Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Saturday, April 28, 2007

Quizá con un par de retoques, dije, pero su silencio era algo escéptico, tenía gotas de incredulidad y estaba muy estudiado: me dejaba a solas conmigo mismo mientras en mi cerebelo se desencadenaba la lucha fratricida: conciencia/necesidad mercantilista vs. orgullo/ego literario (a doce asaltos: en el rincón de la derecha, con calzón turquesa y un peso específico de ciento cincuenta gramos, el aspirante, el muchacho que surgió del frío, el universitario menguante: Pablo, El Ficciones, López). Quizá, mintió al cabo de un rato. ¿Todos los editores son tan sumamente hijos de puta o el mío es un caso único?, dije. Nos reímos, la conversación derivó, surgió tu nombre, me dio ánimos paternalistas y me hizo prometerle que revisaría el texto. Algo no funciona, dijo antes de colgar, el texto no arranca hasta que Pérez Atrevido vuelve de Londres con su sobrino, no sé, ¿unas cien páginas?: no respira, no creo que funcione, repitió, tenemos que hacer algo con esto, míralo y me llamas.

Me jodía darle la razón pero la tenía, parcialmente: el viaje de Pérez Atrevido a Londres carecía de motivación argumental, era puro relleno y estaba trufado de personajes episódicos que desaparecían sin dejar huella para no volver: su sobrino, el guía turístico tuerto que nunca mencionaba nada de lo que el autobús iba dejando a su izquierda, la meretriz angoleña, una tal Sarah que se dedicaba al postdoctorado y a las drogas de diseño. Dios, daba asco: me había convertido en uno de esos escritores vulgares que escribe con la misma frugalidad y desinterés con los que pasan el aspirador o recogen la colada. Me imaginé la novela empezando en la página 107, Pérez Atrevido acaba de volver de Londres y busca su coche en el aparcamiento del aeropuerto de Valladolid: Me han robado el coche, lo sabía, nada me sale bien: tenía que haber venido en tren, hay bandas organizadas que te lo desmontan en cinco minutos, ucranianos creo, no dejan ni los embellecedores, ahora lo habrán convertido en un seat o en un carrito de golf, estaba aquí, en el 414, recuerdo el número porque me encantan los cuatros y ahora no está, jodidos inmigrantes. Qué cruz, la mala suerte, ¿no cesará este rayo que me habita?, supongo que los vacían antes de desmantelarlos y tiran lo que no les interese, tendré que preguntar en comisaría, quizá mi maletín haya aparecido, si tengo que elaborar otra vez los informes trimestrales me da algo.

Aún así, lloré un poco mientras veía caer los folios en cuestión en la trituradora de papel. Llamé a mi editor y luego me fui a comer al griego de la esquina, para celebrarlo. Al volver pensé que podía retocar un poco el final del noveno capítulo (Pérez Atrevido está con Susie en la cama y hablan de la Creedence, del cambio climático, de Bryce: Susie cree que podría llegar a enamorarse de Atrevido y este está pensando en pedir una pizza) y me senté en el escritorio: supe que algo iba mal desde el principio. Susie estaba en el baño y Atrevido no podía dejar de pensar en Sarah, la drogadicta postdoctoral. Después de oirse la cadena, Susie vuelve al dormitorio retomando una conversación anterior aparcada: pues sí, es tuerto, ¿sabes?, ahora está de guía turístico en Murcia y nos ha invitado a pasar las vacaciones en La Manga. Asustado, fui pasando las páginas y había referencias a Sarah, al tío tuerto y a una tal Marisa por todas partes. Casi al final vi reaparecer al sobrino de Pérez Atrevido; estaba discutiendo con su tío y blandía un cuchillo (aggh, pensé, yo no uso ese tipo de verbos de novelón insoportable), parece que Sarah ha engañado a Pérez Atrevido con su sobrino, la discusión deviene en pelea, el cuchillo cambia de manos varias veces (ay, dios, pensé, que me lo mata) y no fui capaz de seguir leyendo. Tiré el manuscrito al suelo y salí corriendo de casa. Ahora me da miedo volver, quizá Pérez Atrevido haya muerto en mi ausencia y su sobrino se ha fugado con Sarah, tal vez se esconden en Murcia, en el piso del tío tuerto de Susie o no, tal vez han cogido un avión a Londres y ahora viven en un piso compartido con una buscona angoleña, intentando regenerar la vida que yo les robé impunemente por un puñado de euros.

2 comments:

Alberto Cuervo-Arango Rodero said...

Sería fantástico afilar nuestros lápices y dibujarnos en un venerable butacón con tres o cuatro décadas más y rodeados de todos nuestros personajes.

Quizá acabarían cepillándose unos a otros entre bambalinas, habría un par de asesinatos y un rencoroso secundario sudando un cuchillo en el bolsillo de su gabardina, esperando la disolución del grupo tras el flash para hundirnoslo lenta pero firmemente en el abdomen - tanto te costaba un par de líneas más, maldito viejo...

Hemos vuelto, bro

Anonymous said...

Siempre me encanta cuando le das ese aire subrealista a lo Zoe Valdes. Genial. Mucho mejor que hace un año.
Sil