Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Friday, September 21, 2007






La irrealidad fluye a borbotones estos días, tanto dentro como fuera de este amasijo de curvas que algunos llaman P. Mientras le daba vueltas a un cuento para niños sobre un spaguetti con ojos llamado Ricardo, me metí en la boca un trozo de pizza cuatro quesos recién horneada, con los consiguientes resultados catastrófico-geológicos: la parte izquierda del cielo de mi paladar comenzó a tomar consistencia de falla de San Andrés a punto de dar a luz al big one. Entre tanto y no, llevo una semana masticando con el lado derecho y no ha sido hasta hoy que empiezo a notar cierta cicatrización fallera. Por otra parte, acaso eslorado por las circunstancias, mi cuerpo empezó a trabajar de más con el lado derecho y los efectos no se han hecho esperar: el sábado, mientras le daba los últimos retoques a mi pequeño botellón casero para amigos de los niños, apliqué tanto estropajo a un vaso de sidra que lo partí en dos, seccionando, además, en el ínterin la zona supraíndica -id est, la que habita en la zona donde el índice se convierte en nudillo, puño de carne- de mi mano derecha. Mientras intentaba superar el hecho de que estaba dilapidando la última noche sanmateita en la sala de cuidados primarios del centro de salud de la lila, pensé que mi vida había dado un giro tan inesperado como inadmisible (aprendería, empero, a comer con la zona derecha de la boca y a masturbarme, espero, con la izquierda) aunque más que giro era torsión.






Así los hechos, también pensé que jugaría mi última carta flirteante allí mismo, con la doctora de guardia encargada de mi caso: empecé a coquetear descaradamente con ella -que, si no guapa, era cuando menos vagamente femenina- y creí que la cosa daba resultado cuando me pidió, dulcemente, que me bajara los vaqueros, corazón. Pero no debía ser mi semana de la suerte: el único contacto epidérmico entre la vagamente femenina doctora y servidor de ustedes fue a través de una aguja hipodérmica de dimensiones tiranosáuricas. Recuerdo tetánico, dijo y cuando me incorporé no pude evitar mirar sus pechos. La noche se me fue entre mareos y mareas -de gente, se entiende-, relatando hasta la náusea cómo me habían sacado desde la catedral en ambulancia, cómo la gente me miraba con cara de ahívaotrocomaetílico, cómo saludaba al personal al pasar con porte regio y baño de sangre.






Total, que es en casos así cuando uno desearía ser estadounidense de pleno derecho. O eso me dije cuando, el pasado miércoles, la Corte del distrito de Douglas, Nebraska, admitió a trámite la querella de Ernie Chambers (a la sazón senador de dicho estado sureño) contra Dios. Pero no contra Dios Williams, un granjero setentón de los de sombrero, paja en los labios y ukelele a juego, no. Contra Dios, el creador, el de te meto un rayo por el culo como pronuncies mi nombre en vano. Brutal. Es decir, ¿por qué no se me había ocurrido a mí antes? Una de las imágenes más recurrentes en velázquez seis cuando las cosas no funcionan, es la de nosotros con el puño en alto mirando al cielo y clamando: ¿es ésto todo lo que sabes hacer? Te quejas, a veces amargamente, piensas: "oye, tío, contente un poco, cabronazo, danos un puto respiro, anda", pero de ahí a querellarte...es simplemente magnífico. Ante la imposibilidad de que Dios se presente en el proceso, se cita a los representantes de "varias religiones, denominaciones, y cultos que, de manera notoria, reconocen ser agentes del demandado y hablan en su representación". ¿No es genial? El demandante reconoce que ha hecho "razonables esfuerzos" para invocar al demandado, con llamados de "manifiéstate, manifiéstate, donde quiera que estés", aunque sin éxito. Ojalá lo empapelen, en fin, y tenga que dar cuentas de todas sus tropelías, abusos y crímenes contra la humanidad.






La ficción sigue adueñándose del mundo, queridos todos, nada se puede hacer para detener su avance.

Monday, September 10, 2007



No abrió el dossier enseguida: esperó a que Matellán diera un par de vueltas por la habitación, encendiera un cigarrillo, tuviera claro lo que iba a decir: Stacey Salazar, dominicana, treinta años, dijo, es la penúltima víctima del violador del diccionario y la única que ha vivido para contarlo, aunque en realidad esto último no es del todo cierto: vivió, vive, pero es incapaz de contar nada: habla, pero su discurso se limita a una serie de palabras sueltas sin sentido aparente. Está todo ahí, doctor. Pájaro, cometa, tenedor, alcoba, dice a veces; aunque otras su carga léxica es algo menor, y dice: adecuado, rojo, vital, volitivo. Está como en una especie de shock postraumático de la que no podemos despertarla, estamos desesperados, doctor, hágase cargo: tenemos que coger a ese cabrón. Me han dicho que quizá usted pueda ayudarnos, que es una especie de curandero de lo lingüístico. ¿Qué dice? Puedo sacarle de aquí, si nos ayuda.






¿Así que ahora soy doctor? Creí que me habían encerrado precisamente por fingir serlo. Pevarelo decidió jugar un poco con aquel tipo: necesitaba resarcirse después de tres meses encerrado en aquella ratonera de dos por dos, vigilando siempre su espalda para el que de la ciento doce no le practicara cualquier tipo de gigantismo anal sin ungüentos ni nada. Abrió el dossier, pasó alguna página con desapego, con desgana, con desidia, incluso con abulia. No sé, dijo después de unos minutos, no se parece a nada que haya visto: me parece improbable que pueda ayudar a esta pobre chica o a usted, Matellán.






No me joda, Pevarelo: todo el mundo dice que es usted el mejor, tómese su tiempo, mire bien las palabras, quizá a usted le digan algo, están anotadas en la última página, ¿ve?: rotulador, cordero, penique, desfibrilador. Pevarelo regresó al dossier y fingió estudiarlo con mayor detenimiento: sí, dijo al fin, qué interesante: cada grupo de palabras pertenece a una categoría, ¿no lo ve? Sustantivos por un lado, adjetivos por otro; aquí adverbios, allá pronombres. Creo que sé lo que le sucede: el trauma -la violación, la paliza, el meñique perdido- ha sido tan grande que su realidad se ha desestructuralizado: comprende el mundo, lo conoce y sabe nombrarlo, pero no establece las relaciones sintácticas necesarias para construir significados completos, aisla cada grupo por separado como si quisiera aislarse a sí misma, huir de todo, no crear lazos. Pudiera ser una variante atípica de la enfermedad de Saussure. Está bien, Matellán, les ayudaré: sáqueme de este agujero.



¿Sasug?, malinterpretó Matellán, ¿quién es? ¿algún médico húngaro, especialista en insuficiencias cognitivas? Pevareló se río y, mientras empezaba a empaquetar sus cosas, dijo: me cae usted bien, Matellán.