Desde que el otro día soñé que era una Q, vivo en una constante desazón que mi médico llama catarro con ínfulas de bronquitis. Sigo yendo a trabajar pero me da la sensación de que la gente cuchichea a mis espaldas y me señalan: estoy en todas las tertulias, soy la comidilla, suscito odios y arcadas por todas partes. La doctora Baelo me dice que son paranoias delirantes propias de un estado febril continuado, pero yo sé lo que creo ver y me parece oír: hay una campaña conspirativa para el total aislamiento de la Q y para coronar a la K, una de esas letras absurdas y melífluas que los validos puedan mangonear a su antojo. Así las cosas, me personé el martes por la tarde en la oficina de registros de patentes y marcas para ver si le podía encasquetar a la Q un copyright de no te menees, y así protegerla contra conspiradores, ácratas y demás fauna titiritera. Inocente y delirante P. Le agradezco al amable funcionario que me atendió sus ímprobos esfuerzos por no descojonarse en mi presencia, aunque juro que las carcajadas se oían desde la calle. Al parecer no puedo registrar una letra sola, las demás se sentirían minusvaloradas, estaría cometiendo una injusticia por omisión.
Mientras intentaba darle esquinazo a mi desesperación evalué mis posibilidades. Lo más certero, pensé, era apostar por una plataforma para la protección de la Q como letra en peligro de extinción. Basándome en las experiencias de una juventud reivindicativa (yo era de los que se manifestaban en pelota picada contra los abrigos de visón) decidí que lo primero era recoger firmas. Así que agarré la sábana más limpia que encontré por casa, la llené de eslogans y consignas llamativas del tipo: Quando te des cuenta, Quizá sea demasiado tarde, y me planté a la entrada de un conocido centro comercial asturiano, dispuesto a dar guerra. Como había desayunado tarde, nada más llegar me acosaron unas inevitables ganas de ir al reservado así que abandoné el centro de operaciones un momento y fui hasta los baños. Al entrar me crucé en la puerta con un antiguo compañero de la facultad. Él hizo como que no me reconocía pero yo estaba seguro: siempre había odiado a este fulano, el típico siempresélarespuesta que se dedicaba en los descansos entreclases a fumar literariamente con las chicas de la clase y a gastar bromas estúpidas y a sentirse el rey de la creación filológica, uno de esos poetastros de salón que se sientan en la zona más concurrida del campus a escribir en su libreta para que todo el mundo vea lo interesante que es y lo genial que sería compartir con él un par de adjetivos, ay, seguro que sus descargas adverbiales son inimitables.
Mientras intentaba darle esquinazo a mi desesperación evalué mis posibilidades. Lo más certero, pensé, era apostar por una plataforma para la protección de la Q como letra en peligro de extinción. Basándome en las experiencias de una juventud reivindicativa (yo era de los que se manifestaban en pelota picada contra los abrigos de visón) decidí que lo primero era recoger firmas. Así que agarré la sábana más limpia que encontré por casa, la llené de eslogans y consignas llamativas del tipo: Quando te des cuenta, Quizá sea demasiado tarde, y me planté a la entrada de un conocido centro comercial asturiano, dispuesto a dar guerra. Como había desayunado tarde, nada más llegar me acosaron unas inevitables ganas de ir al reservado así que abandoné el centro de operaciones un momento y fui hasta los baños. Al entrar me crucé en la puerta con un antiguo compañero de la facultad. Él hizo como que no me reconocía pero yo estaba seguro: siempre había odiado a este fulano, el típico siempresélarespuesta que se dedicaba en los descansos entreclases a fumar literariamente con las chicas de la clase y a gastar bromas estúpidas y a sentirse el rey de la creación filológica, uno de esos poetastros de salón que se sientan en la zona más concurrida del campus a escribir en su libreta para que todo el mundo vea lo interesante que es y lo genial que sería compartir con él un par de adjetivos, ay, seguro que sus descargas adverbiales son inimitables.
Por un momento olvidé lo que me había llevado allí y le seguí por las galerías del centro comercial, odiándole. Estaba seguro de que había ido al baño a esnifar alguna porquería, así que le odié un rato por drogadicto; luego pensé que las chicas a las que yo frecuentaba últimamente les encantaban los tipos que se movían por ambientes tenebrosos llenos de bolsitas de dos gramos y sobres marrones, así que le envidié por drogadicto también. Al final decidí que no, que no tenía pinta de ser tenebroso, así que necesitaba otro motivo urgente para seguir odiándole. Conté hasta cien y no se me ocurrió nada: él seguía mirando escaparates como quien hace tiempo para acudir a una cita. Habrá quedado con alguna de aquellas melindrosas que lo rodeaban, embelesadas, en los pasillos de la universidad, pensé. Pero esto, más que ayudarme, me creó cierta aprensión, ya que estaba seguro de que mi vida social era mucho menos ajetreada que la suya. Por eso decidí que la chica de la cita había acudido al centro comercial para romper con él y me puse a imaginar el posible diálogo de su ruptura:
Melindrosa: Lo siento, creo que esto no funciona. Lo hemos intentado, pero no va a ningún sitio.
Poetastro: ¡Qué dices! Si nos va fenomenal, estamos en nuestro mejor momento.
Melindrosa: No, eso ya no es así, antes tal vez. Ahora es aburrido. He conocido a otra persona.
Poetastro: ¡Cómo que a otra persona!, ¿A quién?
Melindrosa: No lo conoces, qué más da. El caso es que estoy enamorada y nos vamos a casar.
Poetastro: ¿A casar? Pero si tú odias el matrimonio.
Melindrosa: Contigo, odio el matrimonio contigo, no en general. Es tan distinto a ti.
Poetastro: Pero, no lo entiendo, ¿qué tiene él que yo no tenga?
Melindrosa: No sé, es más...impulsivo, sí, mucho más impulsivo.
Poetastro: ¿Impulsivo? Pero si no hay nadie más impulsivo que yo.
Melindrosa: Tú lo más arriesgado que has hecho en la vida ha sido cambiar de sabor de pasta de dientes.
Poetastro: ¿Y aquel sofá que compré? No me dirás que aquello no fue totalmente impulsivo.
Melindrosa: No lo compraste, te tocó en una rifa
Poetastro: A la que fui impulsivamente.
Melindrosa: Yo te llevé a rastras, no querías ir.
Poetastro: Porque estaba siguiendo otro impulso y...
Melindrosa: Estoy cansada, de verdad. Lo siento pero me voy, lo siento. Espero que seas feliz. Adiós
Iba paladeando la derrota sentimental de mi antiguo compañero de facultad cuando recordé que había dejado mis cosas en la calle: la sábana reivindicativa, los pasquines, el altavoz. Así que di media vuelta y salí corriendo. Al llegar a mi centro operativo no quedaban ni las raspas, se lo habían llevado todo, hasta la fiambrera con los sandwiches de pollo y salsa rosa. Desolado, fui a por el coche: la Q había caído. En el último paso de peatones antes de acceder a la autopista apareció el poetastro; le dejé cruzar y parecía cabizbajo, lloroso, derrotado. Frené unas incipientes ganas de meter la primera y romperle las piernas y pensé que, después de todo, otros habían perdido más. Ese consuelo me permite levantarme por las mañanas, aunque la fiebre aún no ha remitido: no sé si cambiar de médico.
2 comments:
Virgensantísima...¿qué te ha dado últimamente? ¡No paras!
La reina de la miel... es lo que tiene llegar a una isla.
Such, conocerás a del-finas, ya te lo auguro
El Poetatrasto ese, me ha encantao y sus descargas adverbiales ni te cuento.
Como molas ;)
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