El hombre estacional (confieso que he bebido)
Sí, enemigos y demás vecinos, así tengo calculado que se vaya a llamar la biografía novelada de mis sobresaltos por la vida, esa en la que incurriré invariablemente dentro de, digamos, cincuenta años -conexión digital con madera ad hoc-, y en la que contaré con pelos y señales mi relación con el mundo, con el alcohol, con vosotros y con el tipo estrábico que vive en el tercero B. En un plagio no muy disimulado de la de Neruda, pero a la manera de García Márquez, contendrá unos sesenta años de lo mejor de mí mismo así que, hijos míos, estad dispuestos a ser famosos hacia el 2057, plus-minus (eso si no lo habéis conseguido ser antes por méritos propios) Tengo, incluso, preparado ya el primer párrafo del capítulo que dedicaré a Velázquez seis:
[Al llegar a casa me senté en el suelo del pasillo, a medio camino entre la que solía ser habitación de Albert y la mía, en el breve espacio que separa la cocina del salón (el aumentativo es exagerado, era más bien sala de estar o salita), apoyé la espalda en la pared, cerré los ojos y pensé en todos nosotros. Pensé también: morirá una pequeña parte de mí cuando cierre la puerta de Velázquez seis por última vez, se quedará atrás con los fantasmas que siguen poblando los pasillos de recuerdos, con las marcas indelebles de lejía que sobreimpresionan los lugares en los que Berli acostumbraba a más infinitivo, con la pata desencajada de la cama de invitados, con la campana ennegrecida desde el día en que casi se me flambean las cejas intentando un arroz tres delicias, con dos años y medio de conversaciones y risas y llantos y siempre una botella de ron en la alacena. Y eso que debería estar acostumbrado, me he pasado media vida cambiando de casa y de desodorante y de personalidad.]
Entiendo que lo del helicóptero tenía un poco del deus ex machina grecolatino y otro poco de aquello que decía Billy Wilder sobre cómo atrapar al espectador: si Cary Grant entra en una casa por la puerta, al comienzo de la película, el tema no pasa de anecdótico, ahora si empiezas esa peli con Cary Grant entrando en la misma casa pero por la ventana -y torpemente- obligarás al espectador a preguntarse las razones que habrían llevado a nuncaherotounplato Grant a allanar así la morada de alguien, qué avatares le habrían conducido al pobre a comportarse con semejante actitud delictiva, de quién sería la culpa de...: el espectador, entonces, será tuyo. Así que los avezados publicistas ochenteros hacían bajar a aquel tipo trajeado, que tenía cierto aire a Torrebruno, de un helicóptero con un micrófono en una mano y una tarrina de tulipán en la otra, en medio de una explanada, quizá la salida de un colegio en hora punta, repletita de madres y polluelos con mochilas y bocatas. Puede que fuera la mente sucia que va asociada a la adolescencia fervorosa y hormonal, pero siempre creí que aquel tipo miraba con lascivia a una de las madres, que yo recuerdo cuarentona, con falda lisa azul marino, camisa blanca de seda imitación, collar de perlas y peinado bucle voluminoso; la miraba, ya digo, comiéndosela con los ojos y -a los míos- en lugar de ofertarle untar de margarina el bocadillo de su hijo, le enseñaba burdamente el micrófono, tentándola con símbolos fálicos y lubricantes cien por cien vegetales.
El caso es que (y a eso viene lo del hombre estacional), de igual modo que la primavera me abisma sentimentalmente y el otoño me mustia, por el lado de la clorofila, el invierno tiene poderes hormonantes sobre mí, me provoca constantes deseos carnales y pruritos sexuales que me alinean con el tipo del helicóptero del tulipán y su mirada sucia y su micro insinuante. Poco me falta, en fin, para restregarme bovinamente contra todo tipo de postes y farolas. Es como una interminable luna llena sin balas de plata ni desfogue posible. Por eso suelo recluirme estos meses del año en mi celda velazquiana, para salir en cuanto el deshielo empiece a gotear sobre los alféizares. Ni siquiera Don Carnal consigue que me ponga un antifaz -yo, el más firme defensor de la máscara y la ficción- y salga a la calle con ánimo rozante y perfume llamativo.
Viva el onanismo, en fin
4 comments:
recuerdo que cuando veía ese anuncio los jugos gástricos me convertían en el perro de pavlov o en depositario de una publicidad subliminal de mantequilla con azucar y la aldea del arce.
Bravo, Bro, tus eneros son una caldera en ebullición.
quizá volvamos uno de nosotros dentro de 30 años a visitar estas paredes, si se mantienen en pie.
Apuesto a que mi habitación estara mas limpia.
Es un poco pronto para hablar de despertares sexuales; al menos en mi ageda homonal no los tengo citados hasta dentro de un par de meses (qué hipócrita, dirás, como si se hubieran ido alguna vez...). No obstante, esa apología de la hermenéutica del pajillero adolescente y los lubricantes alternativos despertarían el apetito incluso de una osa hibernante.
Prepárate, estos carnavales aprenderás a disfrutar del mortadeloniano arte del disfraz. Bicos
creo q peligrosamente, traviesa 5-7 se empieza a parecer a velazquez 6, frío, suelo de baldosas , croquetas quemadas... me falta el ron y/o mi ginebra
como diría woody: "La masturbación es el sexo con alguien a quien amas"
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