Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Sunday, July 21, 2013

It´s a trap -Admiral Adback said.

Tengo medio calculada una tesis pectoral de ancho calado sobre la trampa como catalizador en las películas de acción americanas de los últimos veinte años. Es un proyecto ambicioso por lo que, probablemente, nunca lo lleve a buen puerto: me aburre profundizar, siempre he sido más de pasar un poco la mopa por encima y ya. Además, cada día surgen dos o tres nuevas pelis que se adscriben perfectamente en los parámetros de mi hipotética tesis, así que en cuanto se publicara estaría ya desfasada. Un martirio, con lo que odio estar pasado de molde. Sin ir más lejos, esta semana me he tragado con Nestea una que perfectamente podría engrosar el capítulo catorce de mi estudio: G.I.Joe Retaliaton, una verdadera venganza en asuntos cinematográficos. Mala a rabiar, con su habitual dosis de tiros y puñaladas, que solo repunta milimétricamente durante la breve aparición de Bruce Willis como General Joe, o quizá era Coronel. Otras dos horas tiradas a la basura, como si sobraran.


Un lugar común en todas estas producciones -rebosantes de efectos especiales, vacías de dignidad- es la tenebrosa figura gubernamental que se esconde siempre detrás del engaño. Y es que en el cine, como en la vida, los políticos han superado ya niveles de aceptación pública solo al alcance de los violadores, los pederastas y los banqueros. Si yo dirigiera un grupo paramilitar de élite y alguien del gobierno intentara contratarme, le pegaría cuatro tiros e iría corriendo a esconderme a una cabaña perdida en las montañas rocosas. Desafortunadamente nunca he sido un gran tirador, como he demostrado con creces en ferias y romerías a lo largo y ancho de los últimos veinte años. Tampoco he visto nunca de cerca un arma, y por eso soy incapaz de escribir novela negra. Como no hay una sin tres, también he visto Objetivo la Casa Blanca, que no aporta nada nuevo a las miles de películas en las que quieren cargarse al presidente -ya ven que no soy el único que finjo matar políticos- y, al fin, ya que Bruce Willis dominaba la semana, Jungla de Cristal 5: un buen día para morir, de la que se puede decir sin temor a equivocarse que un buen día para morir habría sido si me hubiera alcanzado la muerte antes de verla.



En qué te has convertido, John McClaine, ídolo de juventud, icono de la dureza irónica, quintaesencia de lo guarro atractivo (siendo lo guarro feo algo más parecido a Mourinho). Entiendo que a los sesenta años uno no pueda arrastrarse por el hueco del ascensor con el mismo estilo. Comprendo que la camiseta blanca de tirantes manchada de grasa, sudor y sangre empieza a no sentar tan bien. Soy capaz de asimilar que ni siquiera queden malos malísimos de altura -Alan Rickman, William Sadler, Jeremy Irons, incluso Timothy Olyphant y su cara de asco glacial, si se quiere uno pillar los dedos-. Pero desnudar a McClaine, quitarle los chistes buenos, las frases lacerantes, las salidas perfectas. Engendrar un apestoso guión a base de respuestas cortas sin mucho sentido, destrozar el centro de Moscú en una persecución de casi veinticinco minutos después de la cual uno se olvida porqué se persiguen con tanto afán. Matar la saga de cristal, digo, es un crimen que debiera condenar a los guionistas en cuestión al mismo infierno que a nuestros queridos políticos. Al menos antes también te robaban pero podías ir  a ver una buena peli. Ahora, ahora el cine ha muerto y quizá nos queden las performance o MasterChef. 

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