Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Thursday, June 05, 2008

Efemerízame III (en antena el 5 de Junio hacia las 23.20 horas)

Acababa de cumplir los treinta y las cosas me iban más o menos bien. Tenía un trabajo decente, media docena de amigos solteros, una hipoteca y un principio de úlcera que me visitaba sobre todo las mañanas de domingo con resaca. Era feliz, aunque en realidad no lo era: mi lado sentimental estaba perdido en un bache, que más bien parecía un abismo, desde hacía ya demasiado tiempo.

No es que estuviera impedido para el amor, no, al contrario: sufría de enamoramientos súbitos y salvajes, pero me duraban un par de semanas, como mucho, y luego se iban a la misma velocidad a la que venían. Ni siquiera era capaz a serle fiel a mis amores platónicos. En mi descargo diré que en cada chica que me hacía perder la cabeza yo veía a la mujer de mi vida, a la perfecta, a la definitiva, a la madre de todos mis cachorros; y que en cada desengaño, mi corazón sufría y se quebraba y se retorcía de dolor, hasta que un par de horas después conocía a otra en la cola del autobús y el proceso empezaba de nuevo.

No negaré que echaba de menos a aquel adolescente tímido, huraño y retraído que sudaba tinta china cada vez que tenía que acercarse a una chica y que, cuando reunía el valor necesario, era incapaz de articular dos frases sin tartamudear. De un tiempo a esta parte, sin embargo, me había crecido un desparpajo insólito, me había vuelto atrevido y descarado y decidido y un poco arrogante. Y estos cambios sintomáticos en mi personalidad me tenían bastante preocupado, así que pedí hora con mi médico de cabecera, la doctora Baelo.

En cuanto le expuse el caso, la doctora me diagnosticó sin parpadear, aunque quiso asegurarse pidiéndome hora para hacerme infinidad de análisis y pruebas. Al cabo de tres semanas me llamó a su consulta a por los resultados. Al parecer, era víctima de un mal genético poco común, debido a una leve deformación del cromosoma 27, y que se llamaba la enfermedad de Casanova. Solía darse en varones jóvenes, y era normal que los síntomas se empezaran a notar concluida la adolescencia, a partir de los 25 más o menos. La mala noticia es que era una dolencia sin cura, sin tratamiento, sin posología. La buena, que esa enfermedad había hecho de mí un seductor.

Total, que últimamente no salgo mucho de casa: mi reloj biológico me anda pidiendo a gritos un poco de descendencia, pero mi cromosoma 27 prefiere ser Casanova.



1 comment:

Anonymous said...

cagontó... otra vez que me lo pierdo, claro entraba a las 6 y me acosté temprano, ayyy menos mal que está el blog.

Adelante campeón, el domingo a las 20h somos de primera!!!