Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Wednesday, July 23, 2008

Love is inditex, lalalalalalalá

Llevo todo el mes de julio queriendo ser el hombre del pantalón de chándal rojo, aunque no me pregunten las causas porque las ignoro profusamente: me desperté un martes deseando con holgura un pantalón de chándal, rojo, de algodón, de esos de fruitoftheloom de toda la vida, con su pelusilla interior gris, sus tobillos anchos y su torpeza a la hora de disimular muslamen, y así llevo desde entonces: vivo sin vivir en ti y no muero sin haberme embutido antes en un par de esos pantalones en cuestión. Como quiera que la vida es un aire suave de pausados giros, fui dándoles oportunidad a las típicas tiendas de deportes y saldos en general, a los puestos de mercadillo y a los africanos de manta ambulante y paquete de cedés, mas ninguno portaba consigo mi ansiado trofeo.

Cansado hasta el desmayo, a punto estuve de dar carpetazo al asunto y pasar capítulo, ya que soy uno de esos tipos acostumbrado a dejar que sus sueños giren libres y desaparezcan por el desagüe con tal de no afrontar el esfuerzo que supone coger el tapón del lavabo y usarlo. Pero hete aquí que una tarde sabatina con necesidad de macflurry de turrón, vi mi reflejo -demasiado ampliamente, duplicado casi- cuchara en mano en los escaparates de Zara de la calle Corrida y me dije: bah, por probar, si total, el no ya lo tienes, si son dos pipas, quién te dice, entrar y listo, un vistazo y para casa. Como comprenderán, mi mente debatía furiosamente consigo misma y mientras tanto me iba llenando la laringe de frases vacías de significado mientras yo le llenaba la boca a ella con trocitos de turrón y helado de nata. Al final, casi obligado por una turba de adolescentes pelipuntiagudos que me arrollaron sin piedad, y sin verme, acabé subiendo las escaleras de Zara hasta la sección de caballeros.

Y allí, loado sea Amancio Ortega, silencioso y libre de polvo, estaba mi pantalón de chándal rojo: tenía un toque neohippie, algo como entre arábigo y barroco, unos detalles sinuosos que se extendían por el lateral de la pernera como una mala enfermedad o una buena enredadera, pero no pude detenerme en algo tan nimio que seguro que se iría al tercer baño de lejía detergente: era mío, lo tenía, mis venas se hincharon con afán de posesión, con pose fanática, con vigoroso alicatado en grasas polimegasupersaturadas. Tampoco reparé en dineros: no era cosa de mirarle el tarjeteado al caballo rojo de algodón y, además, gastos más supérfluos habremos hecho, P, me dije también, como aquella vez que me compré la colección completa de Introducción al punto de cruz, de RBA editores, a la quiosquera de la esquina porque adoraba su mirada triste tan tierna (sí, habéis acertado, yo soy mucho de ir diciéndome cosas por la calle, y de narrar mis movimientos sin importancia como si estuviera viviendo la novela de mi vida, dijo él mientras terminaba el párrafo con un coqueto acabado parentético)


Pero, ay, con la tarjeta obvié también la talla, al menos hasta que la dependienta de turno me lo hizo notar con una delicadeza que me obligó a enamorarme de ella: "¿Qué son para tu hermanito?". En efecto, en mi mano llevaba unos pantalones que difícilmente me podrían haber servido en 1986, cuando Eloy falló el penalty que nos dejó sin las semifinales del mundial de México. Seguro que había más tallas, ahí atrás, en la pila de pantalones de chándal rojos, pero la chica me gustaba y no quería reconocer mi torpeza o mi incapacidad visual manifiesta, así que mentí con lo primero que me vino a la cabeza: "No, son para mi hijo, el pequeño". De golpe y porrazo, y 23 euros después, estaba yo contándole en las escaleras de Zara mi vida y sus desperfectos falsos a Sofía, que resultó ser una historiadora en paro con necesidad de pagar una hipoteca y la letra del coche. No me dejé nada en el tintero: los celos, las dudas, la infidelidad, el divorcio, los dos fines de semana al mes. Aunque hacía rato que me había dado su número, yo no podía parar de mentir. Al final, quedamos para tomar un café el próximo sábado, ya que los niños estarán con Marga (Marga es mi ex, al parecer, un poco casquivana pero muy fértil): como esta relación fructifique, no sé de dónde voy a sacar a dos niños que se me parezcan, sobre todo teniendo en cuenta lo que me costó encontrar un pantalón de chándal rojo y el precio que estoy pagando por haberlo encontrado, 23 euros al margen, aunque si lo pienso bien, y ahondando en la imagen que de Marga tiene Sofía, quizá fuera comprensible que los niños no se me parezcan en absoluto. Seguiremos informando.




4 comments:

Anonymous said...

Jeje, sólo te falta tu propia banda sonora, bro

narradora de bolsillo said...

Siempre tan genial.
Saludos,
Ce

Anonymous said...

No te preocupes, me presto a que me adoptes por un tiempo, aparento 15, y sobre todo invitarme a helados a todas horas.

Por un helado, me llamo como quieras, podría delatarme el acento, pero le dices que paso temporadas con mi abuela materna y ya está.

Love in in the air... lalalalalalalá

Además en Zara, compro las camisetas en la sección infantil :)

Anonymous said...

A todos nos pasa(crearnos esas pelis). En el 86 tampoco te habrian valido? Saludos al peque y a la ex, jaja. Un beso.