Siempre hay un fondo morboso genéticamente inquebrantable en la desgracia -una maceta infeliz y un viandante descuidado-, en el accidente -la sangre mezclada con gasolina que mana entre cristales y hierros retorcidos- e incluso en la tragedia: unos casquillos de escopeta junto a tres cuerpos inertes, quizá una familia. Sobre todo cuando desgracias, accidentes o tragedias son particulares y próximos, aunque ajenos. Más inusual es el morbo provocado por una tragedia de dimensiones apocalípticas: un meteorito de trayectoria perversa aproximándose a la tierra, que sea para nosotros azote y ajusticiamiento y muerte invernadera. Sin embargo, yo, que siempre me precié de ser un gran catastrofista, contemplo, no sin cierto interés, la posibilidad de que la vida en la tierra se esté acabando en estos mismos instantes, mientras lees esto, devorada por un agujero negro de creación autóctona o consumida por una materia extraña que convierta el planeta en una estrella de neutrones inerte: estas son dos de las posibilidades que baraja cierto sector de la física como respuesta al encendido del Gran Colisionador de Hadrones, o LHC, que tendrá lugar mañana miércoles, 10 de septiembre: quizá el último día de la Tierra.
El último día de la Tierra suena genial como título para una película de serie B, con bajo presupuesto y monstruos de goma movidos por poleas, con Rachel Welsz y Richard Burton en los papeles protagonistas, pero, al parecer, la posibilidad de que eso suceda es prácticamente nula. A mí, la verdad, no me vendría del todo mal un abrupto epílogo terrestre, pues en el anuario del instituto aseguraba que antes de los treinta habría escrito un par de novelas y tenido al menos un hijo: y a falta de tres semanas para alcanzar esa mágica cifra, sigo siendo un vulgar escritor de cuentos cortos y no tengo -que yo sepa- hijo alguno, ni posibilidad real de engendrarlo en veinte días (qué digo, ni en veinte meses). Me pregunto cuánto tiempo tardaría un agujero negro en comerse la tierra, si seríamos conscientes de la pitanza, cómo sería su probable digestión y si, una vez liquidado el globo terráqueo, se detendría ahí o seguiría zampando rumbo a Marte.
Sea como fuere me tienta la posibilidad de coger un billete para Suiza y plantarme delante del laboratorio del LHC, en Ginebra, con el grupo de sonados calvos con pancartas que se reunirán allí seguro para protestar contra el fin del mundo y otras desgracias bíblicas. Entre ellos quizá esté el científico español Luis Sancho, que denunció ante un juez de Hawaii (creo que la elección jurídica de su protesta no es la más adecuada para que te tomen en serio) al Centro Europeo de Investigaciones Nucleares, porque cree que la puesta en marcha del acelerador de partículas tiene un 75% de posibilidades de acabar con la vida en la tierra, lo que ellos llaman genocidio planetario. Así que es probable, querido lector, que no estés leyendo porque nos hayamos muerto. Si es así, solo una cosa: gracias por pasarte.
Y entonces esta sería la última reunión del grupo Qtal, en Covadonga, el pasado domingo: la última gran caminata. Os quise, hijos míos.
P (de verde, segunda fila) y Pedro, Andrés, Albert y Jorge: para todos vosotros.
4 comments:
dios, me estas diciendo que voy a desaparecer sin volver a ver al hombre de los 43km haciendo otros 43km y a gentuza como tú rajarse a los... (no lo diré para que tus lectores no te escupan)??
De todas formas, ¿te das cuenta de el honor que tendremos de haber sido los últimos de los últimos?
No me cae bien ese acelerador de partículas, y lo peor es que no se porqué...
Oh vamos, fue un palizón, 30 km es para sentirse orgulloso.
And if I cry I feel ashamed sooo...
tienes razón 43km man, 30 km tambien es un gran logro, además él sale en la radio jeje
P, ¿qué le estás haciendo a J, por Dios bendito? ¿Es que ya no respetáis ni los Santos Sitios?
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