Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Monday, April 23, 2007




Supongo que es culpa de Silvie (ella fue sin duda la que reparó en ello y me lo dijo, o me lo escribió -con su letra messengérica rosa y circular que es su voz cuando está lejos-) pero cada vez que llego a la entrada de parque principado me pregunto lo mismo: ¿por qué la gente no usa el carril interior de las rotondas? Uno de esos misterios de lo inexplicado: todos juntitos y a la derecha, en plan retención, mientras la izquierda aparece yerma, vacía, olvidada. No sé si será por rutina o precaución o miedo o incompetencia o incapacidad, pero la gente prefiere atascarse que asomarse a lo desconocido, pienso mientras vuelvo a casa atravesando la Y: es sábado por la tarde y la camiseta de mazinger Z me sienta fenomenal.






Me ducho, me acicalo, me perfumo y no dejo de pensar en las rutinas, en los encasillamientos y en bandejas sucesivas de gambón a la plancha. Después de cenar vamos a ver a Caty ( o Katy o puede que Kathy) a la Botica Indiana y nos sentamos en una mesa central, justo enfrente de la tele: juega el Madrid y echamos alguna mirada al partido mientras las copas vienen y van. Rutinas, pienso; y es por eso que me fijo en la pareja que ocupa la mesa de al lado: se salen de la norma, tienen algo extraño, raro, diferente y lo noto en sus miradas en exceso brillantes, en la usencia de diálogos y los cargantes arrumacos, en una indiscutible diferencia de edad, en su peculiar apuesta estética (él frisa los 30 y lleva pantalón corto, bambas de lona y calcetines blancos; ella no pasará de los 18 y de cintura para arriba la oculta una chaqueta de chándal con cremallera aunque debajo apenas se le ve una falda blanca con manchones negros, puede que sean motivos vacunos. Beben alguna mezcla con limón y no paran de tocarse) Copa y media más tarde, él se levanta y se va al baño mientras ella se queda agarrada a su copa con la mirada perdida, embelesada. Pedro opina que se está relamiendo incluso y cuando ella se levanta y toma el mismo camino que el tipo de las bambas digo en voz alta lo que todos pensamos: "cópula habemus"






Encima de su mesa vemos un móvil, un bolso pequeño, las copas mediadas con el hielo deshaciéndose sobre el limón con mezcla. Pasan cinco, diez, quince minutos y todo parece bastante claro. No somos la única mesa que se ha dado cuenta del cotarro y un tipo con gafas y perilla comenta: hace diez minutos que le está sonando el móvil sin parar. Es cierto, lo vemos iluminarse, casi hasta vibrar y Jorge, desde su posición avanzada dice que incluso lo oye. Se hacen apuestas, se habla de la extremada virilidad del tipo de las bambas, a la gente que intenta ocupar la mesa vacía se le explican los porqués del teléfono abandonado y las copas aguadas. Han pasado 50 minutos cuando alguien, no sé si Albert, le comenta sucintamente a Caty (o a Katy o a Kathy) lo que sucede y ella, sonriendo maliciosamente, exclama: "¡Otra vez!"






La noticia de que es la segunda vez en dos horas que se acuartelan en el baño de hombres corre como un reguero de pólvora por el garito así que, cuando salen después de casi una hora encerrados, el respetable les dedica una sonora ovación que ni les turba, ni les preocupa, ni parecen siquiera escuchar. Sólo les supera en aguante, dice alguien, el que ha estado una hora entera sin parar llamando al teléfono de la chica. Hay nuevas apuestas y la mayoría está convencida de que únicamente un padre preocupado o un novio toreado son capaces de tanta constancia telefónica: nunca un amigo . En el ínterin nos hemos hecho amigos de una pareja de Santander que está sentada a mi vera: van a tener su primer hijo, al que llamarán o ya llaman Iker, en dos meses.






Cuando me levanto, el domingo, todo es pastoso y residual. En La Nueva España un viejo profesor de mi facultad, al que la gente considera poeta, habla en su página dominical de la costumbre, de la rutina y del más allá. Qué casualidad, me digo y le leo sin comprender por qué la gente le tiene en tanta estima. La rutina, pienso por enésima vez, es como uno de esos jerseys que se han quedado anticuados o pequeños y están llenos de bolas, pero uno nunca se decide a tirarlos, les tiene cariño y a veces, en domingos por la tarde de resaca y fútbol, se dedica a sacarles las bolas con una máquina de esas a pilas mientras piensa en la pareja tan poco rutinaria que anoche fornicaba en los baños de la Botica indiana sin saber que todo el bar, ahí fuera, está pensando en nosotros, cariño, pero no vayas a pararte ahora.

1 comment:

Cayetana Altovoltaje said...

Buenísimo. Qué alegría tener ración de P más a menudo.
PD: el profesor ese... agh.