Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Friday, December 06, 2013

Cuento con moraleja -taller literario III-


      Un Palacio en la moraleja




      Acuciado por las prisas busqué refugio en la prensa local. Por culpa de mi ética relajada, o por total ausencia de interés, los cuentos con moraleja siempre me habían parecido absurdos o superfluos así que era incapaz de escribir ninguno y pensé que quizá alguna noticia del periódico pudiera darme una idea. Como es habitual desde que estoy en el paro, me puse a leerlo de dentro afuera, dejando para el final las noticias de política internacional, la televisión y el tarot, y empezando por los avisos personales y las ofertas de trabajo. Enseguida un anuncio captó mi atención: “Se requiere consejero real para monarca venido a menos“. Adjuntaba un número de teléfono y un nombre de contacto, un tal Luis Gonzaga. El asunto me parecía divertido, e interesante, así que prioricé el patético estado de mi cuente corriente sobre mis profundas convicciones republicanas y llamé a Gonzaga, que me citó en palacio al día siguiente. 

      Aunque de palacio tenía poco: era más bien un piso coqueto, exterior, todo de parqué, de unos 120 metros y situado en un bloque de viviendas al final de la calle Ezcurdia, casi llegando al Molinón. El propio Gonzaga me recibió, me enseñó las diversas estancias -salón de música no había, biblioteca sí- y me contó por encima en qué consistía el trabajo. El monarca, me dijo, o su majestad, no es un rey real, con posesiones y rancio abolengo, es un joven alegre y decidido que sufre la enfermedad de hubris, o de Aquiles, un mal poco común que le mantiene recluido en casa padeciendo insoportables e inconstantes delirios de grandeza. De ahí que se crea real. La suerte de haber nacido en el seno de una familia con posibles le permite rodearse de una corte de ayudantes valiosos y, para él, fundamentales: sin nosotros no podría vivir. Yo soy el ujier y estoy interno, al igual que el chambelán y la doncella. Otros ayudantes, como el senescal, el maestro de capilla o los condestables -no pregunte para qué necesita su majestad condestables si no hay caballerizas y mucho menos caballos-, esos,  van y vienen. Su último consejero lo dejó el mes pasado aquejado de unas fiebres reumáticas y aquí es donde entra usted: sus deberes son vagos y cambiantes, dependen del humor y las necesidades del monarca, que le irá pidiendo, a cada paso, consejo sobre asuntos de la más diversa índole. Si le interesa el puesto, empezaría mañana. 
      He trabajado en sitios peores así que acepté, aunque la soldada no fuera digna de todo un consejero del rey. La verdad es que el curro era sencillo y su majestad bastante fácil de llevar. Desde el principio congeniamos: charlábamos constantemente sobre historia o astronomía o fútbol sala, mientras yo le aconsejaba prudencia en el color de los calcetines y si era mejor té o café después de una comida poco calórica. Podía haberse convertido en el trabajo de mi vida, pero entonces apareció ella. Judith era la dama de compañía y venía a palacio todos los miércoles a pasar la tarde con su majestad, al que ella -y solo ella- llamaba Jorge. Caer en sus redes de intensos abrazos y furtivos besos fue cuestión de semanas, aunque yo me hubiera lanzado sobre su estela el primer día, en cuanto la vi deslizarse por la alfombra del pasillo embutida en un traje dieciochesco y con la cabeza plagada de tirabuzones y ambrosía. Hubo promesas, se habló de huir juntos a algún reino muy muy lejano, de robar un caballo y empezar de cero en cualquier parte, pero el destino tenía preparado para nosotros otro final más trágico. Incautos, como solo pueden ser los enamorados, dimos en yacer en la cocina a la hora de la siesta y un inesperado  bocadillo con jamón de media tarde nos pilló con las enaguas al viento y los pudores coleando. Se armó un revuelo de mil demonios y, después de un corto juicio sin muchas preguntas, a ella la condenaron al destierro y a mí a morir decapitado. Verdugo que yo sepa no tenemos pero mientras tanto y no aquí estoy, encarcelado en una celda que es más bien una despensa, mantenido a pan y agua y esperando que todo esto se resuelva pronto porque la tensión me está matando. A Judith no he vuelto a verla. 

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