Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Thursday, April 03, 2008

El origen de las especias

A Charlton Heston


Mientras espero a que el conglomerado de hormonas que preside la recepción del gimnasio me alcance un formulario de suscripción, me entretengo con la máquina de batidos y alimentos energéticos: siempre que muestro mi adhesión a cualquier organización o cosa me entra hambre y, además, tengo ganas de averiguar a qué sabe una chocolatina de dos euros y medio. El resultado es una adictiva explosión de sabores a mitad de camino entre el cartón y la nuez moscada que me vuelve loco. Como quiera que el señor hormonal sigue abriendo cajas y revolviendo archivadores sin encontrar una solicitud de ingreso, me lanzo a por la segunda chocolatina chocogetic. Es el paraíso, noto la energía corriéndome a raudales por las venas, tengo ganas de saltar, de correr, de escalar el K2 y de ir al baño. Detesto ir al servicio en casa ajena, así que -y aprovechando mi nueva carga energética- salgo corriendo del gimnasio, cruzo la calle y entro en mi portal. En el descansillo hay una turba de gitanos haciendo una mudanza y yo no tengo mucho tiempo que perder: las escaleras parecen mi mejor opción. Subo los escalones de tres en tres con una potencia desconocida, y a la vez que subo pienso que estos gitanos son la quintaesencia de la practicidad: en mi última mudanza me hice polvo la espalda llevando la torre del ordenador en una mano, una bolsa con platos y sartenes en la otra y las llaves en la boca; ellos, por su parte, reúnen medio clan y van subiendo pequeñas porciones de cosas que parecen muebles con una elegancia formicular: el día que reviente el dique de las Tres Gargantas, el gobierno chino haría bien en contratar a varios cientos de gitanos para la contención con sacos terreros. Total que, tras aliviar mis urgencias, me dio pereza bajar hasta el gimnasio otra vez y me dije: hoy no, pero mañana...

La necesidad gimnástica de esta semana no tiene nada que ver con la operación bikini, no se crean, sino más bien con que he leído en una conocida revista de divulgación científica que investigadores de la NASA (Nariz Ajenjo Solipsismo Ajenjo otra vez) sitúan la llegada del hombre a Marte hacia el año 2030. Y pienso que no está nada mal y que si el colesterol o la imprudencia automovilística no me truncan antes, tendré 52 años por entonces: una edad muy maja para ser astronauta y quizá abuelo. La abuelidad la veo más cara, realmente, tendría que ponerme enseguida a traer polluelos al mundo si quiero que en 22 años mis vástagos alumbren una segunda generación de P's, y no estoy yo muy por la labor, aún no. Así que me centraré en lo de ser el marciano original: hay que tener una forma física envidiable para poder soportar todas las fuerzas centrífugas y zarandajas gravitatorias que conlleva salir al espacio, por lo que he pensado viniendo del trabajo que lo mejor es empezar a entrenarse ya. Bueno, tal vez mañana: como ya estoy en casa -y aprovechando que la carrera por velázquez y el alpinismo escaleril me han dado más hambre- me pongo a hacer un poco de arroz, una de mis grandes especialidades. Y eso es de lo que quiero hablar hoy.

Tengo un bote de cristal -que un día contuvo leche condensada y no silencia su pasado láctico: la etiqueta, medio arrancada y medio borrosa, aún es legible- con un poco de azafrán en el armario que hay sobre la campana de mi cocina, detrás del vinagre de módena y del platito con restos de pan rallado. El azafrán -ya embotado- me lo dio mi madre al poco de independizarme, en un acto que tuvo mucho de iniciático, y lo uso levemente en todos mis arroces. El arroz es la expresión enésima de mi vagancia culinaria y de mi incapacidad para las sorpresas (aunque me encanta cocinar detesto que me salgan mal las cosas -la sorpresa-, así que no me muevo de mis dos especialidades, esas que conozco, controlo y domino como nadie: el arroz y los sandwiches mixtos: hago los mejores sandwiches mixtos a este lado del río Nora, con un toque personal y secreto de extra de queso), y lo bordo, el arroz, con una pizca de azafrán -la pizca, esa unidad de medida gastronómica- y dos gotas de tabasco. El ritual azafránico me devuelve un instante, con su rojiza esencia polvorienta, a espacios más exteriores, a territorios vírgenes y marcianos. ¿Podré ser yo un Marco Polo espacial?. Quizá pueda traer de Marte especias, fragancias, sedas maravillosas nunca vistas. Eso voy pensando mientras emulsiono con delicadeza el azafrán sobre mi arroz en sus hervores originales, en el tiempo de la sal y las especias.

3000 años de humanidad sobre mis guisos. Y, ahí fuera, miles de años luz esperándonos. Tantos aventureros y exploradores muertos para que yo azafrane. No sé si azafranar es un verbo de nuevo cuño, de los que aún no han salido de mi cocina, pero si así fuera lo introduciré de polizón en mi segunda novela, a ver si cuaja (ahora solo me queda quitarme de encima la primera, que ya huele a huerto). Después de bullir a conciencia va desapareciendo el agua y retiro la olla del fuego para que repose unos minutos. Son casi las diez y Albert no debería tardar pero no sé si esperarle o cenar solo: estoy cansado y mañana me toca ración doble de gimnasio al salir del curro, para compensar la que hoy he esquivado. Tengo que machacarme bien si quiero, como el sobrino de Fry, ser el marciano original.




4 comments:

Anonymous said...

ánimo, y mañana al gimnasio, o si no, sólo llegarás como mucho a proyecto de Selenita.

Y algún día te retaré a un concurso de mixtos, bro.

Alberto Cuervo-Arango Rodero said...

Doy fe de que,cuando hay arroz en Velázquez 6, las semanas se hacen más cortas. Delicioso.

Hum, ya te veía yo lately abrir con más vigor las puertas...

Vivan los 80

La reina de la miel said...

Oh, el río Nora, qué evocaciones...
Los gimnasios dan miedín: mejor una tabla casera (de queso no, de ejercicios)

Anonymous said...

Es el paraíso, noto la energía corriéndome a raudales por las venas, tengo ganas de saltar, de correr, de escalar el K2 y de ir al baño.
jaaaaa ayyyyjaja Los gitanos, la quinta esencia de la patricidad, jaja qué bueno!!

Tio, Te sales, jaja..qué pelota debo parecer, siempre con buenos mensajes, risas, y poco más que lo dicen todo, a veces me doy asco.(disculpame) Queria empezar a ser un poco más arrebatadora contigo, no sé, decirte, qué malo, tio, no me gusta lo que haces, pero no hallo el momento, o el post conveniente,j aja.. qué asco, de verdad.


Hellye