Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Monday, February 11, 2008

Nieva a las doce y doce -bioplof-



Un breve revés anímico -pedazo de eufemismo octosilábico, ahí es nada- me ha tenido un poco ausente (más en el plano psíquico que en el físico) estos días, con los apetitos vagos y los brazos desilusionados, reflexivo y parcialmente melancólico, tristoide y con las rodillas gelatinosas, más por la sismología del revés en sí que por algún defecto congénito o adquirido. Ante tamaña perversión del orden lógico de mi sentimentalidad, me armé de pizzas, helado de turrón y botellines de Grimbergen triple, y me dispuse a atravesar el fin de semana en silencio, viendo películas queridas y pensando en mis interioridades más descuidadas y agrestes. Por poner un ejemplo, el viernes -día uno en términos revesianos- conduje la noche con un cucharón en la diestra, un bol de helado de turrón con tropezones marca Carrefour en una bandeja sobre el regazo, y las dos primeras partes del Padrino en el DVD. Me encanta ese momento de la parte primera en el que el productor hollywoodiense se despierta empapado en sangre y con la cabeza de su lindo trotón entre las piernas.





Paladeando mis pequeñas miserias de salón, me acordé de un blog antiquísimo -parece mentira que hayan pasado más de dos años, Bro- de mi vecino Baxter, en el que al son del Don't think twice it's allright de Dylan (y a la vera de la linda foto de Harry Callahan que aquí os adjunto) titulaba: Hoy estoy nevando. Recordaba vagamente los porqués de aquellas nevadas de 2005 y aún así las hice mías y las disparé al futuro con resaca de turrón y de mafia calabresa. El problema de estar nevando, hoy día, es que este futuro es un sitio muy raro donde en enero prima la primavera y uno no puede abismarse a conciencia mientras en el parque de Santullano la gente toma el sol cuando debería estar volando cometas [let's go fly a kite, marypoppins] No me extraña que ya nadie use katiuskas, el invierno ha muerto. Bueno, casi. Velázquez seis es el último reducto invernal ante tanto agujero de ozono y tanta patraña climática, con sus pasillos a diez grados, su vaho, sus qué-poco-gastamos-en-hielo estalactitas. Así que atranqué los ventanales, bajé las persianas, me acortiné y esparcí media bolsa de Cornflakes por el suelo de la cocina a modo de copos. Hoy estoy nevando, me repetía mientras intentaba un muñeco de maíz con la nieve caída, hoy estoy nevando.





El domingo me desperté con las falangetas amoratadas y la sonrisa efervescente. En la calle la primavera no cesaba, pero Velázquez seguía siendo un aislante infranqueable, una nevera persistente, una alacena de maíz con turrón en la que conservar los alimentos, los apetitos, las nostalgias: conservado al vacío, con ser vaho y vacío, la nada hasta la náusea. Fue un día extraño, el domingo, sin motricidad aparente, lo que yo llamo un día protozoo, y no tardó en consumirse: se licuó en lunes, pensé, aunque quizá se haya fusionado en hielo: las paredes frías, mis manos frías, frío el corázon y la pena, fríos. Desde la cama y hasta el almacén, me fui imaginando la retahíla de catástrofes lunáticas que tendría seguro que afrontar porque, siguiendo una vieja costumbre, cuando nievo las cosas nievan conmigo: la carretilla elevadora, congelada, no quiso arrancar, ni el portón entumecido por el frío subirse: el mundo de lo inanimado se alineaba a mi lado tormentoso contra la antinatural tendencia climatológica predominante.



Lo peor de alunecer no fue la linda mañana a cero grados con los parabrisas helados, no; fue que hacia las doce me descubrí disfrutando de un placentero baño de templado sol y que durante unos minutos pude nopensar en mi breve revés anímico. Cuando caí en la cuenta de que estaba nopensando en mi revés, eran las doce y doce (justo las doce y doce, Bro, te acordarás que cuando trabajabas con nosotros esa hora era como mágica, parecía que cada vez que mirábamos la hora en el reloj de Lolo eran las doce y doce y suponíamos que algún día futurible habría de pasar algo esplendoroso y vital a las doce y doce) Luego, al salir a comer, la furgoneta estaba de reparto así que fuimos en mi coche. No pretendo que os lo creáis pero al terminar el Capriccio Italiano de Tchaikovsky, en la radio comenzó a sonar La Primavera, de Las cuatro estaciones de Vivaldi, y mi padre se puso a seguirla torpemente con una especie de tarareo silbante. Mi padre de la mano de Vivaldi después de un baño de tímido sol con parada en las doce y doce fue la estocada definitiva que terminó el invierno y, con él, mi revés breve y anímico.

2 comments:

Alberto Cuervo-Arango Rodero said...

Qué más dan los años, bro, que los reveses no envejecen y sí la mirada, que brilla con otra intensidad, lejos ya de la dulce y pura luz de los primeros pétalos.

Y qué si no nos quieren, si aún colgamos de las paredes el poema de Cummings, si aún nos recuerdan porque si no no hubiese merecido la pena.

Necesito una copa,bro

Dici che il fiume
Trova la via al mare
E come il fiume
Giungerai a me
Oltre i confini
E le terre assetate
Dici che come il fiume
Come il fiume...
L'amore giungerà
L'amore...
E non so più pregare
E nell'amore non so più sperare
E quell'amore non so più aspettare

Anonymous said...

Mi revés sabe a horas de ayuno, cerveza cutre, tabaco apurado y sal de lágrimas; suena a bolero de Chavela y al rugir de un arrepentimiento visceral. Impulsa a la acción y a la vez llama a la mesura, la prudencia.

He crecido mucho a base de bofetones y cierto es que ya estaba bastante crecidita... con esto debo de haberme convertido en "la mujer de los 50 pies".

Sigo esperando el deshielo.