Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Sunday, August 04, 2013

Y cómo se llamaba la otra pata

Creo que he cambiado de escena favorita de Mary Poppins y me resulta raro no haberme dado cuenta mucho antes y pienso que quizá es porque de un tiempo a esta parte -no vienen al caso los motivos- no paro de verla (entera o fragmentada, sobre todo sus momentos más musicales) y he reparado en cosas que antaño no veía o daba por pueriles o simplemente ignoraba. Mientras que en ese remoto pasado, cuando me tocó verla las primeras veces, adoraba el Jolly Holiday y su coro de granja y su anything for you Mary Poppins, hoy prefiero un momento más gris, más triste, más intimista y mucho más real -acaso es que con los años he perdido fantasía-. Casi ya al final, cuando George Banks lleva de la mano a su familia a volar cometas al parque y cantan el Let`s go fly a kite y se encuentran allí con su jefe del banco y con Bert repartiendo globos, Mary les observa desde un ventanuco de la casa deliberadamente oscuro, hace una mueca a medio camino entre la risa y el llanto y parece que se alegra por el deber cumplido pero a la vez le da pena partir. Ahora está sola en esa casa porque los niños ya no la necesitan y pronto cogerá su paraguas y se irá con el viento a otro lugar pero mientras les ve irse por la acera y reunirse en el parque donde flotan las cometas, y se ríe y se canta, durante un agónico segundo de mueca y suspiro dan ganas de llorar. 


El año que viene se cumplen 50 años del estreno de Mary Poppins y es inevitable pensar en lo viejos que nos hemos hecho. Aún le dará tiempo a Julie Andrews, a la que el cine  ha ido olvidando, a celebrar esa fecha como celebró en 2005 el 40 aniversario de The Sound of music, aunque desde hace dos años seguro que ya no tiene muchas ganas de celebrar nada, desde que se fue Blake Edwards al que seguro recuerda con tristeza todos los días, después de 40 de matrimonio. Supongo que el tiempo solo pasa despacio en Sildavia y que a todos se nos van viendo ya las costuras, como a una película vieja. Incluso a mí, que empecé estas letras hace casi ya 7 años sin saber muy  bien a dónde ir, desvalido y a punto de los treinta, y ahora tengo una familia que me vela y me desvela. Para todos pasa, ese tiempo, pero principalmente para Harrison Ford.


Lo supusimos al ver aquellas imágenes de quinceañero despistado con pendiente diamantino y una Calista esquelética al brazo, pero ahora ya es oficial: Han Solo está muy mayor. Hemos visto 42 esta semana, la última película de baseball y sentimientos, ese género tan accidentado, que nos llega de Hollywood. Poco que decir al margen de que cuenta la historia del primer jugador negro en militar en un equipo de las grandes ligas, los Dodgers de Brooklyn, cuyo innovador y achacoso presidente es Harrison. El emotivo resto ya os lo podéis imaginar pero, si he de quebrar una lanza, diré que podría caer en el melodrama facilón, empantanándose, y no lo hace: si acaso es un poquito larga. Un 6.5 bien resuelto. Mis ídolos se van llenando de polvo. Ni siquiera imagino cómo será su -confirmada- presencia en lo nuevo de Star Wars que cocina la Disney bajo el padrinazgo de J J Abrahams (bendito tu Fringe sobre todas las series), lo que tengo bastante claro es que los días de Han Solo de lanzarse por terraplenes y pilotar naves han quedado ya muy atrás, si acaso lo veo en el papel de hipotético holograma, dando consejos a la joven generación Jedi desde un dispositivo usb. Entre tanto y no, desde aquí optamos por conservarnos en alcohol, a la espera de lo que pasar pueda.