La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
Mollar aprendiz de Marco Polo, siempre que cruzo la frontera y estoy lejos se me ocurren ideas peregrinas para viajes venideros de las que me desprendo fácilmente, sí, -inconstante, yo, como la luna- pero q
Tan dichosos estábamos, henchidos de puro fiordo, que nos quisimos morir, anoche, cuando acudimos imprudentemente después de la llamada de Noche tras Noche (vid rpa) al preestreno asturiano de "La escarcha", o "The Frost", coproducción hispano-noruega, basada en una pieza teatral de Henrik Ibsen -dios mío y aún así fuimos- y ópera prima (y esperamos que última) de Ferrán o quizá Ferran Audí, cortometrajista catalán curtido en las excelentes y tenebrosas tablas noruegas, guionista él mismo de la cinta prima y a cuyo bautizo astur asistió entre las bambalinas del teatro de la Laboral
-rediez, cuántas veces no habrá sido capaz el andoba de tragarse su propia criatura, de cabo a rabo, como un indolente Víctor Frankestein- acompañado, bien regia en el porte y trémula sonrisa al saludo, de la actriz principal, mi musa de juventud Aitana Sánchez Gijón. Si la Noruega de Ibsen_Ferrán es la que nos espera, Mery, si ese cuajo de personajes frenopáticos y verborreicos y ojerosos y prozaicos representan al nórdico común, si ese cartonaje con armario ikea y televisión de plasma sobre fondo blanco palpitante es el escenograma plano habitual escandinavo yo, qué quieres, me quedo en Atocha, id est, jamás mi sombra pretenderá oscurecer su umbral. Me has jodido Noruega, Ferrán, tío.

Temporalidad difusa, montaje azaroso, color telefunken con el verde fundido, metafóricamente reprobable e improbable e imposible, sosa, lenta y chillona -mención al margen merecería el genio del diseño musical, el Sr Viento, y sus gritos pianísticos desagradables-. Los personajes, poco creíbles en un mundo nada interesante y de paisaje mutilado, no dejan de hablar de sí mismos, de mostrar sus sentimientos, de darle vuelta al calcetín empático en un torpe intento por atrapar al espectador (a quien ya las costillas han empezado a dolerle por culpa del mal asiento y del peor doblaje) sensibilizándolo con sus problemas que a nuestros ojos asoman vulgares y carentes de cualquier interés. Al final, cuando los dos puñados de espectadores abandonábamos boquiacontecidos el recinto laboral, alguien se arrancó por soleares y hubo tímidos aplausos que sonaron más a te concedo el esfuerzo que a muy interesante tu peli. La última imagen, la que me deja sin vacaciones de verano en las islas Lofoten, me persigue mientras abandono el teatro: el director y su actriz aislados, al fondo, con la sonrisa colgada de la cara, esperando que alguien se acerque a felicitarles por el trabajo, casi encogiendo los hombros como quien pide disculpas por no poder haber llegado a más aunque en esto, querido Ferrán, como en casi todo, la incapacidad no es eximente.
Del pastón que se haya podido gastar el Principado o el consistorio gijonés financiando este casposo proyecto por cuarenta miserables segundos de metraje en los últimos dos minutos de película-una visión sesgada de la escalera ocho de la playa San Lorenzo y otra más frontal de la mastaba de Correos- mejor no hablo: los miércoles prefiero la lasaña al ardor de estómago, la verdad. ¿Alguien se viene a Kenia?

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