Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Friday, May 25, 2007










Thirty years ago




in a galaxy, far, far away












Repaso ahora las fechas y no entiendo cómo pudo ser, pero si google no miente La historia interminable se estrena en 1984 y sin embargo El retorno del Jedi es de 1983. No me creeréis pero juro que uno de los primeros recuerdos que atesoro es el de mi hermano montando un pequeño escándalo, en la cola del cine, porque la mayoría ha decidido que esa de naves espaciales no es para niños y que la del tal Michael Ende parece muy entrañable. Yo tendría unos cinco años con lo cual él no podría andar muy lejos de los 10. Pudimos, con Bastian, darle nombre a la Emperatriz, para así salvar Fantasía, y dejamos a George Lucas para otro día. La casualidad quiso que dos años después, en mi segundo año de colegio, los alumnos de COU me escogieran para hacer de Bastian en la función del colegio (y allí estaba yo, delante de 2000 personas, sentado, con un ejemplar de La Historia en el regazo, acaso mi primer libro encuadernado) y volví a salvar Fantasía (el día George Lucas llegó, qué duda cabe, y el azar y mi mente enferma quisieron que me convirtiera en un auténtico chiflado de la saga galáctica: lo confieso hoy, 25 de Mayo, treinta años después de que Star Wars viera la luz por vez primera, en el día mundial del orgullo friki)








Va de efemérides la cosa. Anteayer, 23 de Mayo, el mundo celebraba otro nacimiento pródigo: el de Hergé, cien años atrás, creador de Tintín, cuyo reloj swatch conmemorativo luzco con orgullo. Y lo celebran con la siguiente noticia inquietante: Spielberg y Peter Jackson -el chapucero creador de El señor de los anillos- han unido sus fuerzas para filmar una trilogía sobre este flequilludo periodista, eterno solterón y perspicaz resuelvemisterios. Ya Albert nos iluminará pronto con su tintinmanía, tachándome de falsario y aprovechado pues, es sabido, mi infancia pertenece y pertenecerá siempre a Astérix y así lo defenderé, capa y espada, ante quien ose rebajar su calidad ante primos belgas sinsustanciales. Serán películas de animación digital, eso sí, nada de actores de carne y hueso que nos estropeen la idea que de Haddock y la Castafiore todos tenemos.








Y rebuscando en el jardín de mis memorias, en fin, me surge una tercera efemérides, un poco más personal si acaso. Fue el día en el que tembló España, un 25 de mayo de 1997, hoy hace diez años. Como era el cumpleaños de Paloma -y Paloma era mi flamante nueva novia, la tercera en un estricto orden cronológico- habíamos salido a cenar para celebrarlo. Bebimos un poco, es cierto, y al volver a la residencia todo estaba como silencioso, apagado, ausente. Yo lo atribuí a mi enamoramiento supino: la realidad extiende un pasillo alfombrado a nuestro paso, pensé. No hacía demasiado calor y sobre Vigo había caído una noche lenta, linda, sin nubes. Me recuerdo temblando como un colegial (preso de unos nervios adecuadamente primerizos) mientras empezaba a besarla, al otro lado de su puerta, la 223, a oscuras, respirándonos, entreviéndonos a la breve luz de las farolas del puerto -no nos habíamos molestado en bajar la persiana siquiera y aún no había sonado el portazo y ya nos buscábamos con las manos como locos, bendita adolescencia-. Más tarde, en plena coyunda, pensaría: "así que esto es el sexo, caray"; y también: "pues es bastante incómodo, no puedo mover el brazo"; y también: "diríase que disfruta".








Al igual que no puedo probar que en aquella tarde de mi infancia estuvieran en cartel, a escoger, una peli de 1983 y otra de 1984, pero juro que así era, tampoco puedo probar que tras mi orgasmo (suyo no hubo, lo busqué pero me dijo: déjalo, es igual termina tú, no pasa nada) empezara a caerse el cielo sobre nuestras cabezas: las camas se pusieron a bailar un fox-trot, las ventanas intentaron salirse de los marcos, los armarios se adelantaron dos o tres pasos hacia el escritorio. Un terremoto, en fin, y de los gordos. Pero recuerdo que me dio tiempo a pensar: "dios, así que esto es el sexo". Perdí la virginidad en medio del gran terremoto (5.1 Richter) que sacudió el norte de España en mayo del 97. Es curioso cómo casi todo el mundo recuerda qué hacía exactamente aquella noche de tembleques y jarana: se durmió poco, muchos salieron a la calle por si las réplicas, mi madre me llamaba a la habitación para ver si su nene estaba bien pero su nene estaba muy bien en otra habitación, cinco pisos más abajo, pensando que el mundo se movía al compás frenético de su amor por aquella chica de pelo corto y nariz romana.
A Paloma, pues, con cariño en el recuerdo.

1 comment:

Cayetana Altovoltaje said...

Quería comentar en el anterior, pero no me dejas, así que suelto aquí mi parrafada.
Yo también le di el libro de Bryce a alguien, porque hablaba de él y de mí, de nosotros y la falta de timing. Qué nostalgia.
Me gustó mucho tu entrada, las dos. Se te nota nostálgico pero alegre, no sé, ¿es posible un P alegre?
Al final no hubo reencuentro de velazquianos con Pato y vuelvo a estar en tierras británicas.
De este verano no pasa.
Un beso