Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Sunday, July 07, 2013

El mal francés

   Nunca he ocultado, aunque tampoco hago hincapié, que me faltan dos asignaturas para terminar la carrera. Embargado por el idealismo narrativo, creía que todo buen filólogo debía manejar con cierta soltura la lengua francesa, para leer a Proust en su idioma original y esas cosas absurdas de relumbrón. El problema es que yo odiaba el francés así que nunca me puse en serio a preparar los exámenes de junio. Como mi sagrado deber filológico no me permitía cambiar de optativa -y tan sencillo hubiera sido agarrarme al italiano, al ruso o al mandarín- y  la náusea transpirenaica no me dejaba presentarme,  inserto en ese bucle imbécil han pasado diez años. No es que esa ausencia haya sido  para mí una afrenta o una obsesión, más bien todo cayó un poco en el olvido, sepultadas mis ansias novelescas de los veintitantos por un cúmulo amorfo de responsabilidades laborales, alcohólicas y, más recientemente, paternomaritales. Simplemente lo dejé correr y no ha sido hasta esta semana que me he arrepentido a fondo de no saber francés. Me explico. 


   Ha caído en mis manos como escupido el penúltimo estallido editorial que planea convertirse en la repanocha veraniega para playas y praderas. A saber, La verdad sobre el caso Harry Querbert del joven -celos- escritor suizo Joel Dicker. Desde Twin Peaks hasta Lolita, de la trilogía Millenium a John Grisham, la crítica ha bendecido esta novela acelerada de intrigas literarias y policiales, colmándola de apellidos, referentes, veneros y deudores hasta la extenuación. Pese a que, ya confieso, no soy un completo filólogo y solo puedo leer a Dicker en su traducción al castellano, me atrevo a dejar mi granito de arena sobre el caso Querbert por si a alguien le interesara: así, a bote pronto, le sobran unas doscientas páginas de las más de setecientas que conforman al angelito. Es cierto que el meollo, el centro de la trama, la investigación del asesinato de Nola Kellergan, está escrito con acierto, mantiene muy bien el clímax y es bastante entretenido. Y si se dejara de interruptus abúlicos de tres al cuarto, de adolescentes enamorados del amor con un léxico similar al de una zapatilla vieja, le iría mucho mejor. Pero comete Dicker el error de gustarse demasiado, y en ese error naufraga ciertamente su novela.


   Por resaltar uno de los momentos flacos, más allá de los personajes toscos y predecibles, y de los diálogos juveniles, el personaje central de la novela es otra novela, la del escritor Harry Querbert, de la que constantemente se nos dice que es una de las obras cumbre de la literatura americana del siglo XX. Y si se contentara Dicker en decirlo, los lectores podríamos creer que Querbert es un hacha al aparato, o no, pero como necesita mostrarlo todo los breves fragmentos que de esta obra se incorporan en aquella se parecen más a la incontinencia verbal de una niña de doce años que le confiesa a su diario el intenso amor que le tiene a su profesor de matemáticas, que una de las cimas americanas de la literatura contemporánea. Se exhibe, Dicker, y fracasa. Si apenas se hubiera centrado en lo importante y hubiera dejado atrás esos subterfugios de apagados y escasos sinónimos, habría dado a la imprenta una manera estupenda de pasar el verano en la playa. Como no, soy incapaz de recomendarla aunque, eso sí, se lee igual que está escrita: rápidamente y sin reposo, para devoradores de vulgaridad. 


   Como el sabor de boca Dickeriano amenazaba con dejarme triste una temporada -siempre lo hacen los escritores jóvenes que alcanzan la fama escribiendo novelas sobre escritores jóvenes que alcanzan la fama- me eché al coleto  una novelita pizpireta llamada Joyland que rezuma profesionalidad por todas partes. Bien escrita, bien mostrada, con pocos pero intensos personajes, es una gozada leerla y evidencia que su autor sí que es uno de los mejores escritores americanos de los últimos cuarenta años. Será la experiencia, pero Stephen King arrolla a Dicker en solo tres asaltos. Y los lectores constantes seguimos agradecidos. 


   
   


2 comments:

La reina de la miel said...

Pero P de mi alma, ¿cómo has podido, criatura? Es como si yo ahora te digo que las sombras de los cojones no están tan mal, oyes. C'est absurde, mon ami!

tipodeincógnito said...

Sí, pero estaba tan en boca de todo el mundo, y uno busca novelas que conmuevan y muevan y qué sé yo...No ha sido mi único error.