Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Friday, April 18, 2008

Prismas

Portiso, Amalia. [La verdadera histeria de Gunfio el Payaso], en Abracadabra, num. 73, pags 111 y 112.




Pero Gijón no duerme la siesta. Decenas de niños corretean por entre los bancos de la plazuela San Miguel bajo la atenta mirada de sus abuelas, fieles vigías con merienda. Desde mi mesa, a la vera de la ventana del Café di Roma, la tarde parece anclada en los innecesarios paraguas de la gente que pasa y en los vagos movimientos paulatinos del camarero de la terraza recogiendo tazas de café vacías y devolviendo vasos de agua con una piedra de hielo, si me haces el favor. Estratégicamente sentada de espaldas a la calle Uría, busco a Gunfio en cada rostro que aparece desde la oscura densidad de Menéndez Valdés como vomitado por una falsa boca de metro. En algún momento entre el segundo y el tercer cacaolat, el tipo de la mesa de al lado se da la vuelta, dobla el periódico y me sonríe. Tardo unos instantes en reaccionar pero, cuando al fin despierto, le elogio la puesta en escena: al parecer una parte de mí esperaba verlo llegar embutido en sus bombachos rayados , con los tirantes, los zapatones y el pelucón a juego, regalando flores de plástico y sonrisas enormes al personal. Aunque no intenta disimular las ojeras, las bolsas negras e hinchadas bajo sus ojos rasgados no le restan encanto o magnetismo a su mirada traviesa y burlona. Contraviniendo flagrantemente la ley doesnt de entrevistación, es Gunfio quien formula la primera pregunta: ¿tan viejo parezco a unos jóvenes ojos?. No será la última vez que parafrasee algún diálogo de La guerra de las galaxias: cuando intento llamarle por su nombre real me corta y, en una imitación torpe de Constantino Romero, me dice: "ese nombre ya no significa nada para mí". Le contesto que no, que al contrario, que le queda muy bien el traje, y que el efecto despeinado le da un toque juvenil muy atractivo. Aprovechando su incapacidad manifiesta para encajar un piropo, le atizo la primera pregunta.

Amalia Portiso: Gunfio, ¿cómo estás?
Gunfio: Bueno, bien, ya sabes, con el funeral y todo eso apenas he tenido tiempo para pensar. Supongo que es ahora cuando empezará lo duro, cuando tenga que afrontar la próxima feria sin él y las cartas de apoyo se vayan espaciando hasta apagarse.
Amalia: Está siendo duro para todos, la gente lo adoraba. Y a ti. Recuerdo que cuando era pequeña todos los niños queríamos tener a Redolat el Mago y a Gunfio el Payaso en nuestras fiestas de cumpleaños.
Gunfio: Y algunos lo conseguían, intentábamos llegar a todas partes, queríamos cambiar el mundo, como todos los jóvenes, con risas y juegos de cartas. Qué tiempos.
A: ¿No te costaba vivir a la sombra del gran Mago?
G (tomándose unos segundos para reflexionar y encendiendo un cigarrillo): No. No. Es algo que he oído estos años atrás, cuando Redolat cayó en la quetamina y la gente empezó a machacarle, venían y me decían que era mi momento, que ahora tenía la oportunidad de brillar con luz propia. Nunca nos entendieron: yo no era sin Redolat, su sombra justificaba mi existencia, por citar al poeta. Y no quería ser sin él: cuando me propusieron seguir con la serie sin Redolat yo solo acepté porque él me lo pidió, esto la gente no lo sabe, me obligó a coger el trabajo.
(...)
A: Hemos hablado ya de su madre, de Tatiana, de los años en el olvido. Me gustaría volver ahora a los últimos días: ¿te cogió por sorpresa que hiciera algo así, que se matara?
G: Se notaba que iba mal, que sufría por no poder darle al mundo su magia. ¿Terminar así?. Bueno, quería despedirse a lo grande, ya habéis visto la cinta, no quería dejarse manipular por ese puñado de hijos de puta, sí, puedes citarme verbatim, lo son, ellos lo mataron.
A: Gunfio, hay quien dice que vas a seguir los pasos de tu gran amigo: ¿es cierto que has pensado en el suicidio?
G: Nunca, ni en los peores momentos. Tengo planes, ¿sabes?. Tatiana quiere darle prioridad a lo de la Fundación Redolat para niños desfavorecidos y me apetece ayudarla en eso. Además estoy preparando un libro en el que recojo vivencias, anécdotas y muchas fotos de los años dorados: quiero que la gente conozca al Mago que yo conocí, al hombre. Tal vez luego me retire a una islita y nadie vuelva a saber de mí. Pero no, la muerte no está entre mis planes a corto plazo.

La última frase la dice levantándose ya. Deja un billete de cinco euros en el platillo, sobre la cuenta, aparta la silla y se despide hasta la próxima. Me apetece salir detrás de él y darle un gran abrazo, acercar mi frente a su boca sin mueca, oler su desgastada sombra de hacer reír. Pero el pudor me lo impide, la timidez me lo impide, el respeto me lo impide, no diferenciar si es él o soy yo la que necesita un abrazo me lo impide. Ahí se va un gran hombre, pienso. Al pasar por delante de mi mesa, al otro lado del ventanal, me dedica una última sonrisa, su viejo gesto de enarcar las cejas, que tanto nos divertía siendo niños, ahora parece una nostálgica huella sobre el polvo acumulado en un viejo desván. Y en un acto de puro mimo agarra un monociclo imaginario, se monta estrafalariamente en él, los zapatos de piel se alargan, se hinchan, enrrojecen; veo tirantes donde antes solo veía rayas diplomáticas y el efecto despeinado ha ido dejando paso a un enorme pelucón verde y rizoso. Esa es la última imagen que tengo y la que me llevo a casa: Gunfio el Payaso montado en su sempiterno monociclo, haciendo cabriolas para no caerse, fingiendo caerse para provocar mi risa. No puedo evitar una lágrima mientras cojo el abrigo, pago la cuenta y salgo del Café di Roma. En la plaza los niños ya no juegan, hace rato que se acabaron las meriendas y son testigos mudos de ese acabamiento las bolas de papel de plata que ruedan por los jardines de San Miguel a merced de un viento triste y racheado. Necesito una copa.


(Vesti la Giuba de la ópera I Pagliacci, los payasos, de Leoncavallo)



(E lucevan le stelle de la ópera Tosca, de Puccini)


No comments: