Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Saturday, April 26, 2008

Postales desde el vinilo

No puedo imaginarme un lugar mejor. A veces me despierto a media noche con la sofocante necesidad de tocar arte, de respirar arte, de morder arte, de vivir. Me incorporo, me siento en el borde de la cama y cojo un libro de mi biblioteca, improvisada sobre la cama de invitados que nace desde la mía como una t, como una prolongación, como un recodo, como una esquina. No enciendo la luz todavía: toco el libro, paso mis dedos por el lomo atravesando el polvo, lo huelo, lo abro. Como nunca bajo la persiana soy capaz de distinguir ríos de letras y muchas pausas a la escasa luz de las farolas de la calle. Como no puedo leer a oscuras me imagino que es mi propia novela la que transcurre, una que yo haya escrito o la que alguien escriba sobrevolando mi vida: tocar un libro me hace sentirme más humano, me acerca al mundo que comienza allí donde las farolas vigilan la noche, más allá de la t que es mi cama y mi biblioteca, más allá de todo el polvo acumulado en mi cuarto, en el segundo A de Velázquez seis, el pequeño y desaliñado palacio en el que sueño desde hace casi tres años (nunca había escrito una frase con tantas eñes, pienso, qué maravillosa letra, me digo). Sin mirar el reloj sospecho que son las tres, quizá las cuatro, de la mañana: una hora perfecta para sentirme P.

El arte me envuelve como un torbellino delicado de viento, inofensivamente me vibra la ropa, me revuelve el pelo, me hace temblar. Lo que yo llamo arte, el apasionado momento en el que una canción se hace tuya cuando, en el minuto 2 y 12 segundos, entra el bajo acompañando de fondo, vagamente, a las guitarras principales. Luego vendrá el piano, y los violines, pero aún no, todavía es rock sin apellidos, sin zarandajas sinfónicas. Estoy vivo en una canción, respiro si acaricio un libro, me muero un poco siempre que termina una película de las que enganchan. ¿Qué es la luz de las farolas?. ¿A dónde conduce el camino cuyo prólogo es mi t?. Este cuarto barroco es mi corazón y mi caperuza, mi coraza un poco, mi ternura a veces. Después de dejar el libro de vuelta en su estantería de algodón 100%, levanto la mirada y repaso mis paredes azules. Cada póster es un relato, un trozo de mi vida, una explicación de P, de sus meandros, de sus tortuosas avenidas. Bogart e Ilsa con sombreros, los búhos solitarios del café de Nighthawks, la piazza S Marcos en plena construcción, los protagonistas de una saga espacial y Giovanna Tornabuoni me velan, o quizá me vigilen. El arte me vigila, me sospecha, me atestigua. Mi relación con la luz de las farolas se mueve como dedos punteando una guitarra, a veces caricia, a veces mordisco, a veces me apetece abrir la ventana para despertar a los vecinos con La Barcarola de Offenbach, que quizá os suene de La vida es bella, en ese maravilloso momento en el que Benigni la pone a todo trapo en el gramófono del campo de concentración, buon giorno principessa.

Si estoy en el messenger, mientras espero alguna frase desde el otro lado, pienso que el aviso que te anuncia que P está escribiendo un mensaje podría variar, modificarse de alguna manera, mostrar estados de ánimo, decir por ejemplo: P estaba escribiendo un mensaje pero se lo ha pensado mejor, creyó que lo que iba a contestar era una tontería y borró todo lo que había escrito, ahora está mirando al techo pensando en alguna frase ingeniosa, pero nada le viene a la cabeza, la resaca no le deja pensar con claridad y la fiebre tampoco ayuda: espera un minuto, tal vez vaya a la cocina a tomarse un fluimucil y en el ínterin se le ocurra algo impactante, una de esas frases para la historia; y si no, tampoco pasa nada, solo será un minuto. Pero cosas así nunca suceden, la realidad virtual no para de repetirse como una monotonía cíclica y machacona. La música, los libros y el cine nos hacen salirnos del ciclo por un rato o, mejor, aproximarnos tanto a él que perdamos de vista los bordes, las barandillas y las cúpulas y nos quedemos solo con el mero centro, con la pulpa, con lo que llena y agrede, con la esencia agria de las cosas. He pasado media tarde viendo Almost famous (Dreamworks, 2000), tirado en mi vieja cama en casa de mis padres, con el portátil sobre las rodillas, pensando en la música y en el pasado. Me da cierta pena haberme perdido los 70 y ahora no es plan de volver a los pantalones de pata de elefante, a los chalecos floreados y a los flecos y a las chupas de ante (bueno, a las chupas de ante sí que sería genial volver); ni siquiera tiene sentido drogarse ya, todo eso ha pasado. Vivimos en la época de generación triunfo, en la música de diseño, en la canción de un verano que dura doce interminables pero fugaces meses. Joder, hemos olvidado el rock. Yo no quiero olvidar el rock, no quiero malgastar mi vida...¿por qué necesito ser intenso cada jodido minuto?. Una tardenoche de agosto, sentado en las escaleras que hay justo detrás de la iglesia de San Pedro, viendo atardecer, hablaba con L de todas estas cosas, del tempus fugit, de lo miserable que me sentía a veces al tirar mis mejores minutos a la basura, de que la belleza reside un poco en la fugacidad, en la explosión, en la magnificencia del recuerdo. El sol se estaba ocultando y todo parecía perfecto, una verdadera postal desde el vinilo, sin filo. Entonces me cogió de la mano y me dijo que tenía razón y que aquel momento en particular ya había explotado y que había que empezar con las cañas. Sí: necesito a alguien que me diga cuándo parar para no estirar demasiado lo que podría mancharse si se exprime.






11 comments:

Anonymous said...

En mi humilde opinión, y hablando en un sentido extricamente antropológico, aquello que nos hace humanos y diferentes al resto de las formas de vida que malviven en este demacrado planeta, es la necesidad del arte y de lo divino -aunque parece que se quisiera obviar el hecho de que en su génesis eran "uno e indivisible"-.
Esa necesidad de sentir arte en mitad de la noche es el opuesto especular a la visceral resistencia que nos provoca la dinámica homogeneizadora de la tecnología(que no somos abejas!)
La pulsión de encontrar expresión individual a lo más tracendente de nuestra alma paradógicamente es lo que establece y fortalece nuestros vínculos como especie.
¿Será que al final si eres creyente y no te habías dado cuenta? S.

tipodeincógnito said...

Es mejor el comentario que el blog, voy a tener que darte las llaves para que hagas y deshagas a tu antojo. Además, yo sí creo: creo en Agatha Christie y en Brahms. Y creí que los vínculos como especie se establecían sobre todo mediante los besos con lengua. A veces me gustaría ser abeja.
P

Anonymous said...

Querido P., ójala tuvieras razón: si los besos con legua fuesen la clave, las cumbres entre palestinos e israelies serían mucho más divertidas. Para nuestra desgracia sólo llegan cuando los vínculos ya están establecidos.
Por otro lado, leer a Doña Agatha con fevor religioso no tiene por que ser muy distinto de cantarle una saeta a la Macarena o quemar incienso en honor a Shiva.Lo profano siempre es susceptible de sacralización; lo importante es el gesto de consagrarlo como objeto de culto. Ahí se desvela la necesidad del creyente, su búsqueda de lo divino.
Con cariño, S.

La reina de la miel said...

Pues la vida en la colmena es un aburrimiento, te lo digo yo...

Mireia Sala said...

¿sabes? a mi el arte también me tiene un poco ligada. Partiendo de la base de que el diseño también es arte... me da pereza pensar que no lo es. Confío en diseño como arte. Ya que es el que me va a alimentar en un futuro, espero. Bueno, ese es otro tema...
La cuestión es que el arte, nos tiene ligados, porque es el motor de todo. Joder, nos hace sonreír como bobos, llorar, despreciar...
Mi padre consigue menos emociones en mi.

uhmm me alargo... ademas, que quiero expresar algo y no me sale con palabras hoy!

Anonymous said...

El diseño es más una técnica que un arte, Clementine; se le podría tratar de artesanía en todo caso. Y conste que no empleo ese término para menospreciarlo. El caso es que el diseño (industrial, gráfico... tanto me da) se encuentra supeditado a la función; como la arquitectura. La creatividad y la expresión individual se ven condiconadas por unas reglas de funcionalidad, ergonomía, comunicación, etc., según el caso, como bien sabrás si te dedicas a ello.
El Arte "con mayúsculas" tal y como se entiende hoy en día en occidente, no se sirve más que a sí mismo... y si acaso a la lógica del mercado de los bienes de lujo.
No dudo que en tu tiempo libre creas y te expresas a través de las mismas técnicas en las que te has formado como profesional, pero lo que vas a hacer cuando trabajes como diseñadora no va a ser Arte. Pero aún así yo no preocuparía, ser artista está terriblemente sobrevalorado y el estatus de tu disciplina no afectará a el montante de tu nómina. Mira que bien viven los fontaneros.
Un saludo. S

Mireia Sala said...

uhmm por eso mismo me da pereza pensar en el diseño como arte. Sé que el arte "en mayúsculas" sólo se sirve a si mismo, y es lo que realmente le hace grande, que no parte de premisas ni valores estéticos. Cosa que el diseño sí que hace. Aunque es por eso mismo que a veces pienso que puede llegar a ser arte, porque en el momento en que creas algo tan estético, pulcro, produces una emoción al espectador.
Y considero que en el momento en que una sola imagen o palabra produce una emoción, se acerca, al menos, al arte.

Aún así, el diseño a veces es demasiado frío, estático. Entonces sí que pierde esa esencia.

Supongo que es como todo, y el diseño de una bolsa de patatas no produce emoción, pero quizás sí un simple cartel o una silla.
Es evidente que en el diseño ordinario, no encontramos una intención, un mensaje más allá de "compra".
Posiblemente un diseñador en su tiempo libre sí que cree obras propias, aún así, creará diseño, personal, sin limitaciones, plazos...

No sé si me he explicado, después de todo este rollo!

tipodeincógnito said...

Pues a mí el diseño de las Lays al jamón me provocan emociones que no te cuento, más allá de las de cómprame, cómeme y recicla mis mondas. De todos modos le habéis dado una calidad y una tensión a este humilde blog que jamás había poseído. Gracias.

Anonymous said...

sapristí, llego a los comentarios y de repente me hallo inmerso en un pleno debate, ¿ves lo que provocas, bro? todo es arte en fin, hasta la almohadilla de mi ratón con forma de balón de fútbol.


- ¿y tú qué traes, Melchor?
- Bueno, un poco de oro...
- Maldita sea, habíamos quedado en que compraríamos algo barato, joder yo traigo incienso, Baltasar mirra, ¿y tú oro? es que siempre nos haces lo mismo...

Anonymous said...

por cierto, quién es el director en el vídeo?

tipodeincógnito said...

Si te refieres a la de La Barcarola, el director -según leo por aquí- es un tal Marc Minkowski, un fagotista metido a director de orquesta. Tiene algo siniestro en la manera de mirar, me parece. En fin, eso.