Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Tuesday, August 28, 2007






El día en el que el concejal de urbanismo, José Enrique Ledesma Campo, murió, todo el mundo comentó lo buena persona que siempre había sido, lo zorra que era la vida llevándose siempre a los mejores y lo nadie que somos todos en casos así. Empero, no se había enfríado aún su cuerpecillo diminuto en la correspondiente caja de pino, cuando ya voces disonantes comenzaron a marchitar su recuerdo mediante ácidas diatribas, aireadas diariamente por la prensa local. Desde las esquinas más neoliberales del pensamiento (único) gijonés se exigieron elecciones anticipadas previa anulación de la Ley Ledesma para calles y plazas y el derribo de la nueva rula, que el buen señor había obligado construir con planta en forma de cruz griega. Fueron semanas de revueltas y pasquines: la ciudad amanecía plagada de carteles ridiculizantes, en los que se ponía de manifiesto el clericalismo trasnochado del buen Ledesma al que, como mofa, se le había bautizado (postmórtem, eso sí) como el concejal papal (Pío) Campo. Como ejemplo de la tiranía clericonominal a la que el pueblo se había visto sometido, se hizo popular el caso de Laura Suárez Vega.










Vecina de la gijonesa calle del Cancionero de Petrarca, se creía predestinada al amor platónico por parte de vate y esperaba conocer más pronto que tarde al escritor que la convirtiera en musa intocable de todas sus obras. Se había dejado crecer una dorada cabellera, que alisaba con delicadeza cada mañana, cuyo fulgor palidecía al mismo sol del que evitaba cualquier contacto no fuera a ser que mancillara su excelsa -y blanquísima- piel. Adoraba su vida renacentista de poetas y mercadillos. Hasta que, un buen día, entró en vigor la Ley Ledesma. El mundo a su alrededor se convirtió en una especie de medievo beato y gordinflón en el que la mujer no pasaba de ser una mota de polvo a la izquierda del último cero de la izquierda. De la noche a la mañana sobre la plaquita de la esquina de su calle en la que rezaba Calle del Cancionero de Petrarca, colocaron otra que la convertía en Avenida del Purgatorio. La quintaesencia de la involución, les decía Laura a Rosa y a Puri, sus vecinas del tercero jota, un día cualquiera esperando el ascensor; hemos vuelto al siglo trece, qué temeridad; una paradoja, añadía ante la absorta mirada de las ampliamente otoñales orondas vecinas, que sacaban ocasionalmente las manos de los bolsillos de la bata rosa para llevárselas al rostro demostrando incredulidad y pasmo, una paradoja, repetía y sentía cómo se le llenaban las venas con el efecto tarima, si se tiene en cuenta que yo antes me llamaba Beatriz, que me cambié el nombre cuando me convertí al petrarquismo y me tatué este verso en el cuello.








Por vos estoy, Señora, en este estado. Pudieron leer Rosa y Puri en itálica letra bajo la nuca de Laura (nuca de las que provocan asesinatos y desencadenan guerras, se atreve a asegurar este humilde periodista de barrio). Beatriz, ¿se dan cuenta?, proseguía Laura con renovado ímpetu y una pizquita de rencor, Beatriz: lo más adecuado para vivir en la avenida del Purgatorio, muera Dante. Es como si el pasado me persiguiera e intentara ponerse al día conmigo, ¿entienden? Beatriz, ¿cómo se atreve? Esto va a traer cola, mis queridas amigas, ya lo verán, ya lo verán: no puedo cambiarme de nombre otra vez, no puedo volver atrás, no.






Se sucedieron las manifestaciones, los actos de protesta, de repulsa, de rebeldía. La vida de Ledesma se volvió insoportable: llenaron su casa de pintadas, su buzón de anónimos amenanzates, su contestador de insultos barriobajeros. Hasta que sobrevino la muerte súbita... ¿Súbita?: cree este humilde periodista que la campaña de acoso y derribo facilitó la conclusión del trabajo que una salud delicada (poliomelitis infantil), una dieta rica en grasas y un sedentarismo militante habían comenzado mucho tiempo antes. Descanse en paz, Gijón.
























Veo sin ojos y sin lengua grito;y pido ayuda y parecer anhelo;a otros amo y por mí me siento odiado.
Llorando grito y el dolor transito;muerte y vida me dan igual desvelo;por vos estoy, Señora, en este estado.

2 comments:

Alberto Cuervo-Arango Rodero said...

Ya imagino esa columna de opinión de nuestra gacetilla panfletaria, esa columna vertical en la que el populacho es cuestionado por los más aburridos "periodistas" con preguntas como ¿cree usted que los perros deberían hacer sus necesidades en baños ad hoc? o ¿qué opina usted de los pasos de peatones?.
Si Pío Campo recibiera de verdad sobres de constructores sería un filón para los jóvenes plumillas locales.

Corrómpele, bro, quiero una segunda parte con Campo desahuciando a golpe de pluma a misérrimos matrimonios, con niños como los hambrientos vagabundos que salen en los Simpson.

Ah, Beatrice...

Anonymous said...

Corromper... En eso mismo estaba yo pensando, en corromperme la piel con la tinta de una joven pluma, a puño y letra de cálido infierno, aquel donde todo es lícito...
Y tatuarme el cuello, el pecho,la palma de las manos, las muñecas; tatuarme los olores, los sabores, los invisibles que duermen en cada letra de mi nombre propio...

Ah, Laura, Laura...