Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Tuesday, May 29, 2007






Venecia o el placer de citar (stage I)



Pero aquí, a diferencia de lo que sucede en otras catedrales, las palomas se desperezan del plomo y bajan a jugar a piazza S Marcos, son protagonistas del flash, del gatillo fácil de los turistas, por una vez no defenestradas ni odiadas, ejemplarmente antigárgolas y ni siquiera las inundaciones las arredran: allí siguen, saltando entre los charcos de la última crecida. Solo algún catastrófico deshielo las desalojará de su plaza algún día, cuando el agua reine de nuevo sobre los ocho islotes y devuelva a la ciudad sin coches a las profundidades de la laguna. Ya algún campanario se inclina sobre las casas diminutas al deslizarse por entre los troncos sobre los que se cimenta Venecia: la ciudad se hunde, en fin, y la gente sigue haciendo fotografías.


Sabina tenía razón: de nada sirven Paris con aguaceros o Venecia, sin ti. De nada César Vallejo o Charles Aznavour. Los carnavales son muecas tristes sobre yeso pálido, las esquinas donde brotan los canales son meros vestigios de una suntuosidad con los años apagada, de una fiesta barroca con sordina; del viejo amor solo restan botellas de agua vacías flotando a merced de las olas bajo el puente de San Simon Piccolo, y las algas enredadas en los pilares y en las balizas de señalizacion. Llueve, es cierto, pero ni siquiera es un aguacero romántico: apenas cuatro gotas molestas que caen con intermitencia y desgana. Aunque puede que también Aznavour tuviera razón cuando cantaba aquello de que c'est triste Venise/ Au temps des amours mortes. Y entonces las palomas olvidan su papel y se posan sobre los sorprendidos viandantes: apenas cinco segundos detenido en algún lugar de la plaza y ya las palomas le transforman a uno en estatua milenaria. Esa es el recuerdo más vivo que me llevo de Venecia: una niña abandonada en medio de S Marcos, llorosa, cubierta de palomas mientras sus padres, a una distancia prudencial, la filman encantados. Me voy recordando que Cortázar habia prologado su Todos los fuegos el fuego precisamente del mismo modo: Así será algún día su estatua, piensa irónicamente el procónsul mientras alza el brazo, lo fija en el gesto de saludo, se deja petrificar por la ovación de un público que dos horas de circo y calor no han fatigado.

De vuelta al barco nos sorprende un simulacro oblitatorio de hundimiento. Le comento a una de las chicas de la tripulación si uno podría escoger no salvarse, si prefiero hundirme con el barco, ¿no puedo? Se rie levemente y me corrige la posicion de las cintas del chaleco. Me despacha y se aleja por cubierta. Cuando me quiero dar cuenta el canal de Giudeca es una mancha en el horizonte. Así que esto es alta mar, pienso. Ojalá se puedan ver tiburones o bancos de caballa. Estropea mis reflexiones nacionalgeográficas un ruido ensordecedor: en la cubierta siete ha estallado una fiesta de recepción y veo pasar varias filas de octogenarios bailando la conga. Yupi!, pienso, va a ser la semana mas larga de mi vida.

2 comments:

Anonymous said...

Ahora llega la mejor parte, Margaret se refresca la borrachera a la orilla de la piscina y aparece un australiano.
Al hindú obeso no le gustan los occidentales...

Cayetana Altovoltaje said...

Fotos, ¿dónde están las fotos? ¿Y dónde has dejado a Berli?