Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Wednesday, February 27, 2008

la botella entre los pies, las penas viajan en coche

Es cierto que algunas veces (sobre todo al final de la tarde, en ese delicioso momento en el que la caída del sol y mi indefensa miopía desdibuja las caras de la gente convirtiéndolas en posibilidades de ti) me siento en un banco cualquiera del parque y te espero. La absoluta certeza de que no vas a aparecer no disminuye la calidad o la intensidad de mis esperas. Las dignifica, si acaso; me siento como uno de esos poemas verdosos que se componen a la sombra de una botella de orujo, lleno de adverbios y metonimias. A veces llevo un libro y me paso el rato mirando de reojo los pasos que se acercan, revuelven la gravilla, me rozan y se van. Imagino conversaciones de ascensor entre mis zapatos y los zapatos de la gente que camina, que cómo va el tiempo y esas cosas, tiene pinta de ir a llover, ojalá, no sabes la falta que hace Pero aquí no reproduciré ninguna: todos me lo dicen, dialogo fatal.

Te preguntarás con qué derecho te sigo esperando después de doce años, y para qué, y yo te contesto con un verso de Benedetti: enamorarse es un presagio gratis, y te sonrío y, tú, que qué tendrán que ver los presagios en una historia, -la nuestra, la de dos unidades nunca sumandos-, que terminó hace tanto tiempo, en una discoteca de fama regional y localización agreste extramurada, que ni siquiera pudo empezar. Se presagian cosas por venir, encuentros futuribles, tormentas aún no descargadas, lluvias llegaderas; pero uno no puede ir presagiando cosas que no sucedieron en los noventa, no es sano, te deja el hígado fatal. Ahora, en el hoy treintañero que transito, con cada historia que termina y me deja el corazón guiñapo surge una necesidad retrospectiva y patricia (más por lo nominal que por lo nobiliaria) que me sumerge en el alcohol, en el ayer y en el desquicio, un par de días o diez.

Con cada historia que termina se muere una canción, un secreto perdido. Al P de Los Suaves ya no lo conociste porque nació un poco en Vigo. Y también aquí, en los puentes y en las vacaciones de navidad, cuando volvía de la universidad e íbamos con Pedro y Albert a los aparcamientos de Ingenieros, los sábados por la noche, a montar un botellón de maletero y canciones. En el radiocassette del Ax de Pedro siempre sonaban Los Suaves y así las letras se nos fueron metiendo en la laringe, las hacíamos nuestras y las sufríamos, las bebíamos y luego las vomitábamos a voz en grito en medio de La Ruta (cuando Gijón era Gijón y la gente salía por La Ruta) Con cada historia que termina, en fin, creo que me dejaste impedido para las cosas del querer, que nunca enfrentaré otra historia con la misma decisión, con la misma rabia, con la misma pasión adolescente, con la misma falta de prejuicios maduriles. Ni siquiera sé si, en el durante, aquello era amor. Sí sé, sin embargo, que en el después fue todo desamor. Y así vivo, sonriente en la pena y desconociendo metódicamente el amor, esa palabra, si es que existe. Y si no, pues nada.

Yosi bien vale unas letras:


Llueve noche,silencio y frío
y escucho los pasos de las nubes
... por el cielo.
Cae la tarde y también cae el siglo
y caen los clavos de cien cruces
... son recuerdos.
Con cada historia que termina
se muere una canción, un secreto
... perdido.
Y yo vivo al borde de un sueño grande
al borde del sueño del rio
... del olvido.
Perdóname por no dejarte
por quererte y haberte querido
amor... invento del diablo
querer... burla del destino
... dulce castigo.

Grande como un sueño grande
y frío como el invierno vacío
así fué mi vida contigo
así fué aquel loco camino
... sin sentido.

Hay cosas que solo se dicen
con silencio y yo callandome
te las digo
mujer ¿tu que sabes lo que es el
querer?
si ignoras que el hombre es un pobre
... solitario herido.




Tuesday, February 26, 2008

Ka like a wind... If you love me, then love me

Aunque hay infinitos mundos en prosa yo apenas entiendo unos cuantos. Eso me digo a menudo estas semanas, mientras las flores de san valentín amarillean en su improvisado jarrón plástico de dos litros sin cafeína. Pese a que al principio fue agua del grifo, el fondo del jarrón se ha ido enturbiando, -por culpa de las hojas caídas, los restos de áridos y las células muertas-, y ahora es imposible distinguir a su través qué pueda haber al otro lado de la mesa. Del mismo modo, los últimos días del invierno están actuando sobre la realidad, enturbiándola, dejando en su atmósfera un poso cuya opacidad me recuerda un poco a la de mis dos últimas novias: persistente y en extremo oscurecedora. He regado incluso los rayos del sol para fabricar tormentas ficticias de las que broten arcoiris que den por inaugurada la primavera, pero nada: todo sigue estancado y febr(er)il.



En ese estado de lamentable bonhomía climática y agria lucidez sentimental, vuelven a mí las manías del pasado (me gusta anclarme en mis desdichas y navegar por sus aguas estancadas), las lecturas de la primera adolescencia, las citas del entonces. Hay una frase muy querida que memoricé de una novela de A. Christie -Pleamares de la vida, su título- pero que era del acto cuarto de Julio César (la cito tal y como la recuerdo, es una de esas shakesperíadas, tan difíciles de volcar en castellano que aún no he dado con dos traducciones iguales): "Hay una marea en la vida de los hombres, cuya pleamar puede conducirlos a la fortuna. Mas si se descuida el viaje entero, abocado está a perderse entre bajíos y arrecifes. En pleno océano flotando hallamos: precisa aprovechar la corriente mientras fluye o conformarse a ver nuestra empresa fracasar" La frase la pone Shakespeare en boca de Bruto, al comienzo de la escena tercera en la que el parricida intenta convencer a Casio de que atacar es la mejor opción, de que es necesario tomar la iniciativa, decidirse, arriesgar en vez de conformarse a ver cómo se diluyen sus esperanzas y se alejan con la marea. La frase, toda una declaración de intenciones, un auténtico modus vivendi diríase, me acompañó largos años, escrita y reproducida en carpetas y libros. Y no ha sido hasta hace pocas fechas que abandoné mi tediosa timidez de autonauta y me decidí a subirme a la cresta de la ola, parricida de mi cosidad.



Así, en plena vorágine de proyectos inaugurales, la noticia de que han aparecido en México unas cajas, con más de tres mil negativos de las fotos que Robert Capa tomó durante nuestra guerra civil, me ha devuelto a mi vieja intención de novelizar su historia (aunque más bien la historia que siempre quise novelizar fue la de su novia de entonces y también fotógrafo, la insólita Gerda Taro, o quizá Gerta) Releer mi fulgurante y gaseoso comienzo (vid. yo mismo, en este blog mismamente, allá por marzo) y con él inaugurar nuevo blog (vid. blog anexo, otro mundo en prosa), me ha llenado de nuevas ideas, espero poder plasmar alguna que otra. A ver cuánto me dura, en fin.

Tuesday, February 19, 2008

Sunday, February 17, 2008

El hombre que salía demasiado (such is winter, such the joy it brings)


Desde que oí en la tele que se sospecha que Chenoa está teniendo un affaire con uno de los componentes de Andy&Lucas -no importa cuál-, la realidad se ha vuelto insoportable y porosa, como un colador fabricado con cera: todo es torpe, fragmentario, amazacotado, parduzco y apenas retiene información. Tampoco importa si los rumores son ciertos, el mero hecho de que la relacionen con ese fulano la condena al tibio infierno de la mediocridad casposa. Eliminada Leonor -ay- y ahora también Laura, mis posibilidades de hacerme famoso por vía vaginal se reducen drásticamente a cero, porca miseria. ¿Qué me queda?: lo de novelista, pero confío menos en mis dotes narrativas que en mi oído musical. Hablando de música, el otro día me puse a hacer frenética limpieza de campamento y, bajo una docena de camisetas y carátulas de libros, apareció, silencioso y cubierto de polvo, mi viejo violín.


Hacía un puñado de meses que no lo sacaba de su funda así que abrí la cremallera para ver si había mejorado algo mi estilo -creo ciegamente en la ciencia infusa-. Al pasarle la mopa me di cuenta de que Re no estaba. Me sorprendió la velocidad con que la angustia se adueño de mi tracto faríngeo: me costaba respirar porque había visto muchas películas de asesinos sicóticos y temía que uno se hubiera hecho con Re y estuviera esperándome a la vuelta de cualquier esquina de la casa, con la cuerda en tensión, maquinando oscuros planes. Al menos eso era lo que afirma la zona StephenKing de mi cerebro; la zona KarlJung me tilda de fantasioso, de precipitado, de irracional, y me cuenta que el subconsciente intenta enfangar mi opinión sobre Velázquez seis para que me sea más asequible la huida: haciéndome creer que mi casa es capaz de esconder a un asesino insensible y diestro mutilador de violines, mi cerebro pretende destraumatizar la mudanza y es que, amigos y demás especies, parece que al final llega el final y esta semana que comienza tal vez sea la última bajo el techo nevado de Velázquez seis.


Pensar en Chenoa y en asesinos asfixiantes dio al traste con la morfínica sensación de volatilidad que me había dejado la borrachera de ayer. Me encantan los domingos con resaca, en fin, esos que terminan invariablemente en Los Prados con una de palomitas y cena grasienta después de alguna peli mediana. Una de las cosas que echaremos en falta de Oviedo será la proximidad de unos cines con macdonalds a un pequeño paseo de distancia, pero quizá las nuevas vistas y la calefacción gas ciudad nos ayuden a mitigar cualquier principio de amputación hipercolesterólica. De todos modos han sido tantas las mudanzas frustradas en estos meses que prefiero dejar las cajas de cartón aún en el armario, latentes: porque además me invade cierta tristeza de tamaño blog y creo que son muchas las cosas que aún me quedan por contar de Velázquez, en Velázquez, como si el calor confortable fuera a barrer de un plumazo la tristeza que hace girar mi mundoblog. Y qué si desaparecen estas páginas. Quizá comiencen otras, ya lo hice una vez. O tal vez no y me ponga en serio a novelizar la historia que me ronda por la cabeza hace años, un mundo en prosa, y así quizá pueda procurarme fama y dineros ahora que Chenoa tiene un affaire con ese cretino y Leonor es -ay- inalcanzable. Pero lo de la farra es incurable, no me canso de salir.



Thursday, February 14, 2008

In the beginning was an orchyd (A Sandra, one year after)

Yo tenía una plantita en el salón con delirios de grandeza que se llamaba Agustín. La había encontrado en un terraplén lleno de barro y de cascotes a las afueras de Oviedo, detrás de una pequeña nave industrial semiderruida. Era muy tarde y no ponían nada decente en radio3, así que para hacer tiempo mientras llegabas y no, salí del coche y fui dando un paseo hasta el otro lado de la parcela, sorteando medios ladrillos, latas de cerveza arrugadas, bolsas vacías de ruffles y jeringuillas multifunción. Agustín reinaba sobre un remonte del terreno, bien custodiada por una zapatilla de felpa y el tren superior de una muñeca Nancy puedequerubia. Enseguida nos gustamos: qué verde era su talle!, yo la admiraba con arrobo, como una doncella eorlinga miraría a un dios nórdico de los de torso al aire, trenza enmarañada y hacha salpicante. En un fotograma digno de un vídeo musical de Björk alcancé la bolsa de ruffles, la llené con un par de puñados de tierra y piedras y gusanos, destapé los alrededores de Agustín con delicadeza y una cuña de ladrillo a modo de apero y la separé de sus raíces para poder llevarla conmigo. Pensé vagamente en que me habías plantado -oops, quizá no sea muy afortunada esta metáfora vegetal- mientras le abrochaba el cinturón de seguridad y buscaba algo de música campestre para amenizar el viaje. Al llegar a casa me pareció que se había mareado un poco en el trayecto: sus hojas un poco ajadas habían perdido parte de ese fulgor clorofílico que me había impactado a primera vista. En el ascensor me dije que más que una doncella eorlinga yo era una suerte de Principito duplicado (por la anchura) y barbicaótico: hay una plantita, creo que me ha domesticado.

Colocaría -también lo había ido pensando en el coche- preposicionalmente a Agustín sobre la mesa de metacrilato del salón, junto a la pecera, bajo los amplios ventanales, frente a la biblioteca y como soporte habitacional escogería un florero translúcido con nostalgia (la de su historia: había contenido, en origen, una preciosa orquídea que envié en cierta ocasión a otra ciudad como regalo por San Valentín y que me había sido devuelta, marchita, a los diez días, con una nota manuscrita fijada mediante un trozo de celo a una de las hojas amarillentas: destinatario desconocido) El problema, entiendo, comenzó mucho antes de lo de los peces: Agustín crecía hermosa, ramificada, hinchada de agua y savia elaborada, con las nervaduras palpitantes y los tallos recios, robustos, de nudos marineros; no sé en qué momento se endiosó o quizá fueron los influjos de los fantasmas devueltos que habitaban el florero, pero Agustín empezó a orquidiarse, a cambiar de color, a predominar por sobre todas las criaturas que compartían el salón.

La gota, ya digo, que colmó el vaso fue el día en el que regresé a casa para encontrarme a Dudo y a Rosi, mis peces, flotando panza arriba en la superficie de su pecera. No podría jurarlo delante de un tribunal, pero había un rastro como húmedo, goteante, que acercaba la pecera al florero de Agustín quien, por otra parte, disimulaba con sus ramas y retoños mirando por la ventana, buscando un poco de sol de media tarde. No la culpé entonces, cuando aún podía manejar la situación, y no lo hago ahora porque sería inútil. Apenas entro ya en el salón desde que ella se ha adueñado de la zona y campa a sus anchas por las mesas y entre los libros. Yo tenía una plantita en el salón, en fin, y ahora tengo un bosque animado con complejo de dios y autonomía suficiente.
Thor nos pille confesados.

Feliz SV
P


The little shop of horrors, Skid row


Tuesday, February 12, 2008


Adiós Jefe Brody



LOS ANGELES.- El actor Roy Scheider, que alcanzó fama internacional como el jefe de policía Martin Brody en la película de Steven Spielberg 'Tiburón', ha fallecido a los 75 años, informaron fuentes del hospital de la Universidad de Arkansas.


Hooper: [motioning to Brody to get closer to the barrels] Come on Martin! Move, move, move! Brody: I'm not going out there!

Hooper: Beyond the edge of the barrels, go to the end of the barrels! Further out!

Brody: What?

Hooper: Further out!

Brody: Why?

Hooper: Go further out!

Brody: What for?

Hooper: Will you go to the end of the pulpit, please?

Brody: What?

Hooper: Will you just please go to the end of the pulpit!

Brody: What for?

Hooper: I need to have something in the foreground to give it some scale.

Brody: Foreground, my ass!

(...)

Brody: Smile you son of a BITCH.




Farewell and adieu to you, fair Spanish ladies. Farewell and adieu, you ladies of Spain. For we've received orders for to sail back to Boston. And so nevermore shall we see you again.










Monday, February 11, 2008

Nieva a las doce y doce -bioplof-



Un breve revés anímico -pedazo de eufemismo octosilábico, ahí es nada- me ha tenido un poco ausente (más en el plano psíquico que en el físico) estos días, con los apetitos vagos y los brazos desilusionados, reflexivo y parcialmente melancólico, tristoide y con las rodillas gelatinosas, más por la sismología del revés en sí que por algún defecto congénito o adquirido. Ante tamaña perversión del orden lógico de mi sentimentalidad, me armé de pizzas, helado de turrón y botellines de Grimbergen triple, y me dispuse a atravesar el fin de semana en silencio, viendo películas queridas y pensando en mis interioridades más descuidadas y agrestes. Por poner un ejemplo, el viernes -día uno en términos revesianos- conduje la noche con un cucharón en la diestra, un bol de helado de turrón con tropezones marca Carrefour en una bandeja sobre el regazo, y las dos primeras partes del Padrino en el DVD. Me encanta ese momento de la parte primera en el que el productor hollywoodiense se despierta empapado en sangre y con la cabeza de su lindo trotón entre las piernas.





Paladeando mis pequeñas miserias de salón, me acordé de un blog antiquísimo -parece mentira que hayan pasado más de dos años, Bro- de mi vecino Baxter, en el que al son del Don't think twice it's allright de Dylan (y a la vera de la linda foto de Harry Callahan que aquí os adjunto) titulaba: Hoy estoy nevando. Recordaba vagamente los porqués de aquellas nevadas de 2005 y aún así las hice mías y las disparé al futuro con resaca de turrón y de mafia calabresa. El problema de estar nevando, hoy día, es que este futuro es un sitio muy raro donde en enero prima la primavera y uno no puede abismarse a conciencia mientras en el parque de Santullano la gente toma el sol cuando debería estar volando cometas [let's go fly a kite, marypoppins] No me extraña que ya nadie use katiuskas, el invierno ha muerto. Bueno, casi. Velázquez seis es el último reducto invernal ante tanto agujero de ozono y tanta patraña climática, con sus pasillos a diez grados, su vaho, sus qué-poco-gastamos-en-hielo estalactitas. Así que atranqué los ventanales, bajé las persianas, me acortiné y esparcí media bolsa de Cornflakes por el suelo de la cocina a modo de copos. Hoy estoy nevando, me repetía mientras intentaba un muñeco de maíz con la nieve caída, hoy estoy nevando.





El domingo me desperté con las falangetas amoratadas y la sonrisa efervescente. En la calle la primavera no cesaba, pero Velázquez seguía siendo un aislante infranqueable, una nevera persistente, una alacena de maíz con turrón en la que conservar los alimentos, los apetitos, las nostalgias: conservado al vacío, con ser vaho y vacío, la nada hasta la náusea. Fue un día extraño, el domingo, sin motricidad aparente, lo que yo llamo un día protozoo, y no tardó en consumirse: se licuó en lunes, pensé, aunque quizá se haya fusionado en hielo: las paredes frías, mis manos frías, frío el corázon y la pena, fríos. Desde la cama y hasta el almacén, me fui imaginando la retahíla de catástrofes lunáticas que tendría seguro que afrontar porque, siguiendo una vieja costumbre, cuando nievo las cosas nievan conmigo: la carretilla elevadora, congelada, no quiso arrancar, ni el portón entumecido por el frío subirse: el mundo de lo inanimado se alineaba a mi lado tormentoso contra la antinatural tendencia climatológica predominante.



Lo peor de alunecer no fue la linda mañana a cero grados con los parabrisas helados, no; fue que hacia las doce me descubrí disfrutando de un placentero baño de templado sol y que durante unos minutos pude nopensar en mi breve revés anímico. Cuando caí en la cuenta de que estaba nopensando en mi revés, eran las doce y doce (justo las doce y doce, Bro, te acordarás que cuando trabajabas con nosotros esa hora era como mágica, parecía que cada vez que mirábamos la hora en el reloj de Lolo eran las doce y doce y suponíamos que algún día futurible habría de pasar algo esplendoroso y vital a las doce y doce) Luego, al salir a comer, la furgoneta estaba de reparto así que fuimos en mi coche. No pretendo que os lo creáis pero al terminar el Capriccio Italiano de Tchaikovsky, en la radio comenzó a sonar La Primavera, de Las cuatro estaciones de Vivaldi, y mi padre se puso a seguirla torpemente con una especie de tarareo silbante. Mi padre de la mano de Vivaldi después de un baño de tímido sol con parada en las doce y doce fue la estocada definitiva que terminó el invierno y, con él, mi revés breve y anímico.

Tuesday, February 05, 2008

Más allá de la cópula y del trueno

Como agua para chocolate, estos días de corte -y confección- he ido viviendo la realidad con un baño entre melancólico y ochenteril (gracias a Marty, majestad de la miel, puedo hablar de una melancolía retro con cordones don algodón y bonos de colores de discoteca) que me ha dejado, si no de los nervios, un poco trasvolado, con el modo reciénlevantado encendido: el pelo a lo afro y en la boca un pastoso sabor a pérdida de tiempo y a tópico manriqueño. Qué tema de tesis, la noche, de qué maneras se te va metiendo por entre las venas y te induce temores y te provoca obsesiones. Anoche soñé que una ballena gigante bajaba por las escaleras de la biblioteca del milán liquidando a todo hijo de vecino, no sé si en una cruzada contra la incultura. El caso es que luego he estado todo el día recordando viejas batallitas de mis tiempos científicosanitarios, cuando el mundo para mí era del tamaño de un ribosoma y mi libro de cabecera El origen de las especies. Tiempos de Vigo y rosas (recuerdo una especialmente, depositada con mimo al borde de mi cama de hotel recién revuelta, sobre una nota disculpatorioamatoria de mi puño y letra, aunque ahora no la recuerdo verbatim, la nota pero tampoco la rosa, ni qué pude haber hecho para necesitar regalarla y con ella disculparme), que se convirtieron pronto en tiempos de Collige, virgo, rosas

Collige, virgo, rosas
dum flos novas et nova pubes et memor esto aevumsic properare tuum

Coge, niña, las rosas
mientras existe la flor fresca y la nueva juventud y recuerda que así corre tu tiempo

Y recuerda que así corre tu tiempo. Cambié células por corrientes literarias, laboratorios por recitales de poesía y reuniones de green peace por sesiones de cineclub. Y aunque a veces me dan ganas de volver atrás, de coger las rosas de entonces y volver a las disecciones y las bacterias gram negativas, creo que he ganado con el cambio. He contado varias veces, aunque no sé si en este cenáculo, que descubrí Rayuela en mi primer curso en filología, casi recién desembarcado, hace ahora diez años. L, mi casinovia de aquellos días, acababa de dar por finalizada nuestra vaga relación de besos sin sexo -al parecer estaba enamorada del P que también iba a clase y no era yo, del otro P, de p) y yo navegaba por el mundo intentando digerirlo en maratonianas jornadas de biblioteca sin ballena. A las tres y cinco de la tarde, cada día, me asomaba a la ventana para verlos pasar, a L y a P, digo a p, juntos entre muchos, rozándose sin tocarse, gritándome de espaldas y haciendo patente mi soledad bibliotecaria, a la que aún le quedaban cinco horas de martirio mental. Una de aquellas tardes asomantes, en un absurdo acto de rabia y mala leche, agarré el primer libro que encontré a mano -negro, pequeño, pesado, arrojadizo, doloroso seguro- e hice ademán de lanzárselo. Me lo pensé mejor, respiré hondo y volví a mi silla vacía con el libro-arma aún conmigo: aquel libro era Rayuela.

He contado también varias veces -y ahora sí estoy seguro de que ninguna fue entre estas páginas- que aquel libro cambió mi vida, y no sólo por el modo en el que llegó a ella. Cambió mi concepto de entender la literatura y de crearla a veces -plagio, piélago-, y de sentirla siempre. Y la literatura, según he demostrado luego a todas horas, es mi vida; la ficción, que no es real aunque lo parece y pudiera serlo. Ahora, estos días de postillas y betadine, he recordado que así corre del mismo modo mi tiempo, pero que aún puedo recoger otras rosas, rosas como llagas floreciendo sangre. Mientras no sea tarde y hasta que la vida no me sitúe más allá de la cópula y del trueno, puedo.

Sunday, February 03, 2008

Rojo y cristal (para la correcta lectura de este biopic, reprodúzcase el vídeo de youtube al llegar al final del segundo párrafo)

No estoy preocupado. Ahora, al entornar la puerta de la enfermería, pienso en el pequeño revuelo que se armó al otro lado de una puerta distinta, la del baño, no hace ni una hora. Tiene razón Marías cuando escribe que se teme más al enemigo desconocido, al que no se ve y está oculto, al que prevemos como una sombra o una presencia y está parapetado, aguardando. El revuelo fue cosa de unos segundos y estuvo sazonado con unas leves gotas de histerismo y algo de llanto: intenté parecer sereno y calmado cuando les dije que estaba bien, que se tranquilizaran, pese a ver mi sangre desaparenciendo por el desagüe en un torpe remolino -mi sangre no es de película gore de los setenta, pienso, parece agua tintada, fluye y empapa y mancha, mi sangre-. No hay ningún tendón afectado, no ha sido grave, ni esquirlas en los ojos -desgarro de retina, cristalino arañado-, aunque cojeo levemente (me duele un poco, es cierto, pero la cojera la provoca más la venda que me impide doblar bien el pie) y me parezco un poco a Jesús redivivo -estigmas en manos y pies, I only want to say, if there is a way, take this cup away from me for I don't want to taste its poison. Feel it burn me-.

Sigue mi pensamiento bifurcado: aún estoy en el baño, encerrado, con miles de cristales alfombrando el suelo y los pies rojos y la espalda magullada y los nervios extramuros, pero también estoy aquí, cerrando la puerta de la enfermería de urgencias y empezando a cojear hacia la salida. Al fondo, los veo, me esperan mi padre y mi hermana, más tranquilos, sonrientes, aliviados al verme salir sin muletas, ni camillas, ni forzudos enfermeros porteadores u otras ayudas de cámara. Y a medida que avanzo el pasillo se va haciendo más largo y oscuro, se apagan tras mi paso las luces del techo y por los altavoces del hospital empiezan a escucharse los primeros acordes del godfather waltz. Por unos instantes todo el mundo ha desaparecido, nadie me espera al fondo de ese pasillo que no tiene fondo, el vals no llega aún a la mandolina, todo está teñido de cargante melancolía y yo solo soy ese tipo que cojea y ha tenido suerte. ¿De dónde sale esta tristeza entonces?

También hay sitio en mi cabeza para una mañana de sábado, 35 años atrás. Ni mis hermanos ni yo habíamos nacido aún y mis padres -aunque aún no lo eran, padres- vivían en La Coruña, en un adorable piso con terraza cuya puerta acristalada no percató cerrada mi tío, que por entonces tendría unos 5 años, cuando la atravesó corriendo como si fuera un dibujo animado marca Acme. También hubo suerte aquel día, varios fragmentos de cristal se quedaron a escasos milímetros de segar la vida de mi tío que este pasado mes de enero alcanzó los cuarenta y apenas se acuerda de aquella mañana de sábado coruñesa: la sensación sí la recuerda, dice, y un poco la sangre. Sangre y genes que compartimos y derramamos: P a través de la mampara, me parece haber visto un lindo gatito de Cheshire. y la mampara se hizo añicos sobre mí al intentar abrir la puerta para salir de la ducha: desnudo, náufrago, desdeñado y sobre ausente. Lo peor fue ir retirando con el dedo gordo del pie los cristales del suelo para abrir un pequeño camino por el que deslizarme hasta la puerta donde, llantina y preocupación y susto y nervios, se agolpaba mi familia.

Precisamente un cristal, me digo, como el que ayer separaba a ese tipo enamorado en autobús y a la chica hermética: una metáfora linda hecha añicos: quizá atravesar mampara sea la mejor manera de enfrentarse a los fantasmas que habitan al otro lado. Nada más terminar el vals, el pasillo recuperó su antigua anchura y su luminosa asepsia, reaparecieron mi padre y mi hermana todavía sonrientes y aliviados y negando con la cabeza como quien, resignado, comenta: "lo que no te pase a ti" En mis oídos aún resuenan las notas de ese magnífico tema padrínico y creo que sería una manera perfecta de bajar el telón, de dar carpetazo a los primeros treinta años de mi vida; ahora debería llegar el fundido en negro y surgirían los títulos de crédito, salpicados de rojo y esquirla.

Nota mental: tengo que dejar de nacer otra vez.