Lo de las fotos se me ocurrió porque mi noviazgo con Natalie Imbruglia no acababa de arrancar, sobre todo por razones físicas -era lógico que, si ella vivía en Australia y yo no, nuestros cuerpos más que confluir, divergieran, y sin confluencias no merece la pena quererse y la pasión es un poco pérdida de tiempo-. Aunque yo estaba muy enamorado, a ella le faltaban aún esos pequeños detalles que vertebran siempre la vida en pareja (seguía sin contestar, por ejemplo, a ninguna de las 714 cartas de amor que le había mandado a su apartado de correos para fans, en Melbourne, y eso me tocaba un poco las pelotas ya que me estaba dejando una pasta en sellos y en tinta para la pluma). Estuve cierto tiempo dándole vueltas y llegué a la conclusión de que esas carencias, que yo achacaba más a la falta de tiempo que al desinterés o a la animadversión, tal vez se debieran a que, pese a que yo me había descrito por escrito un montón de veces, en realidad ella no me había visto nunca -mientras que yo tenía la habitación empapelada con sus fotos-. Claro, deduje, tal vez se piensa que soy uno de esos tíos feos sin vida social que se recluyen en casa y se obsesionan con una tía de la tele. Nada más lejos. Y para demostrarle a Natalie Imbruglia lo equivocada que estaba respecto a mí, me haría un book favorecedor frente al espejo del baño con la cámara del teléfono móvil y le mandaría la exultante resultante por internet dejando, así, vistos para sentencia los cimientos de nuestro futuro y apasionado amor.
Nunca estuve muy versado en leyes, pero lo de mandarle a una tía unas fotos íntimas no reclamadas por internet podía resbalar perezosamente por la frontera del acoso sexual, así que para cubrirme las espaldas me compré un par de cursos de fotografía para principiantes avalados por Annie Leibovitz, con el fin de maquillar las posibles imperfecciones y eliminar cualquier invasión de lo chusco o lo inmoral y así convertir las fotos de un depravado frente al espejo del baño en un corpus de autorretratos no exentos de cierta calidad artística. Fue así como, repasando las texturas con el photoshop, descubrí el cinturón verdoso y estriado que me atraviesa el bajo vientre alrededor de toda la cintura y que se parece a un trozo de queso manchego que lleva en la nevera demasiado tiempo. No me asusté de inmediato, pensando que sería la marca que la goma del bañador habría ido dejando de tanto estar sentado en la silla de la cocina escribiéndole a Natalie que la quería. Luego, con posteriores estudios y toqueteos varios, descubrí que se movía, o palpitaba, y que cambiaba de color según le diera o no directamente la luz del sol. Ahí sí ya me acojoné y pedí cita en mi médico de cabecera, que estaba de vacaciones, así que me asignaron a otro, un tal Paco Pevarelo, que al parecer era foniatra.
Y un lince, porque al segundo vistazo ya me había diagnosticado. Podrías convertirte en una celebridad, si quisieras, Pablo, me dijo Pevarelo. Frente a lo que yo creía no padecía ningún mal, genético o bacteriano, sino que el mío era uno de los apenas veinte casos en todo del mundo de simbiosis entre liquen y humano. En realidad eres un alga, me dijo también. Tal vez por exceso de vida sedentaria, por falta de vitamina C, o por desamor, quién sabe, este liquen se ha adosado a tu exterior pensando que eres un alga y se alimenta frugalmente de ti. Como en toda simbiosis, claro, también sacas provecho de esta sociedad verdosa tan variopinta. Tu misión, ahora, es descubrir qué le sacas tú al liquen, qué te da él que no te den otros, me dijo el doctor Pevarelo finalmente, mientras me mandaba para casa con una piruleta y una tabla de ejercicios. Así que aquí estoy, en mi cuarto, mirándome, tratando de averiguar qué tipo de simbiosis es la mía, o más bien la nuestra, y dejando de pensar poco a poco en Natalie Imbruglia, ya que no sabría cómo contarle todo esto, ni qué le parecería compartirme con un liquen. Bien mirado, casi mejor, no creo que saliera nada bueno de ese morboso trío extraño, quizá hasta fuera botánicofilia y todo.
Todavía no le he puesto nombre, al liquen. Se admiten propuestas.