda. ¿Qué te costaba mentir? No me gusta la gente que odia la mentira, la mentira es ficción, es mi vida, es este hombre envuelto en una farola de angora a la luz de un viejo candil. Mentir es fundamental así que, por favor, vuelve, miénteme un poco y llévame a comer una de bígaros al Planeta, anda.











boomp3.com

Tuesday, March 25, 2008

The passion of the Luis

Es por este tipo de cosas por las que mi vecino Baxter (aka El hombre primaveral) y servidor de ustedes tienen un deje anglosajón en el alma.





En tosco resumen, es un vídeo de la cadena de deportes inglesa Skysports para que los aficionados ingleses, escoceses, galeses e irlandeses -cuyas selecciones nacionales no se han clasificado para la eurocopa de fútbol- olviden sus decepciones y apoyen a la selección (no digo "española" porque luego se levantan ampollas y se crean recelos de ámbito territorial y no quisiera yo santotomasear). Contiene tres o cuatro perlas desternillantes, sobre todo al final. Particularmente adoro el último medio minuto que, obviando mi penoso inglés, viene a decir que al fin podrás evitar parecer un estúpido al no saberte la letra del himno nacional, porque el español no tiene y que nadie se sentirá defraudado con España ya que respetará las tradiciones británicas en los campeonatos: como ellos siempre la caga. Hoy es un buen día para reír. En realidad claro que no es un anuncio de apoyo a la selección, no olvidéis que estos tipos, La Pérfida Albión, llevan siglos hundiendo nuestros barcos y violando a nuestras mujeres. Pero que el hecho (que esa cadena en cuestión sea la que retransmita los partidos de fútbol de La liga cada semana y no sea más que autopublicidad) no empañe estos dos minutos de magnífico anuncio.

Thursday, March 20, 2008

Canciones para cuando no estás: Velázquez con maletas

Temo a Céfiro esquinado que aún es el invierno aunque sople primavera, me produce uno de esos miedos sin anclaje típicos de la adolescencia o de algunas noches solitarias, un tapón en el píloro y tembleque rotular y algún que otro episodio de insomnio. Me dio miedo en la galería Uffizi cuando lo vimos el año pasado y me lo da siempre que voy a casa de mis padres y lo miro, pues compré el póster para mi madre -su cuadro favorito, eso dice-. Y, aunque parece dejarse raptar, también le teme Cloris o eso quiero advertir, un terror como mueca en su rostro ninfático. Céfiro, el dios del viento del Oeste, que este año llega tarde y aún no nos ha soplado el primer verano, la prima vera. El torrente sanguíneo sigue pausado y tibio, nada retoña bajo las granizadas y los nubarrones, es tiempo de escarcha todavía, de cebolla pobre. Llegará el tiempo de quererte pero el sol está tímido y no se decide a sonar: aunque el viernes se terminara el invierno, parece que recién ha empezado (el de los huesos tampoco hay quien se lo quite de encima).


Así las cosas, hay que tomar decisiones arriesgadas para enderezar el rumbo, para que las nieves glaciares empiecen a derretirse (Por desplumar arcángeles glaciares/ la nevada lilial de esbeltos dientes/ es condenada al llanto de las fuentes/ y al desconsuelo de los manantiales, siempre Miguel). Decido, por ejemplo, dejar de ser Libra para ser un poco Escorpio. Con la excusa de ser vagamente ochomesino, me convenzo de que debería haber venido al mundo en Noviembre pues me gustan las cosas que leo en una página web sobre los hombres escorpión. Y leo: "Es casi seguro que la impresión que produce no es de indiferencia; o la deja a una pensando que es juvenil y dulce, o parece maligno y apasionado"; y leo: "Detrás de su reserva helada hay un enorme caldero de vapor hirviente que continuamente silba y burbujea."; y también leo:"Hay nativos de Escorpio que pueden llevar una existencia espartana en una habitación desnuda, negándose todas las comodidades por alguna oscura razón ascética, pero su verdadera naturaleza es sensual. Normalmente, Escorpio se rodeará de lujos y tenderá a los excesos: en la comida, las drogas, la bebida y... Sí, también en el amor."


Total, que estoy encantado con mi nueva condición aguijonada, y para celebrarlo empiezo la primavera mañana mismo, aunque me granice encima, no pienso esperar a que Céfiro se relaje y tenga la deferencia de aparecer de una vez. Aunque, eso sí, tampoco quiero apartarme demasiado de mis viejas condiciones balanceadas, echaría de menos el fiel y los platillos. Demostrando mi recién estrenada tendencia a los excesos, he estado media tarde trabajando en un viaje veraniego que, velázquez con maletas, nos llevará a centroeuropa en agosto: Viena, Praga, Munich, Liubliana, Ginebra...; un pedazo de viaje de catorce días en cochecitoleré que os iremos desgranando en días venideros y que no tiene límite de plazas: cualquiera que desee apuntarse, razón aquí o allá (en el lado Baxter de la realidad blog). Mientras llega y no el momento de quererte, te echo de menos en canciones y no paro de hacer planes, como el que el 27 de Junio nos llevará a ver a Alanis en Madrid, obligatoria cita. La que no suena es Luz de luna, en versión de Chavela Vargas, aunque tal vez suene mañana. La que sí es Everything, de Alanis mismamente, cuya letra suscribo y escribo, al menos en parte:




I can be an asshole of the grandest kind

I can withhold like it’s going out of style

I can be the moodiest baby that you've ever seen

And you've never met anyone

Who is as positive as I am sometimes

I am the wisest woman you've ever met.

I am the kindest soul with whom you've connected.

I have the bravest heart that you've ever seen

And you've never met anyone

Who's as positive as I am sometimes.

You see everything, you see every part

You see all my light and you love my dark

You dig everything of which I'm ashamed

(...)

You see everything, you see every part

You see all my light and you love my dark

You dig everything of which I'm ashamed

There's not anything to which you can’t relate

And you’re still here

And you’re still here

And you're still here...










En un lugar una mancha

Hay una pequeña mancha de humedad de inexplicable geometría circular bajo el póster de Casablanca que tengo colgado en una de las paredes de mi cuarto. Yo la llamo HAL 9000 y en ocasiones hablamos sobre el sentido de la vida, sobre la desertización de los bosques o sobre la gente que va pasando por aquí. Su bautismo, claro, es parte de mi humilde homenaje a 2001: A Space Odyssey, que cumple cuarenta años estos días. No es que se parezcan demasiado, mi mancha y HAL, pero ambas comparten un punto de locura trasnochada que en parte divierte pero a veces acojona. Cuando me levanto de la cama para ir a trabajar suele recibirme con un tibio hola, P, me alegra verte en tan buen estado esta mañana, P, con su tono más neutro y apático. Creo que no le gusta quedarse sola todo el día y hay una leve emulsión de tristeza en su registro al despedirme hasta la tarde: adiós, P, que tengas un buen día. No le gusta mucho que traiga chicas a casa así que mi vida social se ha ido convirtiendo en un erial onanista con mancha al fondo: HAL intenta estimularme fingiendo voces de actrices conocidas, oh, sí, P, soy tuya, P, pero es incapaz de eliminar el clásico fondo robótico en su voz y al final la líbido se me va por el sumidero, por no hablar del silencio dubitativo cada vez que va a pronunciar mi nombre, como si escogiera, como si yo fuera uno entre muchos, lo que me hace pensar que me es infiel y no sé si Albert tiene algo que ver.

El caso es que anoche, mientras le leía El centinela en voz alta, recordé que el día que murió Stanley Kubrick yo volvía de Galicia en autobús, y no me enteré de su muerte hasta que llegué a Gijón. En la radio del taxi que me llevaba a casa desde la estación dieron la noticia de última hora. Era domingo y llovía, pensé que los grandes siempre se van solos y en domingo y cuando se van, llueve. La chica de radio nacional que leía la noticia no mostró sorpresa o indignación, ni parecía penada o atribulada ,ni tan siquiera molesta por su muerte. Esta madrugada, en su casa de campo de Inglaterra, ha muerto a los setenta años el cineasta americano Stanley Kubrick, leyó o dijo. No me sorprende, ni a HAL -ella parece saber cosas-, que nueve años exactos después se haya ido Arthur C. Clarke, coguionista de 2001 y escritor de los cuentos de los que Kubrick sacó la idea para la película. Lloré sin rabia y sin dolor, pero con pena, lágrimas como gotas que el taxista admiraba de reojo y de las que nada dijo. Por eso le leía El centinela anoche a HAL 9000, como recuerdo a la figura de Arthur C, como póstumo homenaje. Le leí: "Probablemente, en aquellos primeros segundos, ninguna emoción llenó en absoluto mi mente. Luego, sentí una euforia inmensa y una alegría extraña e inexpresable. En realidad, amaba a la Luna, y ahora supe que el moho rastrero de Aristarco y Erastóstenes no había sido la única vida que albergó durante su juventud. El viejo y desacreditado sueño de los primeros exploradores era cierto. A fin de cuentas, había existido una civilización lunar, y yo era el primero que la había encontrado. Haber llegado tal vez con un centenar de millones de años de retraso no me turbaba lo más mínimo. Era suficiente haber podido llegar"

También recordé que esa no fue la última vez que Kubrick me hizo llorar, curiosamente. La segunda, más tierna, fue al final de Inteligencia Artificial, una de las pelis más tristes y subepidérmicamente desgarradoras que he visto en los últimos años. Todo esto le iba contando yo a HAL mientras ella me miraba fija, intensamente con su ojo sin párpado, rojizo y herrumbroso, (Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas, / y en traje de cañón, las parameras/ donde cultiva el hombre raíces y esperanzas/ y llueve sal y esparce calaveras), desprovisto de calor humano, en exceso racional, perturbador, meticuloso. Luego, entre ruiditos de aceptación, hicimos una exégesis en profundidad sobre el cuento y sus repercusiones en el mundo de la ciencia ficción. Ambos convenimos en que C Clarke era un autor mediocre y casi desconocido al que Kubrick había situado en la cima. Echamos de menos a Stanley y prometimos instaurar un ciclo kúbricko de repercusión regional y carácter anual en velázquez seis al que estáis todos formalmente invitados (me dice HAL que ellas deben abstenerse de traer ropa provocativa y de entrar en mi/su cuarto y de hablar conmigo si fuera posible). Seguiremos informando.


"...más recordad, por favor, que esta es sólo una obra de ficción. La verdad, como siempre, será mucho más extraordinaria” (A. C. Clarke)

Sunday, March 16, 2008

No puedo estar sin ti, no hay manera

I could be bounded in a nutshell and count myself king of infinite space
Hamlet, Act 2, Scene 2

Viajo para no hundirme en mi norte, para crear recuerdos lejanos (geográficamente) y poder agarrarme a ellos, para liberar mis pseudópodos y mi curiosidad, para escribir un poco y para conocerte, sobre todo. Meto el universo en una cáscara de nuez roja con ruedas y pegatinas de Easyjet y me voy, abro la ventana y miro y distingo el espacio finito. La cáscara de nuez flota y ha estado en Venecia, en Londres, en Coruña, en Estambul, en Valladolid, en Dubrovnick, en Ferrol, en Madrid, en Vigo, en Florencia, otra vez en Londres, en Atenas, en Santander y en Roma. En apenas catorce meses he viajado más que en 28 años de creerme enraizado e inamovible. Y aún no te conozco, aunque no pueda vivir sin ti.

Del mismo modo que hay canciones que vertebran un disco y son su espina dorsal, su motor, su razón de ser, el eje alrededor del que gira y respira, hay canciones que vertebran viajes. En casa tengo que contar que cogí mis bártulos y me puse en camino porque el Sporting jugaba en Ferrol y había que aprovechar la coyuntura para ir a ver a minibro y articular en torno a eso una linda farra gallega preprimaveral, porque en casa no puedo contar que hicimos seiscientos kilómetros en coche para descubrirnos en una canción, pensarían que estoy más desequilibrado de lo que ya saben que estoy. Este fin de semana, más que nunca, pusimos en práctica el viaje exterior para poder autopsiar nuestros recién liquidados treinta primeros años. Y todo gracias al revival ronáldico que Albert nos ofreció como guía del buen viajero: el último tema de aquel disco es la típica canción por la que merece la pena hacer la maleta y coger un tren hacia cualquier parte.

Y no es que sea la canción más bonita del mundo, pero lo que dice es cierto, habla de mí y hace treinta años que lo padezco: llevas años enredada en mis manos, en mi pelo, en mi cabeza. Y no puedo más, no puedo más. Debería estar cansado de tus manos, de tu pelo, de tus rarezas. Pero quiero más, yo quiero más. No puedo vivir sin ti, no hay manera; no puedo estar sin ti, no hay manera. Seas quien seas.























Tuesday, March 11, 2008

No sé si mis vecinos del tercero tienen en casa un lupanar vespertino o una cooperativa del mueble, pero se pasan las tardes invadiendo el cielo de velázquez seis con sus persistentes ruidos que a veces parecen una sierra cortando madera y otras una cama bailando al son de unas frenéticas caderas. El viernes, además, se les suma el tipo del otro lado del patio de luces, el aprendiz de gaitero, que durante tres horas seguidas ensaya el asturias patria querida con la ventana abierta y un gusto pésimo. Pero sin embargo es a nosotros a quienes odia la comunidad: hace algunas fechas, no sé si lo he contado ya antes, pegaron en nuestra puerta una nota manuscrita firmada, como recién salida de un relato de Poe, por tus, es decir mis, vecinos, en la que nos pedían que abandonásemos la costumbre de bajar la basura a las seis de la mañana o se verían impelidos a tomar medidas contra nosotros, irresponsables y madrugadores hijos de la ficción y el desconsuelo. Amenazas al margen, no sé si la tala indiscriminada de árboles o la cópula desenfrenada y pecuniaria de los del tercero será una respuesta coercitiva hacia nuestras prácticas cívicovecinales, y a veces me dan ganas de subir, cerciorarme, y pedir en compensación, por las molestias, un chifonier de madera de pino o una felación libre de impuestos.El caso es que, en velázquez seis, por las tardes, no hay quien se concentre: llevo unas semanas incapaz de vender una escoba, con varios relatos rondándome que soy incapaz de solidificar. Así, tenía preparada una especie de segunda Cartamor, con la respuesta de la chica de la parada del autobús, pero no he sido capaz de llevarla a buen puerto, se me cierra la puerta al llegar a la mitad del segundo párrafo:


Bastaría con que agotaras una sonrisa en sus preludios, con que la congelaras en alguna zona imprecisa de la garganta y te volvieras mueca; bastaría con que por una vez abandonaras esa necesidad circense tuya bajo la que necesitas enfrentarte al mundo, ataviado de zapatones y flores regadío, y te parapetas, esa pose club de la comedia, esa mueca chaplin, ese falsete chandler bing, ese helicóptero de ademanes, esa mirada de reojo cada vez que rematas un chiste esperando que el tipo de la percusión te ponga la guinda con un dos más uno de bombo y platillo.



La felicidad que teatralmente envidias en una aburrida pareja de domingo manoteando besos en un banco de Los Prados, la que detestas en las relaciones-telenovela, la que aborreces en los novelones decimonónicos tan llenos de silencios y muertes prematuras y amores contrariados, esa felicidad de postal catorce-efe con bombones de licor y pétalos violetas la llevas escrita en tus ojos tan de ternero-esperando-su-turno cuando me miras.


Total, que el único momento ideal para escribir sin interruptus -coitales o arbóreos- es por la noche, a partir de las nueve más o menos. Y lo intento, pero a esa hora estoy que me caigo de sueño, lógico si pensamos que me levanto a las seis cada mañana para bajar la basura a deshora.


Muse, Blackout



Saturday, March 08, 2008

Otro curioso cumpleaños antes del tuyo

Mi excusa es que, prácticamente, todos lo hicimos: había que estar a la moda para evitar que el progreso te arrollara como a un coche desvencijado en mitad de las vías del tren. Mi excusa es que mi bro, al otro lado de la casa, había abierto el suyo, con esa exquisita manera de escoger las fotos que siempre tuvo y, yo, me sentía entre celoso y desangelado. Mi excusa es que hubo un momento, del que estos días se cumplen dos años, en el que creí que podría pilotar un fotolog y salir indemne. La cosa se terminó a los pocos días, pero, entre tanto y no, escribí tres o cuatro cosas interesantes. Todo empezaba un poco así (las fotos, un cuadro de Hopper y otro de Rousseau, y el tema final, Nobody loves me de Portishead, también son de entonces, de aquel tiempo de nata y fresas):


Triángulos: cambiar de pintor favorito es como cambiar de sabor de helado a los cuarenta: parece una gilipollez pero no lo es tanto. De una arista Paul Auster, al otro lado Edward Hopper y en el vértice conexo yo o esa dama que quizá me espera o espera, el rostro paciente y en los labios apenas las uñas que no muerde, solo las roza o lame con la punta de la lengua, notando el sabor del esmalte; de fondo conversaciones que se alejan, la sala vaciándose y en el suelo envoltorios de caramelos, palomitas, una colilla fumada furtivamente. Hoy me he levantado en New York. No sé con quién me acostaré pero mi sabor de helado sigue siendo vainilla.








Y, me parece, el momento álgido llegó un par de días más tarde. Me gustó tanto aquel texto que lo incorporé de inmediato a mi exblog, aquel de la económica melancolía. Sinceramente creo que tiene un hueco aquí, entre notrosotros, dos años después. Felicidades:








Es gracioso si se piensa: cumplimentamos las desgastadas sendas del ir queriéndose con sorprendentes facilidad e impudicia, nos dejamos llevar por los convencionalismos ignorando a sabiendas que todo en el amor está recubierto de trilladas frases vacuas: nos las repetimos constantemente como aferrando nuestra relación a esas demostraciones difusas y oxidadas de cariño y comprensión. Pecamos: cometimos el error de pensar que era cierto, que nosotros no somos como los demás: creímos que nadie antes se había encontrado en Tannhäuser, en Las Soledades, donde habita el olvido, en el palacio de la luna, en Sildavia o en Blade Runner y, cruel fragilidad, que después nadie nunca podría si, al final, se demostraba (nosotros nos negamos a creerlo, recuerda) que fuera a existir un después sin que tú justificaras mi existencia. Era tan fácil imprimir un soneto de Ángel González, envolverlo en una servilleta del Danny's Jazz Club y regalártelo aprovechando que habíamos puesto La Chispa Adecuada y que sospechábamos ser inmortales. También ayudaba el vino cuando dejábamos irse la noche entre risas de manta escocesa y películas de Billy Wilder, las lonchas de salmón ahumado y besarnos las rodillas, creer que al bajar a por el pan Oviedo sería Manhattan. La vida era volver del trabajo cansado y encontrar fuerzas o ganas para verte sin necesidad de cafés por el medio, convencido de que la originalidad era alimento necesario y suficiente, que los que necesitan algo humeante en las manos para poder empezar a contarse el día están locos o son idiotas o no se quieren o ignoran lo que es pasarse la noche en vela repasando las inútiles frases inconexas y tartamudeadas con las que te
pe(r)dí que volvieras; como si fueran a servir ya de algo las dije y luego, abrazado a la almohada cayendo en una última inercia inevitable: tu olor, quería cambiarlas y volver el tiempo atrás y corregir defectos y mejorar tonos y mantener composturas porque, supe, a veces una lágrima se interpone entre lo que deseas y lo que eres. Otras veces, suena el despertador y es tu mano dormida la que lo apaga.








Pero a ti, linda Sandra, te felicitaremos mañana.






Thursday, March 06, 2008

While my guitar gently sheeps

Saldrás del baño en cualquier momento y no sé cómo esperarte, si ponerme el pijama y darle un toque costumbrista al asunto, o buscar la practicidad de los calzoncillos o la sinceridad estática del desnudo. Hace un minuto aún era de noche y por tanto eran válidos los besos y se podían intentar caricias y mezclar, de vez en cuando, con el discurso desapegado y sexual, algunas palabras del inventario empalagoso sin que estuviera en juego tu visión de mí como amante nocturnocasional con copas. Esperabas, como todas, de mí una actitud más bien neutra y confinada, con el aderezo típicamente reservado de quienes conociéndose apenas comparten algo tan íntimo como fluidos y roces; pero yo no soporto esa tibieza verbal tan al uso, esa necesidad de ser cauto y equlibrado y equidistante, como si el sexo fuera cuestión de matemáticas y no de pasiones y apetitos. Y mi desnudez cuesta ese descaro: no puedo estar desnudo sin ser intenso, es para mí una máscara, una bata, un velo con el que me cubro, me tapo, me oculto y a la vez me sincero. Hace un minuto era aún tiempo de orgasmos y me estaban permitidos desmanes gratuitos que ahora, cuando salgas del baño (y ya oigo la cisterna, luego vendrá el grifo y la puerta y el ruido de pisadas por el pasillo y yo estaré nerviosísimo y aún no sé si en calzoncillos o no), debería silenciar.

Como no he abandonado el recinto -muslos del sol, recintos del verano-, para mí sigue siendo noche lo que para ti es un amanecer en casa ajena, y aunque te propusiera un desayuno en El perro verde con tostadas y zumo de pomelo, la cita se habría terminado ya en el momento en el que esquivaste mi último beso (¿habrá sido último, ese beso?) y me preguntaste si podías usar el lavabo, lo otro sería un desayuno con desconocido y tostadas en el que los restos de la noche se irían diluyendo como azucarillo en un termo de café. Pero nunca sé dónde detenerme y te propondré lo del perro verde en cuanto vuelvas a la habitación, aunque la penumbra me deje ver en tus ojos que ya solo piensas en salir de aquí, coger un taxi y llegar a tu casa en las afueras, en ir borrando la cara y los chistes y los flirteos de este desconocido que lo seguirá siendo mañana y tal vez lo vaya a ser siempre. Follar es un juego y yo no estoy preparado aún para ser solo lúdico, quiero verle trascendencia y ánima y consecuencias ontológicas a cada beso, a cada blando mordisco en la zona donde la nuca se confunde con el cuello. Me cuesta discernir entre la farra y la esencia, definitivamente no sé distinguir entre besos y raíces. Oigo ya el agua gotear en la loza y refrescar tu rostro sin afeites que tanto me cautivó anoche y que estuve ponderándote y lamiéndote hasta hace un maldito minuto.

Entonces, sin escuchar aún la puerta del baño, reparo en uno de tus guantes de polipiel azul pálido que reposa sobre mi silla de ordenador, desparejado. Como el otro no está a la vista pienso en la unicidad de los pares, en la soledad del abandono, en lo inservible de los objetos sin complemento y en el fetichismo preponderante. Fue lo primero que me atrajo de ti o lo primero que de ti vi: un guante de polipiel azul pálido fumando un cigarrillo en la puerta del Arde París. No hacía demasiado frío, no tanto como para justificar esos guantes que ya me hablaban de ti y me instaban a vencer mi proverbial timidez y a asaltarte. Me gustaría, ahora que ya sí estás en el pasillo y yo me he puesto una camiseta, que a mi habitación volviera la chica del guante de polipiel y el cigarrillo humeante, a la que le gustó o hizo gracia el fingido tartamudo lleno de ademanes que era yo anoche, con sus referencias de cineclub y sus adjetivos grandilocuentes. Necesito que vuelva la mujer que admitía con deportividad mis excesivos piropos, la que respondía a mis besos con cierta voracidad y se dejaba mecer por las caricias a veces. Sobre todo para no sentirme como un guante de polipiel azul pálido sobre una silla de ordenador en mi cuarto de adán. Es entonces cuando abres la puerta y sonríes.

Wednesday, March 05, 2008

And indeed there was blood

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto,
si en primera persona o en segunda, usando
la tercera del plural o inventando continuamente
normas que no servirán de nada.
Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna,
o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así:
tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo
delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros.
Qué diablos.

(J. Cortázar, Las babas del diablo)



Cómo contar lo que no tiene pies ni cabeza y entonces es solo tronco, nudo solo, segundo párrafo de algo, apenas, y carece de filiación y está huerfanito en mitad de la hoja. Yo soy la hoja, quede claro; pero hoja con ínfulas y ribetes, pergamino a ratos y a ratos hoja de bloc, de blog, milimetrada al compás y rayada (rayas que son rieles que son guías que son miguitas de pan en un camino pedregoso sumamente pulgarcito). Yo soy la hoja y lo que quiero contar está en mitad de mi todo, llámalo cuerpo, esperando la mano de nieve que; pero sin pretensiones -la querencia previa- y sin moraleja final -la invención del filólogo oficinista- no hay fábula; y sin contornos geográficotemporales no hay escenario; y sin diálogos no hay teatro; y sin teatro ni siquiera yo soy relevante. Podría apelar a la magia, en realidad no tengo más remedio que apelar a la magia, pero estoy un tanto cansado de estos artilugios de maestro jedi, elevándolo todo a la enésima potencia de una fuerza invisible que nos rodea y fluye y cambia y ciñe.






Si filmado, este cuento podría empezar en un restaurante japonés de poca monta, en la calle Echegaray, en Madrid, con un chapuzón de sashimi de salmón en una piscina de soja y wasabi; y con el posterior tsunami rojo y grumoso, provocado por dicho chapuzón -y por mi torpeza con los palillos y por la naturaleza resbaladiza del pescado crudo-. O tal vez comenzara frente a una pequeña vitrina donde reposa, diminuto también y perfecto, El beso de Brancusi: habría un hombre en escena del que se vería tan solo un reflejo cristal, unas formas vagamente masculinas, y ese hombre estaría pensando en algo que dijo Albert anoche y que es la frase perfecta para iniciar cualquier cuento: Yo vivía en un cuarto sin ascensor. Vivir en un cuarto sin ascensor es como tener una granja en áfrica o un relato con prolegómenos : uno sabe a qué aferrarse para que el huracán no se te lleve lejos de Kansas.






El caso es que volví a ver a L, ¿saben?. Lógico, que la viera, si se piensa que estaba aparcado en el coche de Fitz al otro lado del portón que delimita su casa, aunque yo no hice nada por verla, ni siquiera tenía previsto bajarme del coche. Hasta que me sentí sangrar. Y así se lo dije a Fitz: voy a sangrar; y ella, que sabe de L y de los apagones y del Soho y de los besos y los llantos, creyó que era una metáfora, una de tantas exageraciones de P. Y entonces mi nariz se convirtió en un surtidor de oro rojo (hay que ver lo sangrientas que se están convirtiendo últimamente estas páginas que gasto recordándote): y de rojo se tiñeron las Ditty Bops en mi camiseta y mis pantalones y Fitz, con la boca abierta de par en par y un mucho de incredulidad en los ojos, me iba inflando a kleenex con una mano mientras con la otra reclinaba el asiento del copiloto para que pudiera salir del coche, no le fuera a manchar también la tapicería. Ese fue el preciso instante que L escogió para salir de casa. Y yo allí, con la nariz salpicante en un pañuelo, sin poder parar de reír porque todo era tan estúpidamente inverosímil, como un apagón en mitad de un beso. Y detrás Albert, que salía en su coche, mirándonos sin entender.




Después de las despedidas, al poco de salir de allí, cesó la hemorragia. Como ya no vivo en un cuarto sin ascensor, me es imposible aferrarme a la realidad cuando estoy en los alrededores de L: mi cuerpo es incapaz y de repente hay apagones. Para salir del complejo residencial en el que vive hay una barrera electrónica, que más bien es una valla, que se abre pulsando un interruptor lateral, que queda lejos del alcance de la ventanilla de cualquier vehículo, así que suele ser tarea del copiloto bajarse del coche y accionar el mecanismo de apertura. Pero como en el universo que comparto con L la electricidad suele brillar por su ausencia, cuando pulsé el botoncito de marras no sucedió nada: lo pulsé mil veces, y nada: era el enésimo apagón entre nosotros, uno especialmente demoníaco que me mantenía encerrado en tus dominios. Volví al coche y le dije a Albert: bro, por dios, sácame de aquí, no puedo más. Pero aún tuvimos que esperar a que llegara el encargado de seguridad para poder franquear la puerta y emprender el camino de regreso a Kansas.