Quizá recuerdes el caso de María Luiña y cómo el doctor García Pevarelo (apreciado foniatra y excelso jugador de tute) le diagnosticó una extraña enfermedad sin cura que más tenía que ver con lo sintáctico que con lo sintomatológico. Pues bien: el caso de Luiña trascendió y la consulta de Pevarelo se convirtió en una meca de tullidos cuyas dolencias tenían que ver con ramas tan dispares como la fonética o la morfosintaxis. Hubo muchos que clamaron por la creación de una nueva rama de la medicina, que en los suburbios ya empezaba a conocerse como lingüisticología. Y la cosa no se mantuvo en un reducido ámbito nacional: al parecer, había otro médico en Minsk con el que Pevarelo intercambiaba datos, casos, pacientes y dudas. ¿Genio o farsante? Desde los más selectos cenáculos de la pediatría y la obstetricia se miraba a Pevarelo con cierta sorna, algo de burla, mucha suspicacia, kilotones de desprecio y litros de café con nicotina. Mientras, en las calles se clamaba por un referéndum pancarta en mano y todo plagado de silbatos, pelucas y canciones de los 70.
Y los casos se iban multiplicando. De entre todos, quizá el más conocido fue el de Humberto Sibilino Pérez, el azafato de iberia. Sibilino acudió a la consulta del doctor Pevarelo con unos síntomas preocupantes que le impedían trabajar con normalidad. Puedo, ha trascendido que le contó Sibilino a Pevarelo, usar las manos, los brazos, con normalidad: me rasco la cabeza, abro los botes de mermelada, estrecho manos, clavo alcayatas, me peino...; pero cuando tengo que señalar algo soy incapaz: mi cuerpo se niega, los brazos se me caen sobre los costados como sin vida, gomosos, inapetentes y por más que quiera no puedo moverlos. Comprenderá, doctor, que esto puede acabar con mi carrera de azafato: he cogido unos días de vacaciones pero cuando se me acaben no sé qué va a ser de mí: los jefes pensarán que soy uno de esos tipos problemáticos que incitan a la desidia, a la desobediencia: me despedirán. Tiene que ayudarme, doctor, se lo suplico. Pevarelo tranquilizó a Sibilino y le contó que su mal no tenía un origen físico, que era su cerebro el que se negaba a dar las órdenes concretas para señalar esto o lo otro y que por tener tenía hasta nombre: deixis degenerativa también conocida como hipertrofia deíctica o mal de Alarcos-Coseriu. La terapéutica y la posología recomendadas fueron lo más sorprendente del caso Sibilino: debía leer al menos un par de libros al mes y hacer una lista con el vocabulario desconocido que habría de ir incorporando a la rutina de su vida diaria. Su cerebro, le vino a decir Pevarelo a Sibilino, está atrofiado por culpa del desuso y ahora se siente incapaz de relacionarse con el mundo que le rodea, de señalarlo, de establecer las distancias que lo enmarcan, lo definen y lo separan de él.
Enemigos acérrimos surgieron por todas partes: el primero, quizá el más potente, la industria farmacéutica, que no estaba dispuesta a dejar escapar un montón de pasta mientras Pevarelo medicaba a sus pacientes con libros o con talleres literarios. No es extraño, comprenderás, que hayan ido a buscarle las cosquillas: ahora se enfrenta a seis años de prisión acusado de falsedad de titulación (al parecer le quedaban un par de asignaturas para terminar la carrera), usurpación y exceso de atribuciones. Sus detractores y sus correligionarios se agolpan frente a las puertas del juzgado, cada día, pidiendo su libertad y su muerte. Por eso llevamos parados tres cuartos de hora en este puto atasco, hijo mío: tu madre nos va a matar como no lleguemos pronto a comer.
2 comments:
¡¡Ja ja ja!! Gracias, P, me he reído un montón. ¡¡Qué malo es estudiar Filología!!
Sí,B. La losa filológica pese sobre nosotros ya siempre. Besis, gracias a ti por pasarte
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