Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Monday, April 14, 2008

Todos los asuntos nos irán mejor jugando juntos

A Juan Ramón Sánchez, Chema el panadero, fallecido el viernes 11 de abril a los 51 años, In memoriam.



Yo también conocí a Ricardo Granate. Fue en el 2004, justo después de mi segunda recaída, en un taller de escritura para pegamentodependientes, subvencionado por el ayuntamiento de Siero, al que acudí aconsejado por mi terapeuta, el doctor Pevarelo, que tenía fundadas esperanzas de que la rutina literaria me ayudara a superar la leve afasia en la que me había dejado mi última sesión inhalatoria de pegamento Imedio. Acuciados por una edad parecida y una memoria televisiva similar hicimos, Ricardo y yo, migas enseguida: participábamos más bien poco en el taller, nunca hacíamos los deberes y nos pasábamos la hora y media rememorando los buenos viejos tiempos, los adorados años ochenta. Fue Granate el primero que me habló de la Academia, en uno de tantas tardes con café a la salida del taller. Si te portas bien, me decía, quizá te lleve alguna vez, creo que encajarías allí. Pero nunca me quedó claro qué pretendía de mí o cómo podía ganarme esa visita, así que me mantenía a la expectativa, le seguía la corriente y le llevaba la mochila cargada de libros que no leía: a mi me encanta leer, no creas, me confesó una vez, pero basta con que me impongan una hoja de ruta para que me pase un año sin abrir un libro. Hasta que una tarde me alcanzó justo en la puerta del taller, me cogió del brazo y me dijo: hoy no hay clase, sígueme. Y yo, ay, le seguí.

La Academia de las palabras compuestas era una organización no gubernamental que había surgido como respuesta a una necesidad dialógica, pero que luego había trascendido convirtiéndose en el último bastión contra la estulticia conversacional generalizada. Lo de las palabras compuestas que le daba nombre al asunto no era más que la punta del iceberg, uno de los muchos temas de trabajo que manejaba la gente de la Academia. Había, según fui leyendo en el dossier que me encasquetaron nada más asomé la cabeza por la puerta, una tendencia bajista en el uso de las palabras compuestas (hazmerreír, correveidile y puntapié eran las más amenazadas) que ellos, en vano, luchaban por repuntar. La desigualdad en la que viven inmersas las haches, la persecución catacúmbica de las ges o el racismo para con las perífrasis adverbiales parecían los puntos más interesantes. Como en toda Academia, me fue explicando Granate mientras me enseñaba las mesas de trabajo y las bibliotecas temáticas, hay un proceso de elección riguroso y una prueba iniciática y selectiva, algo parecido a una tesis de aceptación. En la entrevista les encanté, no podía ser de otra manera, y parloteaban emocionados sobre lo útil que iba a ser yo para el trabajo de campo.

La tesis que defendí -y que me valió la entrada cum laude en la Academia de las palabras compuestas, con explícita felicitación del tribunal- se basaba en el desarrollo lingüístico de una antigua idea mía sobre la composición del corpus de los hablantes: hay, he creído yo siempre, dos tipos de personas en este mundo: los soplanucas y los muerdealmohadas, los que son capaces de crear tendencias y los que solo sirven para continuarlas; a estos últimos, finalizaba yo ante el clamor de los asistentes, es a los que hay que exterminar -dialógicamente hablando, claro-. La idea les pareció tan interesante que me propusieron encabezar el siguiente número de su revista semestral con un artículo en el que describiera al muerdealmohadas tipo y las maneras posibles de acabar con su adocenamiento borreguil. Y fue investigando para ese artículo como di con usted. La dirección salía en google, no hay misterio en ello: Calle de la Mazmorra número siete, sótano; su lema, Damas expertas en la privación del habla, me pareció muy interesante. Y eso era lo que yo venía buscando, Señora, un poco de información para escribir un artículo; el tema este de colgarme bocabajo, inmovilizado con decenas de tiras de cuero, y con el arnés que me está matando, no sé, no lo veo de recibo, qué quiere que le diga. Lo de lamerle las botas, pase, pero me niego terminantemente a tener cualquier contacto sodomita con esa vara de abedul que, por cierto, escuece que no vea, Miss M, así que deje de pegarme, si no le da más.


Un recuerdo para la lágrima




Y otro para la sonrisa



Recordad, hijos míos, cuando fuimos los mejores: no dejéis nunca de ser un poco niños.

4 comments:

La reina de la miel said...

Jajaja, fue leer "hazmerreír" y ya afloró la sonrisa. Gracias, otra vez.

Anonymous said...

Y estaba casado con la actriz que interpretaba a espinete!! que gran pérdida, en fin

Anonymous said...

Tú y tu obsesión con alinearte con los conservadores del leguaje: que si defender la "Q", que si las palabras compuestas... Es adorable.
Pero sigo sin estar de acuerdo con esa división maniquea y a la fuerza simplista del mundo y las gentes que lo habitan. Ni los soplanucas son tan decididos y determinantes, ni los muerdealmohadas tan borreguiles. No hay víctimas, sólo elecciones y preferencias.Una tesis polémica pero difícilmente sostenible. Ahora que si no te gusta el arnés y la mordaza estás en tu derecho.
Divertido el blog, si señor. S.

annabel said...

Pablito lo he pensado y mucho, sobre todo por ser 'coherente'...
Conclusión, prefiero estar entre sombras dando Luz. Una que es generosa
Siempre me llamó más la atención Gala que el otro ¿cómo se llamaba?

Joer con ese, que hay más arneses

:)