Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Thursday, May 29, 2008

En la espesa realidad de mi tocador

La cascada era un chorro intermitente de agua templada que caía desde el salto del grifo sobre las formaciones esponjosas que vagaban a la deriva, al capricho de las corrientes jabonosas y los flujos pedestres. Desde la orilla de loza esmaltada, la expedición comandada por el Geyperman hombre-rana se detuvo admirando el espectáculo antinatural que se extendía ante sus ojos, sobreponiéndose a las brumas de vapor y a los ojos enrojecidos por la glicerina. Caía la noche y apenas habían comenzado a parapetarse, aún no habían colocado los sensores de movimiento ni reforzado los puntos estratégicamente más endebles con trampas explosivas; hombre-rana suponía que los gemelos playmobil estarían empezando a inquietarse, que quizá montaran el campamento antes de que volvieran, activando los escudos de fuerza, dejando fuera toda la noche al equipo de reconocimiento. Pero algo en aquel paraje invitaba al deleite, a la contemplación, a la mesura; algo entre los bosques de Wella y Herbal Essences, algo sobre los dispositivos acuíferos de latón, algo. Como movido por un impulso le pidió a Pitufo Poeta, que hacía las veces de mascota y de bufón del grupo, que se subiera a alguno de los riscos esponjosos flotantes y sacara unas fotos. Mientras decidían cuál era el mejor enfoque fotográfico posible, cayó efectivamente la noche. Chewbacca gruñó un par de veces, haciendo notar que ya les había advertido y preocupado por lo que pudiera pasar. Se enfrentaban a una larga noche a la intemperie, lejos de la calentita comodidad del campamento-cama, en mitad de nadie sabía muy bien dónde. Sonó un grito lejano: los animales nocturnos se disponían a pasar a la mesa al otro lado de los portones de madera, más allá de la laguna Bañera.

A la estrecha luz de la luna tocador, contemplaron a los visitantes midiendo sus fuerzas, decidiendo los mejores flancos, planeando los rescates y las torturas. A una señal de Gargamel, una docena de tropas de asalto se internaron en el camino baldosil en formación de a dos, seguidos por Sophie y Sultán que consultaban en su agenda electrónica la posición de los cepos explosivos que rodeaban el campamento improvisado de los visitantes que, confiados y aturdidos por la emulsión Johnson's de colonias frescas que Gargamel había ordenado lanzar desde los hidroaviones, no habían dejado más vigía y, ahora, pagarían por ello. Se trataba de conducir a los prisioneros hasta las cuevas del bidet, al otro lado de la laguna Bañera, donde se encontraba el centro de mando gargamelita. Los maniataron, los amordazaron y los llevaron vendados hasta el camino principal. Allí esperaban los camiones de Cobra, calentando motores. Apenas habían recorrido unos metros cuando se oyó un estruendo en el cielo que hizo temblar árboles, camiones y fluidos en general. Desde los cielos, tronó la voz del dios-mamá, acusadora:

-¿Ya estás otra vez jugando con tus viejos muñecos?. P, hijo, que tienes veintinueve años, por el amor de dios, ¿es que no pretendes madurar nunca?. ¿No piensas dejar atrás los ochenta de una vez?. La cena está lista, acaba ya.

La aventura, largamente planeada en tediosas tardes laborales, se disipaba como el agua burbujeante por el desagüe, mientras Gargamel, Pitufo Poeta, Sophie, Chewbacca y todas las tropas de asalto disponibles, se juntaban en el arcón de los juguetes, a la espera de una mejor ocasión, acechantes, planeando.



Wednesday, May 28, 2008

Efemerízame I

(A partir de hoy, y hasta nuevo aviso, iré colgando en este corchopan todos los textos que, por algún motivo u otro, no superen la censura radiofónica, para que no se pierdan en el país de iré y no te radiaré)

28 de Mayo de 722, Batalla de Covadonga.

Primer soldado: A ver, repítemelo otra vez que no me ha quedado muy claro: ¿por qué tenemos que echar a esta gente de aquí?

Segundo soldado: Porque son hijos del demonio, solo hay que ver sus caras negras y esos ojos que dan miedo. Han traído el mal a nuestras montañas, la desgracia, la muerte.

P s: Bueno, sí, pero también el papel, ¿te acuerdas cuando teníamos que escribir sobre aquellos gruesos pergaminos?

S s: Es verdad, el papel nos lo trajeron los árabes, pero vamos, tampoco es gran cosa, el papel, bah.

P s: Y las acequias y los canales de riego, eso también es cosa suya,la agricultura ha mejorado un montón últimamente, no me lo negarás.

S s: Es cierto, ahora podemos llevar agua a todas partes, aunque eso se le podía haber ocurrido a cualquiera, ya ves tú, sistemas de riego: minucias.

P s: Y el álgebra, y la astronomía, y los mapas y la brújula, la ciencia ha dado un paso de gigante desde que el Al-Andalus habita por aquí.

S s: Vale, está bien, el álgebra, la astronomía, los mapas y la brújula son inventos árabes, pero ¿qué más?, ¿qué más nos han dado?

P s: No sé, nada, nada más.

S s: Exacto! Nada, no nos han dado nada, más que violar a nuestras mujeres y matar a nuestros hijos. Hay que echarlos de aquí cuanto antes.

P s: Bueno, ahora que lo pienso, tienen unos médicos asombrosos, nuestra medicina estaba en pañales antes de que ellos llegaran, un puñado de curanderos y mercachifles formaban nuestro sistema sanitario. Seguro que recuerdas cuando Rosa la de Llanes se rompió una pierna en el bosque, hará un par de meses. Si no llega a ser por aquel médico andalusí, no lo cuenta.

S s: Basta ya! Los echamos porque todos los libros de historia dicen que tenemos que echarlos y punto. Tú agarra bien esa piedra y al primer moreno que pase le abres la cabeza en dos. Hombre ya.



Tuesday, May 27, 2008

Trata de adaptarlo, P, por dios, trata de adaptarlo.

A Sidney Pollack

Este silencio sin excusa pesa sobre mi alma, querido lector, más de lo que soy capaz de echarme en cara, y me ha tenido acogotado mayo entero, inapetente y revuelto, un poco insoportable y con las manos apagadas, rendidas, en pausa prolongada. Me encantaría contarte que he ido aprovechando el tiempo para leer mucho, para ir al cine, para vivir mientras mis cuentos se iban amontonando en el tintero, y en la retina y en el cerebelo. Me encantaría contarte que, como justo hace un año, mis silencios los motiva un inesperado viaje por el adriático en el que se hiciera efectivo aquello de que para contar bien hay que admirar primero. Me encantaría, en fin, justificar mi ausencia con alguna frase categórica y heremítica del tipo: "me he encerrado a terminar mi primera novela, volvemos en septiembre". O que la culpa la tuviera la lluvia. O el Sporting.

Pero no, lo cierto es que desde que me ofrecieron una pequeña colaboración en un programa de radio nocturno, (de ámbito local y audiencia breve), y acepté, perdí la llave que abría mi puertablog, tapiando de paso la entrada al camino que me llevaba hasta ti. Una noche cerré con Juan Jesús Huerta dando sus primeras clases de guitarra y de pronto, no sé bien cómo, han pasado veinte días. Días de mucho y poco, días de nada, de charcos y cortes de pelo, de los que quizá solo se salve el momento en el que escuché mis palabras en la radio, en boca de otro pero mías, mi prosa que es mi voz para los que están lejos, y mi patria. Y si me perdonas, lector, si disculpas mis dislates, mi comportamiento avestruz, mayo habrá merecido la pena. Y que conste que tenía planes para nosotros, pensaba traer mis textos radiofónicos aquí para intercalarlos, y para recordarte que pienso en ti aunque calle. Pero fui incapaz de adaptarlos, perdían fuerza y color y sustancia (aunque quizá no la hubieran tenido nunca) al pasar por el filtro blog y me parecían impropios e injustos y torpes, endebles y vacíos. Ahora creo, sin embargo, que necesitan su propio espacio, no muy lejos de este puñado de papeles que sigo gastando en tu nombre, pero definitivamente otro espacio, y único, cuyo prólogo y final, cuya razón de ser sea mi primera aventura en las ondas, aventura que acaso se prolongue o amplifique, y si es así serás el primero en saberlo.

Y la mordaza se hizo migas por culpa de una frase y una muerte. La frase tuvo su origen en Albert, como casi siempre, y aunque no dijo exactamente lo que yo quise oir, me pareció que todo cobraba sentido de pronto y de nuevo; y lo que quise oir fue: "Además, Yolanda está muy cerca de Bélgica". Y no me importó que intentaran corregirme, ya mi mente gaseosa intentaba averiguar quién podía ser Yolanda y qué hacía tan cerca de Bélgica y porqué, estando tan cerca, no cruzaba la frontera, ¿tenía quizá prohibida la entrada al país, la habrían desterrado o repatriado o condenado a seis décadas de alejamiento nacional?. Todo eran sombras pero supe, en ese entonces sabatino y ovetense supe que Yolanda necesitaba mi tinta para cuajarse y respirar y luchar por regresar a Bélgica, de la que vivía muy cerca pero en la que nunca acababa por entrar. Y esta mañana, una muerte, la de Sidney Pollack, casi me obliga a fingir una de tantas gripes febriles, (en mí es lo normal), para quedarme en casa a escribir, para contar mi historia con mayo y dedicarle unas líneas a Pollack y ventilar todo esto un poco, para tirar abajo los muros que me alejaban de ti, lector, querido lector, después de veinte días de radio, silencio y lluvia.






I had a farm in Africa, at the foot of the Ngong hills. The Equator runs across this highlands, a hundred miles to the North, and the farm lay at an altitude of over six thousand feet. In the day-time you felt that you have got high up, near to the sun, but the early mornings and evenings were limpid and restful, and the nights were cold. (Isak Dinesen, Out of Africa)

Tuesday, May 06, 2008

En ocasiones veo huertos

A Juan Jesús Huerta la noticia de que lo jubilaban le llegó en un momento horrible y por carta certificada. Llena de timbres, sellos y estampas gubernamentales, la carta era más bien un sobre grande donde se le daban órdenes, instrucciones y consejos. Acababa de cumplir 52 y, aunque había dedicado toda su vida a la agricultura y conocía los rigores del cultivo rotacional y cómo se las gastaban los próceres de la patria en asuntos agrarios, la resolución 2/97, aprobada por la cámara europea, que le condenaba a un barbecho obligatorio de seis años, le había pillado totalmente desprevenido y con los papeles del divorcio aún calentitos sobre la encimera de la cocina. Después de varias décadas de bonhomía vegetal, pensó, la vida parece darme al fin la espalda. Para colmo, el tractor era el único quitapenas eficaz que conocía: ¿cómo iba a evitar ahora pensar cada segundo en Julia?.

Así que hizo lo que le pedían el cuerpo, el tractor y la campiña -por no hablar de los cuatro temporeros simpapeles que tenía viviendo en un sótano oculto en el cobertizo, al que se accedía mediante una falsa alcantarilla sobrevolada de paja y estiércol-: desoyó las amenazas, las recomendaciones, los avisos admonitorios, los el satélite agrosat muestra una actividad impropia en sus parcelas, señor Huerta, y siguió arando como si no fuera con él la cosa. Por las noches, cuando echar de menos a Julia se hacía insoportable, y se mezclaba con el dolor de espalda arrojando una resultante pastosa y melancólica, salía al porche, se sentaba ahorcajadas en una silla de cocina y dejaba pasar las primeras horas de la madrugada tiritando estrellas y planeando siembras. Una de esas noches de morriña agrícola se durmió sobre el respaldo de la silla de cocina y el amanecer le sorprendió con una tortícolis galopante y una visita inesperada, automovilística y monocroma. Desde su retorcida (por el dolor) realidad, el vehículo aparcado frente a su casa hacía unos cuatro metros que había dejado de ser un utilitario, era negro y relucía. De su interior, aunque esto ya eran inferencias con tortícolis, habían salido tres tipos largos y anchos, empotrados, gafapásticos y con simpáticos trajes color pistacho y mocasines. Cuchicheaban, señalándole, aunque al ver que se había despertado, el de la derecha subió la voz y dijo: Huerta, le dijimos que no cultivara usted más, hombre, ¿tan difícil le resultaba cumplir con su deber y aceptar la 2/97?. Ay, suspiró, y le hizo una seña al tercer hombre, que se había situado estratégicamente detrás de Huerta. Después de oir el crunch, y aunque era evidente que el hombre desplomado sobre su porche no le escuchaba, añadió: mire lo que nos obliga a hacer.


No estaba acostumbrado a despertarse dos veces al día así que, cuando abrió los ojos, Juan Jesús Huerta pensó que la visita gubernamental y violenta de color pistacho había sido un mal sueño. Luego vino el dolor de cabeza, el olor a sangre seca y los tres pares de pies mocasinados que lo miraban desde el sofá grande. Estaba maniatado, tendido en el suelo, bocabajo, chupando alfombra. Gafapástico vozcantante volvió a tomar la palabra: y bien, Huerta, ¿qué vamos a hacer con usted?. A esos tipos que tenía burdamente escondidos bajo una bala de paja ya los hemos despachado, pero usted podría sernos útil más adelante. Balbuceante, Huerta expuso sus motivos, habló de las nostalgias, de su exmujer, del tractor, de sus vacíos. Al terminar, una bruma de comprensión y empatía se había acomodado en el salón, entre los hombres de pistacho. Está claro que lo que necesita es un hobby, Huerta, dijo vozcantante mientras los pistachosilenciosos le desataban y le sacaban al porche, y nosotros se lo vamos a proporcionar. Ante las confusas protestas de Huerta, los pistachosilenciosos le fueron arrancando la ropa sin apenas cuidado, hasta dejarle en calzoncillos. Traed el 14b, ordenó vozcantante, nos irá de perlas. Los mudos ayudantes fueron hasta el maletero de aquello que no era un coche por, al menos, cuatro metros, y al regresar le encasquetaron a Huerta el kit multihobby 14b, que para su estupor era un disfraz ochentero con camiseta de Iron Maiden, peluca negra de polipropileno, vaqueros desvaídos y chupa de cuero tres tallas mayor. Le pusieron una Gibson en una mano, una Mahou templada en la otra y retrocedieron unos pasos para contemplar su obra. Dentro de un par de horas vendrá un profesor para empezar las clases de guitarra; él traerá todos los discos, pósters y muñequeras que necesita. Vamos a hacer de usted un hevyata, Huerta, ya lo verá. No tendrá tiempo para acordarse de la azada o del tractor. En cuanto a su mujer, no se preocupe, volverá, también nos hemos encargado de eso.