Hay una pequeña mancha de humedad de inexplicable geometría circular bajo el póster de Casablanca que tengo colgado en una de las paredes de mi cuarto. Yo la llamo HAL 9000 y en ocasiones hablamos sobre el sentido de la vida, sobre la desertización de los bosques o sobre la gente que va pasando por aquí. Su bautismo, claro, es parte de mi humilde homenaje a 2001: A Space Odyssey, que cumple cuarenta años estos días. No es que se parezcan demasiado, mi mancha y HAL, pero ambas comparten un punto de locura trasnochada que en parte divierte pero a veces acojona. Cuando me levanto de la cama para ir a trabajar suele recibirme con un tibio hola, P, me alegra verte en tan buen estado esta mañana, P, con su tono más neutro y apático. Creo que no le gusta quedarse sola todo el día y hay una leve emulsión de tristeza en su registro al despedirme hasta la tarde: adiós, P, que tengas un buen día. No le gusta mucho que traiga chicas a casa así que mi vida social se ha ido convirtiendo en un erial onanista con mancha al fondo: HAL intenta estimularme fingiendo voces de actrices conocidas, oh, sí, P, soy tuya, P, pero es incapaz de eliminar el clásico fondo robótico en su voz y al final la líbido se me va por el sumidero, por no hablar del silencio dubitativo cada vez que va a pronunciar mi nombre, como si escogiera, como si yo fuera uno entre muchos, lo que me hace pensar que me es infiel y no sé si Albert tiene algo que ver.
El caso es que anoche, mientras le leía El centinela en voz alta, recordé que el día que murió Stanley Kubrick yo volvía de Galicia en autobús, y no me enteré de su muerte hasta que llegué a Gijón. En la radio del taxi que me llevaba a casa desde la estación dieron la noticia de última hora. Era domingo y llovía, pensé que los grandes siempre se van solos y en domingo y cuando se van, llueve. La chica de radio nacional que leía la noticia no mostró sorpresa o indignación, ni parecía penada o atribulada ,ni tan siquiera molesta por su muerte. Esta madrugada, en su casa de campo de Inglaterra, ha muerto a los setenta años el cineasta americano Stanley Kubrick, leyó o dijo. No me sorprende, ni a HAL -ella parece saber cosas-, que nueve años exactos después se haya ido Arthur C. Clarke, coguionista de 2001 y escritor de los cuentos de los que Kubrick sacó la idea para la película. Lloré sin rabia y sin dolor, pero con pena, lágrimas como gotas que el taxista admiraba de reojo y de las que nada dijo. Por eso le leía El centinela anoche a HAL 9000, como recuerdo a la figura de Arthur C, como póstumo homenaje. Le leí: "Probablemente, en aquellos primeros segundos, ninguna emoción llenó en absoluto mi mente. Luego, sentí una euforia inmensa y una alegría extraña e inexpresable. En realidad, amaba a la Luna, y ahora supe que el moho rastrero de Aristarco y Erastóstenes no había sido la única vida que albergó durante su juventud. El viejo y desacreditado sueño de los primeros exploradores era cierto. A fin de cuentas, había existido una civilización lunar, y yo era el primero que la había encontrado. Haber llegado tal vez con un centenar de millones de años de retraso no me turbaba lo más mínimo. Era suficiente haber podido llegar"
También recordé que esa no fue la última vez que Kubrick me hizo llorar, curiosamente. La segunda, más tierna, fue al final de Inteligencia Artificial, una de las pelis más tristes y subepidérmicamente desgarradoras que he visto en los últimos años. Todo esto le iba contando yo a HAL mientras ella me miraba fija, intensamente con su ojo sin párpado, rojizo y herrumbroso, (Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas, / y en traje de cañón, las parameras/ donde cultiva el hombre raíces y esperanzas/ y llueve sal y esparce calaveras), desprovisto de calor humano, en exceso racional, perturbador, meticuloso. Luego, entre ruiditos de aceptación, hicimos una exégesis en profundidad sobre el cuento y sus repercusiones en el mundo de la ciencia ficción. Ambos convenimos en que C Clarke era un autor mediocre y casi desconocido al que Kubrick había situado en la cima. Echamos de menos a Stanley y prometimos instaurar un ciclo kúbricko de repercusión regional y carácter anual en velázquez seis al que estáis todos formalmente invitados (me dice HAL que ellas deben abstenerse de traer ropa provocativa y de entrar en mi/su cuarto y de hablar conmigo si fuera posible). Seguiremos informando.
"...más recordad, por favor, que esta es sólo una obra de ficción. La verdad, como siempre, será mucho más extraordinaria” (A. C. Clarke)
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