Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Tuesday, December 18, 2007

Nada importa en todo lo aquí escrito si no es esta dedicatoria: A Marta y a Silvia, en estos momentos de oscuridad, con mis más sinceros cariño y ternura. Y a sus papis, in memoriam.




La nota manuscrita, de carácter urgente y génesis colérica, está fijada en la puerta, con un trozo de cinta adhesiva transparente, por la parte de la calle, justo debajo de la plaquita con nuestro nombre y seña, ocultando la mirilla, cuadriculándola. Y, en mi peor román paladino, reza: Querido ladrón, ingrato, pese yo mañana sobre tu alma y caiga tu espada sin filo. Si me lo hubieras pedido te lo habría dado, lo regalan sobre pedido en el chino de la esquina. Te odia, P. Enemigo del espumillón y alérgico al villancico, mi sentido navideño siempre ha ido en dirección contraria, con gesto de limón y el entrecejo fruncido y la bilis palpitante. Quiere decirse que nunca hemos disfrutado realmente de este conglomerado temporal de turrones y salseras que llega en diciembre, pero empieza a molestar en octubre -un picor, unas luces y otro año al garete-, y a veces se prolonga hasta febrero (Paco, ¿ no crees que deberíamos subir de una vez el arbolito y las luces al trastero? Que el calor está derritiendo las ramas de plástico y me huele la cocina a motorhome de Maclaren hombrepordios) Pero, ay, el motorista me cayó simpático (ese bigotito ralo, esa camisa blanca años cincuenta, esos pantalones invariablemente negros, esa incapacidad átona tan oriental) y se me vino el alma a los pies cuando, detrás del arroz tres delicias y el pollo al curry, me obsequió un feliz 2008 con un precioso calendario chino de bambú lleno de dibujitos animales esquinados y carga histórica por un tubo. Así que, atentando contra mi naturaleza austera, minimalista, monocromática y unidireccional, abracé bien mi calendario de bambú y le fui buscando acomodo entre paredes y azulejos. Al cabo, la navidad me dio una solución: haría como toda esa gente que atiborra sus puertas con christmas y sus ventanas con papanoeles a punto de más infinitivo: sería uno más, al fin. Atravesé mi bambú con un lacito amarillo surgido muy ad hoc de la nada cajonil y, arrollándolo lo mejor posible, lo até torpemente al pomo de la puerta de velázquez seis, para que fuera así bienvenida y salutación a vecinos e invitados: feliz año, oh, forastero, parecía querer decir todas las tardes mi bambú cuando llegaba a casa y lo veía ahí, inamovible, sonriente, zoológico él, prudentemente oriental. Y es que, como bien anotó mi bro al verlo, mi bambú no era un calendario al uso, de esos que se consultan antes de salir como quien pone el canal del tiempo para ver si puede ahorrarse la ropa de abrigo en la maleta, no. Bambú era más oráculo que agenda, vaticinaba en vez de anunciar, pero siempre de modo retrospectivo y muy conciso.






Bambú era así, pero ya no más. Algún desaprensivo hijo de una meretriz se lo ha llevado sin dejar atrás una nota, o una petición de rescate, o un lo siento o tan siquiera el hilo amarillo que yo había usado para colgarlo. Quiero creer que el hurto es obra de algún vecino y que bambú cuelga ahora en la sala marchita de cualquiera de ellos, siendo reclamo para visitas y orgullo para sus nuevos dueños y alegría para todos. ¿Insultaría su recuerdo intentando otro pedido a La gran Muralla para así procurarme un sustituto? ¿Llevarán en cuenta los granmurallenses qué clientes se han llevado ya a casa su calendario correspondiente? ¿Por qué ya nadie usa el imperativo? Sea como fuere, creo que Bambú está triste: le han cortado las alas délficas, ya no pronostica a posteriori, le han cercenado su mayor virtud y ahora luce como otro vulgar trozo de madera con dibujos de monos y gatos y cerdos y gallos.

Thursday, December 13, 2007

Aljor, El quinto Elemento





Julia:


Adelante, pasen, pasen, bienvenidos a Feudalia, la feria medieval definitiva. Soy Julia, su guía. Los señores de Díaz Guindo y Arnáez Somosierra, ¿verdad? Les estaba esperando, ¿me permiten sus billetes? Gracias, es un mero formulismo, como eso de que somos la feria medieval definitiva, me obligan a decirlo, como si hubiera habido alguna otra antes. Además, jamás habrían atravesado el foso de los cocodrilos sin su entrada, claro. En fin, ¿han disfrutado del viaje en carro de bueyes?



Conchi (Señora de Arnáez):


Bueno, guapa, la verdad es que tengo heno hasta en el refajo, no sé, un poco incómodo, ese vaivén, esas carreteras en pésimo estado. Es todo tan gris, ¿verdad, Adolfo?



Adolfo (cruzándose una mirada de complicidad con Ricardo Díaz Guindo):


Fuiste tú la que te empeñaste en pasar unas vacaciones rurales, cariño, ahora no te quejes.


Conchi:


Rural sí, pero no tercermundista. Yo tenía en mente otra cosa, con calefacción y microondas y juegos de mesa, la verdad...


Julia:


Si me hacen el favor, el tiempo apremia y deberíamos empezar la visita. La primera parada es el taller de miniaturistas. Está al otro lado de esta puerta, adelante. Como verán intentamos cuidar hasta el más pequeño detalle, respetando las condiciones de luz, humedad y temperatura que se podían dar en una celda de trabajo de cualquier abadía de la época.


Rosario (Señora de Díaz Guindo):


Pero si hace un frío que pela, tenía que haberme traído el chal, Ricardo, mira que te lo dije. Y esos pobres muchachos ahí inclinados, ¿cómo pueden ver nada? Mira ese, Conchi, si hasta está morado del frío que pasa: cuando acerca la vela al pergamino se le ve el cuello como hinchado.


Julia:

Es la peste, señora, no el frío. Desde aquí no se distinguen bien los bubones pero a ese no le quedarán más de dos días de vida. Una lástima, es uno de nuestros mejores copistas, se sabe la Summa Theologica de Santo Tomás de memoria. Como recordarán, la peste fue la gran epidemia mortal europea entre los siglos XIV y XVIII. Pero no tengan miedo, aquí estamos protegidos, estos pasillos son una especie de burbuja esterilizada, no hay de qué preocuparse. Contamos, además, con un equipo médico de reconocida talla internacional. Y ahora, si me siguen, asistiremos, en la sala contigua, al ajusticiamiento de un hombre, sentenciado a vergüenza pública y al fuego, una condena típica de entonces, por dar culto a dioses paganos.

Conchi (agarrándose a su marido):

Musulmanes, Adolfo, ¡mira!

Adolfo:

Ya los viste en el tríptico que nos enseñó el de la agencia, no sé porqué te escandalizas ahora.

Conchi:

Ya, pero no sé, aquí son como más morenos, más diabólicos, fíjate qué ojos, está claro que es un adorador del demonio. Nos quedaremos a la hoguera, ¿no?

Julia:

No estaba previsto, la verdad, quizá se pierdan la visita del señor de estas tierras a sus vasallos, los ritos de la prima notte, las justas.

Rosario:

¿La prima de quién? ¿Y eso qué es lo que es?

Julia:

La prima notte, la primera noche. Cuando dos de sus siervos se casan, el señor tiene derecho a pasar la primera noche, tras la boda, con la reciente esposa y así poder desvirgarla. ¿No han visto Braveheart? Pues lo mismo.

Rosario:

¿Y los maridos no dicen nada? Ja, como que iba mi Ricardo a dejar que nadie me pusiera una mano encima y menos en la noche de bodas, a que no, Ricardo, díselo, díselo.

Ricardo:

Bueno, mujer, era otra época, otras costumbres, estaban obligados, la muerte les esperaba si osaban oponerse a la voluntad de su señor, tienes que comprender

Rosario:

¿Comprender?, ¿comprender? No tienes una gota de sangre en las venas, ¡melifluo!, que eres un melifluo. Yo me largo. Ven, Conchi, a ver si encontramos algún buenmozo caballero que nos ajuste las cinchas.

Wednesday, December 05, 2007

A Albert, poeta de minorías, también conocido como el tipo que vivía aquí


Volquemos poesía. Tanto tiempo que no navegaba versos que volteo cada página -un decir, lo de volteo, sería más acertado escribir cliqueo- con el estupor torpón de un primerizo en su noche de odas. Recordarás, bro, aquel tiempo de hortalizas en el que nos juntábamos en una de esas mesas enormes de la biblioteca del Milán y yo te enseñaba mis versos y tú fingías encontrar motivos para que siguiera trabajando (puliendo, puliendo era uno de nuestros verbos preferidos entonces, la navaja de limar asperezas) y luego me pedías que te recomendara alguna novela. Cruzabas el pasillo hasta la sección de filología porque nos gustaba una chica morena con cuello cisne que se pasaba las tardes detrás de un inmenso manual de literatura inglesa dieciochesca, y porque en Historia del arte está todo como desangelado y la gente es muy rara. Aún no salías de tu tortuoso noviazgo con pretensiones exclusivistas y desenlace alemán, pero ya en la mirada se te notaba cierto penar -y en la voz amarguras y en los hombros pesadumbres-. Nos conocíamos pero no nos conocíamos y en aquellas mesas entiendo que recomenzó todo: te urgía a Cortázar, a Bryce, a Auster, a que abandonaras un momento a Galdós (siempre tan rectilíneo, tú, convencido de la valía de lo historiográfico, de la necesidad de unas lecturas elementales, de que Azorín, de que las guerras carlistas; decidí tomar cartas en el asunto cuando te vi guardando subrepticiamente un ejemplar de Cartas marruecas en el fondo de tu mochila: cruza el atlántico, ché, te dije) Ahora me cumples treinta años y me da por regalarte una agenda 2008 de la Taschen con motivos hopperianos y este blog de versos y recuerdos.


Frecuentabas al poetastro profesor García M para que te diera una opinión sincera sobre tu antología (Raíces y alas, la he leído, ¿por qué abandonaste la poesía?) y mientras él escurría el bulto, pero te presentaba a Ángel González, yo te instaba a huir de la academicista sombra GarcíaeMeniana porque nada bueno podían hacerle a tus versos ese conglomerado de correveidiles y afectados vates. Lo tuyo es poesía de chigre y melancolía, dije yo alguna vez, de ponme otra copa de ron, Julio, que voy a olvidar a esta zorra a golpe de hielo, vive dios. Y ésa, mal que bien, no la encontramos nunca en los pasillos de nuestra adorada universidad. Quién nos iba a decir entonces que acabaríamos viviendo aquí, a un puñado de metros del 13, donde el café con nicotina te iba quitando las ganas de volver al aulario para asistir a clase de teatro del siglo XX. Dejaste de escribir porque no se subieron al tren en el último segundo para abrazarte con un beso postrero, porque el castillo de las princesas de cuento lo habían derrumbado el frío y la indiferencia y Deutschland, Deutschland; pero, ¿por qué dejaste de escribir, cretino?


Los versos, la vida. Dejé de jugar a ser poeta entre aquellas paredes recién pintadas. Todo olía a nuevo en filología y yo iba de un lado para otro con mi antología de Miguel Hernández y mi mochila de Cacique. Mis manos no se hicieron para volcar poesía, dita sea. Así que un buen día me puse a escribir tontocuentos y primeros capítulos de novelas ropavieja. Aparqué la poesía, la dejé en manos de los que sí sabían: Góngora, Hernández, González, Cernuda, Salinas, Neruda, Benedetti. Precisamente Benedetti, ya ves tú, se enfrentó un día a la típica pregunta de cualquier aprendiz de periodista, Maestro, ¿cómo sería un mundo sin poesía?, contestando mágica, simplemente: Un mundo en prosa. Así se habría de llamar mi novela, pensé entonces, pienso ahora: un mundo en prosa. Y que otro año más le hayan dado el Cervantes a cualquiera. Escribe, tarugo, vuelve al verso retorcido y agónico, rescata las malditas aliteraciones del amor primaveral, intenta renacer el floripondio pastelero del aire suave de pausados giros, que no sea yo el único que recuerde que las saetas de su ausencia, sangran tu nostalgia. Ahora que aún estamos a tiempo de disfrutar esa vida de pedazo de queso y botella de vino, con lumbre y versos, que pergeñamos a fondo durante aquellas tardes de invierno universitario y que ahora parecen tierra, humo, polvo, sombra, nada.












Benedetti, Soneto kitsch a una mengana

Yo/ fulano de mí/ llevo conmigo
tu rostro en cada suerte de la historia.
Tu cuerpo de mengana es una gloria
y por eso al soñar sueño contigo.
Luego/ si el sueño acaba te persigo
soñándote despierto/ es una noria
que rodea tu eco en mi memoria
y te cuenta esos sueños que te digo.
Así/ sin intenciones misteriosas
sé que voy a elegir de buena gana
de mi viejo jardín sólo tus rosas.
De las altas ventanas tu ventana
de los signos de mar tu mar de cosas
y de todo el amor/ tu amor/ mengana




Monday, November 26, 2007

En Velázquez seis estamos de luto porque han despedido a Emma Clarke, la voz del metro de Londres durante los últimos ocho años. Si de Roma nos vinimos recordando hasta la saciedad que lo más probable es que ahora toque una uscita lato destro, de Londres volvimos con el archifamosísimo Mind the gap en los labios -y lo repetíamos sin venir a cuento, ¿te acuerdas, bro?, hasta la cansina náusea-. El delito cesatorio de la señorita Clarke ha sido, según parece, el de llenar su página web con grabaciones paródicas del tipo: "¿Podría el pasajero de la camiseta roja que simula leer el periódico, pero que en realidad está mirando el pecho a aquella mujer, dejar de hacerlo, por favor? Usted no engaña a nadie, usted es sucio pervertido". (Aquí cabe un supersic: extraigo este pedazo directamente de El Mundo, no he encontrado el original para destrozarlo a mi manera, pero en castellano uno de los dos usted de la última frase sobra, sino los dos; tal vez así sonara mejor: "No engaña a nadie, es usted un sucio pervertido") Me ha sido imposible acceder a la fuente original pues la página web (http://www.emmaclarke.com/) está completamente saturada -a los dirigentes del metro les horripila el sentido del humor de la Clarke pero parece que al vulgo le entusiasma; seguro que pronto hacen la película: viendo la foto de Miss MindtheGap, que tiene un algo de invidente en la manera de enfrentar el micrófono y tocarse los auriculares, algo entre el hijo de los Goris de Fraguel Rock y Steve Wonder, yo pondría a Barbra en el papel protagonista-. Otra voz silenciada a destiempo, en fin.








Y a vueltas con el inglés, me he pasado toda la semana librando cruentas batallas contra virus y bacterias, por el día, y sufriendo de lo lindo con los herederos de Tom Builder en la segunda parte de Los pilares de la tierra por las noches y bien tapadito y sudando de lo lindo -no sé si más por los virus que por los malvados caballeros sajones o al vesre-. World without end, que se llama al angelito (un mundo sin final, interminable, inacabable, inconsumible, eterno como el libro mismo): otras mil páginas de perrerías y venganzas. Alguien debería bajarse en marcha, coger de la solapa al señor Follet (Gaylo Follet?¿) y decirle: ¿no había dado vida ya a suficientes personajes maniqueos en las primeras mil que tuvo que doblar su apuesta? Diablos, es que son tan sumamente malos que ni siquiera llegas a disfrutar con su comportamiento demoníaco. Eso sí, creo que es el libro en el que más veces he leído la palabra "deserve" en mi vida, tanto que ahora uso ese verbo con una soltura envidiable. Corresponde, creo, al pronominal castellano "merecerse": en esta puta novela la gente no para de merecerse cosas, qué angustia de Moyen Age, pardiez, todo el mundo colgándose medallas -sobre todo los maloides- y retractándose contritamente de sus actos fuera de lugar -esto para los buenistas, esas almas caritativas-. Desde otro punto de vista es frugalmente entretenida y, si te saltas los trocitos -culpable, culpable, I deserve extra punishment- en los que te aburre contando cómo va a cruzar los pilares para que la tierra, o un puente, se sostenga, alcanza el 6,5 sin agobios.








Mientras entregábamos esta tontería a la imprenta, he encontrado otra de las joyas de la señorita Clarke: 'Residents of London are reminded that there are other places in Britain outside your stinking city and, if you remove your heads from your backsides for just a couple of minutes, you may realise the M25 is not the edge of the Earth.' La cosa promete, esperemos a que su página web se relaje un poco para entrar a saco.






















Sunday, November 25, 2007

Aljor 4.0


Hola, buenos días, ¿señora de González y Heredia? ¿Es usted? Ah, genial. Bueno, mire, verá, le llamamos de Secuestros y Extorsiones. Sí, y Extorsiones. No, no se preocupe: es una mera formalidad. Estábamos repasando los archivos del mes de Mayo y en el ordenador consta que aún no han hecho efectivo el pago correspondiente a ese mes. Sí, Mayo. No, lo hemos repasado e, incluso, hemos buscado el recibo físico y, ya le digo, no consta que hayan pagado. En confianza, señora de Heredia, me sorprende viniendo de su marido: siempre ha sido un excelente pagador. ¿Demora? No, mire, nosotros no somos Hacienda, no demoramos los pagos ni multamos los retrasos, no. Nada, en principio un equipo de técnicos especializados tendría que haber secuestrado a su hijo hace un par de horas, sí. Claro, por eso lo programamos para hoy, aprovechando que usted tenía clase de esgrima y su marido está de viaje: era el momento ideal. A la salida del colegio, sí, en una furgoneta. No, no, no se preocupe, solo le harán el daño necesario; créame, trabajamos con los mejores profesionales. Sí, lo entiendo señora de Heredia, hasta que no vuelva su marido, sí, lo supusimos. ¿De cenar? no lo sé, la verdad, otro departamento se encarga de eso yo no estoy autorizada a. Claro, espere que lo anoto aquí: alérgico a la lactosa, bien. ¿Dirección?. Pero. ¿Qué es lo que quiere mandar? ¿Zapatillas, la play? Oiga, señora de Heredia, esto no es una excursión a Eurodisney, como comprenderá, intentaremos que su hijo vuelva con los menores rasguños posibles y ¿Volver? Por supuesto, en cuando el banco nos dé el ok depositaremos a su hijo, maniatado y con la cabeza enfundada en un saco de tela blanco, en un lugar que le indicaríamos sobre la marcha ¿Cómo? Sí, yo misma le llamaría o Silvia, la del turno de noche, porque todo esto puede hacerse de noche para evitar, digamos, que sea demasiado evidente. Y ahora, si me disculpa, tengo que colgar, ha sido un placer charlar con usted, señora de Heredia, Julia, sí, Julia, pero tengo alguna otra llamada que realizar y. Sí, daré el recado para que se lo recuerden, los dientes son fundamentales, claro, qué me va a contar a mí, tengo una pelea con Paquito, el mediano, que no se me lava los dientes ni a tiros, como lo oye. En fin, ya por último, antes de que se me olvide: ¿ha recibido la postal navideña que le hemos enviado? Sí, esa, la del tipo borroso con los ojos azul eléctrico, ¿no es preciosa? No, no, pero lo parece, ¿verdad?: no es un modelo, es uno de nuestros secuestradores, A. C., entre nosotras, tiene a las chicas de la oficina loquitas por sus huesos. Bueno, señora de Heredia, Julia, sí, lo dicho, cuídese y un placer conocerla. Nada, nada, a mandar, ya conoce nuestro lema: le vigilamos para que no se olvide de pagarnos. Un abrazo, adiós, adiós.

Thursday, November 22, 2007







En la muerte de Fernán-Gómez












No soy amigo de los panegíricos de doble columna con llanto amargo y figura egregia, ni del recuerdo de viñeta entintada repleto de alabanzas, caricaturas y guiños, ni del epitafio facilón al pie de una guitarra edulcorada sin mesura con todo tipo de adjetivos apologéticos y loas varias(no soy amigo de nada, pareciera) Aunque parte de mí lo desee, no creo tampoco que haya que silenciar la muerte para, obviándola, evadirla, si no se habla de ella no existe, shhh, shhh, tabú. Se nos ha muerto, como del rayo, Fernán-Gómez y ya gimotean las plañideras de turno con noticia a toda página y un especial en el interior. Su hueco, leo, no lo podrá rellenar nadie nunca -como el hueco de cualquiera, pienso: al menos no con igual precisión-. La mortalidad se nos hace más patente cuando uno de los grandes cae y se convierte en polvo del camino: la distancia cebollosa del papel couchè nos permite la reflexión, la exégesis y el Omnia mors aequat (la reflexión, calculo, es siempre hija aventajada del desapego, una fría sopa gelatinándose en un cuenco) Inevitablemente mortal como tú, lector, repaso con gotitas de nostalgia la presencia de F-Gómez en mi vida como si así lo fuera a hacer la gente en mi misma muerte: conocí a Pablito y nunca fue mejor que aquel día en el que. Pura vanidad aunque a eso aspiremos, supongo: caerá el cuerpo pero la huella permanece, la huella de las biciletas que siempre serán para el verano pero, sobre todo, la de un viaje que no nos llevará a ninguna parte. Entiendo que no hay mejor homenaje que echarse un trago al coleto, ajustarse la bufanda y, gesticulando, gritar: "A la mierda"






El autocar lleno hasta los topes, se arrastraba penosamente, cruzando la inhóspita llanura, camino de Cabezales. Mi padre, en uno de los asientos delanteros, había pegado la hebra con su nieto.
-Tiene veneno, ¿sabes?, el teatro tiene veneno...Un no sé qué, un misterio. Hay gente que dice: voy a probar, un año, dos, y si me va mal, me dedico a otra cosa. Y luego no lo pueden dejar. Tiene veneno. Haces reír a la gente, les haces gozar. O llorar, según tú quieras. Tienes que aprenderte párrafos de Benavente. Y, como es lógico, algo se pega. Los cómicos somos una casta privilegiada, de verdad.
Y bajó la voz para susurrarle a la oreja, lleno de orgullo y desprecio
-No tenemos nada que ver con estos palurdos que ves aquí, en el autocar.


El viaje a ninguna parte, F. Fernán-Gómez














Artista: Enrique Bunbury
Album: El Viaje a Ninguna Parte

Canción: Canto (el mismo dolor)

Canto porque me levanto siempre con las mismas penas,
con las heridas abiertas que siguen sin cicatrizar.
Vago por las veredas, por desiertos, por la selva,
surcando los anchos mares, hacia ningún lugar.

Canto porque me canso de dar explicaciones,
no tengo soluciones, ¿para qué tanto preguntar?
Salto de cama en cama, de boca a boca, de falda en falda.
No vuelvo por donde vine, nunca miro hacia atrás.



Y no hay mejor ni peor, pues con la gente que tropiezo,
sufren del mismo dolor, están igual, el mismo dolor.
No hay mejor ni peor, si estás quieto o en movimiento,
sufres el mismo dolor, estás igual, el mismo dolor.




Canto porque me harto de lugares concurridos,
de esquemas aburridos para conseguir seguridad.
Parto de aquí a otro lado, crías cuervos, y te comen los ojos luego.
Canto porque me levanto, siempre con las mismas penas.


Y no hay mejor ni peor, pues con la gente que tropiezo,
sufren del mismo dolor, están igual, el mismo dolor.
No hay mejor ni peor, si estás quieto o en movimiento,
sufres el mismo dolor, estás igual, el mismo dolor

Saturday, November 03, 2007

Mi tercera colaboración en Aljor -fotos y cuentos- me esperaba sobre la mesa. Esta vez, la foto escogida quería ser una vista de Madrid desde un avión aproximante pero para mí era una visión vagamente hubbleliana de la constelación de Andrómeda. ¿Sería capaz de enfrentar, al fin, mi primer relato de ciencia ficción? Consultando mis notas, rescaté una vieja idea para una novela espacial y la fui amoldando a tamaño blog. Subí la foto, preparé el tríptico habitual, me hice unas palomitas y me puse manos a la obra, colando de fondo la fascinante interpretación llevada a cabo por Glenn Gould de las variaciones Goldberg de Bach. El relato-blog de tres cuerpos se iba a llamar Los de atrás y contaba la historia de un tipo obsesionado con el concierto para violín y orquesta op. 35 de Tchaikovsky, que se enrrola en un proyecto de la NASA para fingir experimentalmente la colonización de un planeta, el XJ14. Educado en la ciencia ficción por Isaac Asimov, la idea -en teoría- me habría de permitir desarrollar una de los frustrantes miedos que me atenazan por las noches y me dificultan el sueño: no viviré para ver el futuro (no, al menos, el que yo quisiera vivir: uno en el que el viaje intergaláctico tripulado sea posible y verosímil decir que estás en PuertoMarte sin Hilda)





Y es que el futuro no es como me lo han contado: los coches siguen caminando pegaditos al suelo , no hay vida orgánica alejada del carbono y representada por seres verdeamarillentos con brazos pseudopódicos y bocas varias, y el colonialismo planetario parece hoy más que nunca técnicamente imposible. Defraudados por la realidad, lo escritores de CF se ven condenados a uno de dos mundos posibles: o mutan o desaparecen. Yo, intentaría presentar un relato mutante de impagable deuda orwelliana, repleto de engaños, vaporizadores y 1714 cámaras de televisión ocultas. El prólogo histórico iba a ser lógicamente breve y carente de tecnicismos y explicaciones atómicas: inesperada debilidad solar, sucesivas edades de hielo, necesidad urgente de mudanza. Desde ahí, una estafa granhermano: pruebas de selección, cincuenta elegidos, duro entrenamiento. Para el viaje, dos años de hibernación que, en la práctica, serían cuatro horas de plácido viaje hasta los estudios de la Dreamworks en New Hampshire.


Incluso tenía preparado el primer párrafo del libro: "Ahora quiero creer -pero es mentira- que, cuando salimos del pabellón central para verlos despegar (y se oyeron risas y voces, ruidos de besos lanzados al aire y algún volvedpronto), ya noté alguna mirada de reojo y de complicidad entre los que se iban quedando rezagados, remoloneando, y que fueron los primeros en volver a la ciudad -aunque aquello no era una ciudad- y a los que solemos llamar Los de atrás. Pero eso sería luego, luego habría motivos para desconfiar, para el recelo, para creer que. En aquel momento de excitación y nostalgia y nervios, la mayoría solo acertamos a quedarnos embobados, con la mirada fija en la popa de la nave que pronto fue humo gris negruzo y, al cabo, un puntito en el cielo y finalmente nada (y los más decididos o fanfarrones -empezábamos a conocernos y entre nosotros se había establecido una especie de pavoneo flirteante un tanto alocado- juraban que aún podían ver la estela de la Queen Silvie por entre la silueta de las dos lunas contrapuestas de XJ14) Al regresar al pabellón central me fijé en el cartel de bienvenida que habían colocado justo en el lugar donde empezaba la señalización amarilla y la calle mayor se convertía en pista de despegue: Bienvenidos a Twintown, Asimovland. Lo rocé al pasar con un dedo y me pareció latón o algún material similar: como todo en aquel planeta era básicamente terrestre, acondicionamiento, al parecer, necesario para que no nos sintiéramos abandonados del todo: los campos olían a trigo pero no había trigales, el aire sabía a salitre sin mar, las afueras apestaban a caucho sin fábrica de neumáticos: unos aspersores olorosos que soltaban breves ráfagas incoloras de gas salitre -o caucho, o trigo, o atasco en hora punta, o alquitrán, o ferrocarril- situados estratégicamente, mantenían a raya nuestras melancolías olfativas. Seguí tocando todo lo que encontraba a mi paso -un árbol, una formación rocosa con musgos, un enorme ciervo de peluche (al que los tipos del doce C llamaban animadamente Blandy) digno representante de la fauna local"


Y releyéndolo produce cierto alivio saber que nunca será escrito.

Friday, November 02, 2007


Yo sería un fantástico cadáver flotando en el agua, bocabajo, de esos con gabardina y sombrero de ala ancha y zapatos de tafilete, asesinado tal vez por un ajuste de cuentas tendría un agujero de bala a la altura del pecho -sin orificio de salida: me habría arruinado la camisa de dos mil dólares Pierre Cardin, de seda, pero la gabardina aún se podría utilizar- Supongo que me dispararían al salir de Antonello's y sería sencillo: soy un hombre de costumbres, es fácil seguirme la pista: los lunes, a las dos, spaghetti boloñesa -ay, Ricardo- y una botella de vino de Chianti, conservada en una nevera especial para vinos, a nueve grados. Tendrían un francotirador apostado en la azotea del edificio de enfrente, rifle de mira telescópica apuntando al corazón, silenciador, casi ni me daría cuenta: un dolor agudo e intenso, mi nombre gritado por Lola, la buscona hispana de turno; y luego nada. Llegarían en un C 220 negro, me cogerían entre dos (probablemente Piero y Gian Luiggi, los perros favoritos de Papá) y me meterían en el maletero. Se bajaría la ventanilla lo justo para que apareciera una mano enguantada que, con marcado acento napolitano, diría: "la puta también se viene" Lola, congelada por el shock, no opondría resistencia alguna: mejor: si jugaba bien sus bazas tal vez lo peor que le podía pasar era tener que aguantar el aliento fofo mentolado de Papá Corsino en lugar del mío, la gente cambia de bando, sucede constantemente. Nadie vería nada y yo ya estaría muerto: mi camisa olería a pólvora y a sangre como si me hubiera caído un poco de salsa boloñesa o, peor, el camarero me la hubiera derramado al servirme: y sería lo último que serviría en su vida. Vendrían hasta este extremo del puerto deportivo ya de noche (nocturnidad innecesaria pues la policía local ve y oye lo que Papá Corsino quiere que vea y oiga) y más que desprenderse de mí me depositarían con mimo: no querrían que una corriente o un barco despistado arruinaran su obra de arte: mi muerte era una advertencia: así trata Papá a los soplones. Y así luciría mi gabardina al día siguiente en primera plana: desplegada, oscurecida, empapada, inerte. Lucio Spadafucile encontrado muerto: la policía cree que se trata de un atraco.

Papi, dice mamá que si te has quedado dormido, que me lleves a tomar un helado. Papi, quiero un helado, papiiiiiiiiii


La foto procede de www.fotolog.com/editorialaljor y es una idea fotonarrativa de J C-A, también conocido como el hermanísimo. En ese espacio se encuentran las visiones primeras a cargo del sr Baxter, convecino y sin embargo amigo. Pronto el tercer relato.

Tuesday, October 30, 2007





Buttercup: We'll never succeed. We may as well die here.






Wesley: No, no. [still gasping] We have already succeeded. I mean, what are the three terrors of the fire-swamp? One, the flame spurt - no problem - there's a popping sound preceding each. We can avoid that. Two, the lightning sand which you were clever enough to discover what that looks like, so in the future we can avoid that too.






Buttercup: Wesley, what about the R.O.U.S.'s?






Wesley: Rodents Of Unusual Size? I don't think they exist.






No me parezco al gemelo que me devuelve el espejo y que veo y remiro y al que constantemente saco defectos y taras y nuevas canas: no me siento parecido a ese que me mira y cuya diestra debiera ser idéntica a mi mano izquierda. A veces, rayuélicamente, toco en el espejo bultos e inferioridades que no encuentro en mi propio cuerpo y me pregunto -acercándome acaso a Borges así- si no seré yo la ficción de ese hombre (y el sustantivo es exagerado) que atentamente me mira y estudia, o será él la mía, el protagonista de la novela de mi vida (y al que, por tanto, espera una muerte segura en el transcurso de esa novela, o en su final: no tengo pensado morirme a no ser que lo haga en un libro) No soy yo el del espejo: es más bien mi exageración, mi remedo, mi marioneta, tal vez mi trasunto, pero definitivamente no yo. Quizá sea la resultante de la elongación excesiva de mis defectos y virtudes -si hubiere-, mi presentación maniquea. Todo esto pensé al encontrarme con Tim Robbins el viernes pasado por la tarde, al salir del DIA con la compra semanal: aunque no era exactamente Tim Robbins: un poquito más gordo y algo más bajo, vestía un mono blanco de pintor de brocha gorda con monotirante, sobre jersey de lana y botas rockeras: no era Robbins, en fin, pero quizá sí su doble o su caracterización para emular a un pintor en su próxima película: el pelo y los ojos son inconfundiblemente suyos, no hay error.










Esto, ya digo, sucedió la otra tarde y desde entonces le estoy dando vueltas a la cuestión de los dobles, tan manida en la historia de la literatura universal. Creo que fue Unamuno el que mejor -y más tediosamente- reflejó esa esencia duplicada que todos tenemos, las dos caras de la moneda, Caín y Abel bajo la misma máscara, bondad y traición. Lo del espejo, hay que reconocerlo, es un recurso facilón, aunque muy útil para provocar ciertos desdobles. Y no ha sido hasta hoy que he encontrado el aglutinante perfecto para poder hablar de estas cosas sin sentirme un perfecto estúpido: esta mañana, al abrir el portón del almacén para inaugurar otra jornada más en la granja de pin y pon, me he encontrado con la megarata que lleva dos semanas dándonos esquinazo y usando las trampas para jugar a la petanca, y el veneno para sazonar comidas. Era el único que aún no la había visto y a fe que es del tamaño de un diplodocus: enseguida pensé en los ROUS's , claro, en los Rodents Of Unusual Size, los RAG de la versión en castellano de The Princess Bride, los roedores de aspecto gigantesco. Fue entonces cuando volví a sentirme duplicado, como el viernes frente al espejo: podría contarle a los demás que había visto por fin a T-Rat pero a nadie podría decirle que me sentí un poco como Weasley en el Pantano de Fuego y es que, desde que Albert se largó de Prekol para vender enciclopedias, soy dos personas: el que trabaja y el que cuenta.




Y a mis inseguridades, una más: el otro día un peugeot 206, alocadamente pilotado por una señora de mediana edad, se empotró de lleno contra los matorrales que rodean el patio prekoliano, con el subsiguiente revuelo de guardiaciviles, ambulancias y morbosos viandantes. Al día siguiente vi una foto del siniestro en las páginas interiores de La Nueva España: en la esquina superior izquierda, testigo mudo, aparece la parte trasera de mi coche aparcado. La indignación fue total: mi coche salía en los papeles y yo no. Llevo unos días padeciendo el síndrome Conan-Doyle, o el Agatha-Christie: ambos tuvieron que ver cómo sus criaturas alcanzaban mayor fama que ellos mismos. La relación entre criatura y creador no es más que otro caso de duplicación especular que eleva mi Yaris a la altura de un Sherlock Holmes o un Hercule Poirot: no sé qué tal se le dará a mi coche resolver crímenes pasionales o robos furtivos aunque, eso sí, no tengo intención de acabar con su fama matándolo, ni siquiera por celos, es más mono...












Sunday, October 21, 2007

Hoy he estrenado la estufita para pies de aire caliente que usamos, como chocolate para sexo, a modo de calefacción en Velázquez seis. Como al final ninguno de los planes de mudanza y expansión han llegado a buen puerto, nos disponemos a atravesar otro invierno de penurias y congeles, sumamente cigarras: cero recolección, despensas telarañas y unos guantes raídos. Inaugurada, en fin, la temporada otoño/invierno 2007/2008, entiendo que en otros lugares la gente andará empaquetando monokinis y camisetas de tirantes y desempaquetando anoraks y jerseis de cuello vuelto. Nosotros, que no somos como los demás, disponemos de un armario monofondo repleto de ropa de entretiempo (calculamos que el mundo comenzará a darnos la razón cuando el cambio climático convierta la vida en un otoño perenne con ventiscas y mala leche), así que ahorramos en cajas para ropa lo que nos dejamos en kilowatios/hora, qué derroche compensatorio. Sea como fuere, la sociedad Baxter&Cortázar adora este tiempo de castañas que comienza con octubre y que durará, si Thor permite, hasta que a Albert le dé por alcanzar al fin la treintena y todo huela a turrón, a bombillas de colores y a felicidad ficticia.









Creo que ya he hablado en otra parte de mi prematura llegada al mundo, de cómo, cuenta mi madre, ni siquiera le había dado tiempo de llegar hasta las escaleras del sanatorio Begoña, apenas siete meses y medio después de comenzada mi gestación, y ya me iba deslizando pierna abajo en busca de mi primera bocanada. Hoy, veintinueve años y catorce días después, sigo disfrutando del pequeño placer de respirar mientras ese otoño lo va invadiendo todo con sus heladas matutinas y sus hojas como alfombras. Largos días han durado los festejos conmemorativos de mi vigésimo-noveno aniversario y uno se siente un poco como Bilbo Baggins cuando, poco antes de comenzar su tan esperada fiesta de cumpleaños, le confiesa a Gandalf -o quizá es que se lo advierta o solo se lo asegure-: This will be a night to remember. A fe que lo ha sido: estoy celebrativamente agotado, necesito darme al pause, regenerar energías.









Entre tanta celebración nos ha ido dando tiempo a perfilar el fin de año más esperado de los últimos lustros: el club qtal al completo -menos andrés, que se quedará para vestir santos y negociar hipotecas, venga- coge las maletas para recibir el 2008 en Trafalgar Square: matasuegras, descocadas y ambarinas londinenes, puede que nieve. Para Velázquez seis será, el esperado regreso a Howard's End, la culminación de un año sorprendentemente móvil (no me llaméis tanto, que se saturan las líneas) que actuará como prólogo del planeado y transoceánico y anheladísimo viaje del año próximo: NY, échate a temblar.

Thursday, October 11, 2007


Antaño, cuando el mundo era más civilizado y aún se podían comprar garrafas de medio galón de whiskey en la trastienda de la taberna de Peacock, había un camino empedrado que iba desde la estación hasta Main Street: todavía recuerdo el revuelo que provocó en el pueblo la llegada de los camiones rojos de Transfer Ltd. y cómo los chiquillos se agolpaban en el andén para ver trabajar con la pala y el azadón a Bob Armsfield y a los muchachos del aserradero, repartiendo la grava que descargaban los camiones. En aquel entonces todavía llegaban dos trenes a Stovington: el de las doce, impuntual como una dama irlandesa (si ello fuera posible), y el de las cinco, el mercancías. Si la epidemia de gripe noruega del 67 no se lo hubiera llevado consigo primero, al pobre Bill Fivepence, el casero de la estación, lo habría matado el disgusto de ver cómo la maleza ha ido creciendo por sobre los rebordes del viejo camino empedrado y cómo la civilización lo ha convertido en una jungla de latas de cerveza, preservativos y envoltorios de donuts.
Ahora apenas quedan rescoldos de aquella vida de estación en la que el tren era el progreso, el cordón umbilical con el que Stovington se alimentaba de la gran ciudad. Los bancos de madera -hinchados por la humedad, envejecidos, carcomidos, pintarrajeados-, la casa de las herramientas y la estafeta de correos aún permanecen en pie, al igual que la farola en la que Ethel Nithtingale rechazó al pequeño de los Winmasour delante de medio pueblo. Largos años se habló de aquel desplante, de cómo el joven Raphael se había alistado al día siguiente, de las cartas que aún le mandaba desde el frente y que Ethel guardaba sin abrir en una caja de sombrero parisino, de las exequias y la bandera a media asta y el luto oficial que duró una semana, aunque Miss Nightingale se lo pasara por el forro de sus enaguas largándose de juerga a la ciudad con Nick Cavel y sus amigotes. Sí, hay cosas que siguen en pie pero no son ni siquiera sombras de lo que fueron entonces: no conservan su vitalidad, ni su empaque, ni su magia. Yo sigo aquí, como antaño, más viejo y agraviado, más sucio, con las letras apagadas y ya inservible: no quedan trenes a los que dar la bienvenida a Stovington: hace años que no se detiene ninguno ante este cartel de estación.
La primera -y mucho mejor- versión de este relato se encuentra en el blog de mi bro www.tommybaxter.blogspot.com (si escribiera más, ay). Ambos están confeccionados a partir de una foto del menor de la saga, www.fotolog.com/editorialaljor

Friday, September 21, 2007






La irrealidad fluye a borbotones estos días, tanto dentro como fuera de este amasijo de curvas que algunos llaman P. Mientras le daba vueltas a un cuento para niños sobre un spaguetti con ojos llamado Ricardo, me metí en la boca un trozo de pizza cuatro quesos recién horneada, con los consiguientes resultados catastrófico-geológicos: la parte izquierda del cielo de mi paladar comenzó a tomar consistencia de falla de San Andrés a punto de dar a luz al big one. Entre tanto y no, llevo una semana masticando con el lado derecho y no ha sido hasta hoy que empiezo a notar cierta cicatrización fallera. Por otra parte, acaso eslorado por las circunstancias, mi cuerpo empezó a trabajar de más con el lado derecho y los efectos no se han hecho esperar: el sábado, mientras le daba los últimos retoques a mi pequeño botellón casero para amigos de los niños, apliqué tanto estropajo a un vaso de sidra que lo partí en dos, seccionando, además, en el ínterin la zona supraíndica -id est, la que habita en la zona donde el índice se convierte en nudillo, puño de carne- de mi mano derecha. Mientras intentaba superar el hecho de que estaba dilapidando la última noche sanmateita en la sala de cuidados primarios del centro de salud de la lila, pensé que mi vida había dado un giro tan inesperado como inadmisible (aprendería, empero, a comer con la zona derecha de la boca y a masturbarme, espero, con la izquierda) aunque más que giro era torsión.






Así los hechos, también pensé que jugaría mi última carta flirteante allí mismo, con la doctora de guardia encargada de mi caso: empecé a coquetear descaradamente con ella -que, si no guapa, era cuando menos vagamente femenina- y creí que la cosa daba resultado cuando me pidió, dulcemente, que me bajara los vaqueros, corazón. Pero no debía ser mi semana de la suerte: el único contacto epidérmico entre la vagamente femenina doctora y servidor de ustedes fue a través de una aguja hipodérmica de dimensiones tiranosáuricas. Recuerdo tetánico, dijo y cuando me incorporé no pude evitar mirar sus pechos. La noche se me fue entre mareos y mareas -de gente, se entiende-, relatando hasta la náusea cómo me habían sacado desde la catedral en ambulancia, cómo la gente me miraba con cara de ahívaotrocomaetílico, cómo saludaba al personal al pasar con porte regio y baño de sangre.






Total, que es en casos así cuando uno desearía ser estadounidense de pleno derecho. O eso me dije cuando, el pasado miércoles, la Corte del distrito de Douglas, Nebraska, admitió a trámite la querella de Ernie Chambers (a la sazón senador de dicho estado sureño) contra Dios. Pero no contra Dios Williams, un granjero setentón de los de sombrero, paja en los labios y ukelele a juego, no. Contra Dios, el creador, el de te meto un rayo por el culo como pronuncies mi nombre en vano. Brutal. Es decir, ¿por qué no se me había ocurrido a mí antes? Una de las imágenes más recurrentes en velázquez seis cuando las cosas no funcionan, es la de nosotros con el puño en alto mirando al cielo y clamando: ¿es ésto todo lo que sabes hacer? Te quejas, a veces amargamente, piensas: "oye, tío, contente un poco, cabronazo, danos un puto respiro, anda", pero de ahí a querellarte...es simplemente magnífico. Ante la imposibilidad de que Dios se presente en el proceso, se cita a los representantes de "varias religiones, denominaciones, y cultos que, de manera notoria, reconocen ser agentes del demandado y hablan en su representación". ¿No es genial? El demandante reconoce que ha hecho "razonables esfuerzos" para invocar al demandado, con llamados de "manifiéstate, manifiéstate, donde quiera que estés", aunque sin éxito. Ojalá lo empapelen, en fin, y tenga que dar cuentas de todas sus tropelías, abusos y crímenes contra la humanidad.






La ficción sigue adueñándose del mundo, queridos todos, nada se puede hacer para detener su avance.

Monday, September 10, 2007



No abrió el dossier enseguida: esperó a que Matellán diera un par de vueltas por la habitación, encendiera un cigarrillo, tuviera claro lo que iba a decir: Stacey Salazar, dominicana, treinta años, dijo, es la penúltima víctima del violador del diccionario y la única que ha vivido para contarlo, aunque en realidad esto último no es del todo cierto: vivió, vive, pero es incapaz de contar nada: habla, pero su discurso se limita a una serie de palabras sueltas sin sentido aparente. Está todo ahí, doctor. Pájaro, cometa, tenedor, alcoba, dice a veces; aunque otras su carga léxica es algo menor, y dice: adecuado, rojo, vital, volitivo. Está como en una especie de shock postraumático de la que no podemos despertarla, estamos desesperados, doctor, hágase cargo: tenemos que coger a ese cabrón. Me han dicho que quizá usted pueda ayudarnos, que es una especie de curandero de lo lingüístico. ¿Qué dice? Puedo sacarle de aquí, si nos ayuda.






¿Así que ahora soy doctor? Creí que me habían encerrado precisamente por fingir serlo. Pevarelo decidió jugar un poco con aquel tipo: necesitaba resarcirse después de tres meses encerrado en aquella ratonera de dos por dos, vigilando siempre su espalda para el que de la ciento doce no le practicara cualquier tipo de gigantismo anal sin ungüentos ni nada. Abrió el dossier, pasó alguna página con desapego, con desgana, con desidia, incluso con abulia. No sé, dijo después de unos minutos, no se parece a nada que haya visto: me parece improbable que pueda ayudar a esta pobre chica o a usted, Matellán.






No me joda, Pevarelo: todo el mundo dice que es usted el mejor, tómese su tiempo, mire bien las palabras, quizá a usted le digan algo, están anotadas en la última página, ¿ve?: rotulador, cordero, penique, desfibrilador. Pevarelo regresó al dossier y fingió estudiarlo con mayor detenimiento: sí, dijo al fin, qué interesante: cada grupo de palabras pertenece a una categoría, ¿no lo ve? Sustantivos por un lado, adjetivos por otro; aquí adverbios, allá pronombres. Creo que sé lo que le sucede: el trauma -la violación, la paliza, el meñique perdido- ha sido tan grande que su realidad se ha desestructuralizado: comprende el mundo, lo conoce y sabe nombrarlo, pero no establece las relaciones sintácticas necesarias para construir significados completos, aisla cada grupo por separado como si quisiera aislarse a sí misma, huir de todo, no crear lazos. Pudiera ser una variante atípica de la enfermedad de Saussure. Está bien, Matellán, les ayudaré: sáqueme de este agujero.



¿Sasug?, malinterpretó Matellán, ¿quién es? ¿algún médico húngaro, especialista en insuficiencias cognitivas? Pevareló se río y, mientras empezaba a empaquetar sus cosas, dijo: me cae usted bien, Matellán.

Tuesday, August 28, 2007






El día en el que el concejal de urbanismo, José Enrique Ledesma Campo, murió, todo el mundo comentó lo buena persona que siempre había sido, lo zorra que era la vida llevándose siempre a los mejores y lo nadie que somos todos en casos así. Empero, no se había enfríado aún su cuerpecillo diminuto en la correspondiente caja de pino, cuando ya voces disonantes comenzaron a marchitar su recuerdo mediante ácidas diatribas, aireadas diariamente por la prensa local. Desde las esquinas más neoliberales del pensamiento (único) gijonés se exigieron elecciones anticipadas previa anulación de la Ley Ledesma para calles y plazas y el derribo de la nueva rula, que el buen señor había obligado construir con planta en forma de cruz griega. Fueron semanas de revueltas y pasquines: la ciudad amanecía plagada de carteles ridiculizantes, en los que se ponía de manifiesto el clericalismo trasnochado del buen Ledesma al que, como mofa, se le había bautizado (postmórtem, eso sí) como el concejal papal (Pío) Campo. Como ejemplo de la tiranía clericonominal a la que el pueblo se había visto sometido, se hizo popular el caso de Laura Suárez Vega.










Vecina de la gijonesa calle del Cancionero de Petrarca, se creía predestinada al amor platónico por parte de vate y esperaba conocer más pronto que tarde al escritor que la convirtiera en musa intocable de todas sus obras. Se había dejado crecer una dorada cabellera, que alisaba con delicadeza cada mañana, cuyo fulgor palidecía al mismo sol del que evitaba cualquier contacto no fuera a ser que mancillara su excelsa -y blanquísima- piel. Adoraba su vida renacentista de poetas y mercadillos. Hasta que, un buen día, entró en vigor la Ley Ledesma. El mundo a su alrededor se convirtió en una especie de medievo beato y gordinflón en el que la mujer no pasaba de ser una mota de polvo a la izquierda del último cero de la izquierda. De la noche a la mañana sobre la plaquita de la esquina de su calle en la que rezaba Calle del Cancionero de Petrarca, colocaron otra que la convertía en Avenida del Purgatorio. La quintaesencia de la involución, les decía Laura a Rosa y a Puri, sus vecinas del tercero jota, un día cualquiera esperando el ascensor; hemos vuelto al siglo trece, qué temeridad; una paradoja, añadía ante la absorta mirada de las ampliamente otoñales orondas vecinas, que sacaban ocasionalmente las manos de los bolsillos de la bata rosa para llevárselas al rostro demostrando incredulidad y pasmo, una paradoja, repetía y sentía cómo se le llenaban las venas con el efecto tarima, si se tiene en cuenta que yo antes me llamaba Beatriz, que me cambié el nombre cuando me convertí al petrarquismo y me tatué este verso en el cuello.








Por vos estoy, Señora, en este estado. Pudieron leer Rosa y Puri en itálica letra bajo la nuca de Laura (nuca de las que provocan asesinatos y desencadenan guerras, se atreve a asegurar este humilde periodista de barrio). Beatriz, ¿se dan cuenta?, proseguía Laura con renovado ímpetu y una pizquita de rencor, Beatriz: lo más adecuado para vivir en la avenida del Purgatorio, muera Dante. Es como si el pasado me persiguiera e intentara ponerse al día conmigo, ¿entienden? Beatriz, ¿cómo se atreve? Esto va a traer cola, mis queridas amigas, ya lo verán, ya lo verán: no puedo cambiarme de nombre otra vez, no puedo volver atrás, no.






Se sucedieron las manifestaciones, los actos de protesta, de repulsa, de rebeldía. La vida de Ledesma se volvió insoportable: llenaron su casa de pintadas, su buzón de anónimos amenanzates, su contestador de insultos barriobajeros. Hasta que sobrevino la muerte súbita... ¿Súbita?: cree este humilde periodista que la campaña de acoso y derribo facilitó la conclusión del trabajo que una salud delicada (poliomelitis infantil), una dieta rica en grasas y un sedentarismo militante habían comenzado mucho tiempo antes. Descanse en paz, Gijón.
























Veo sin ojos y sin lengua grito;y pido ayuda y parecer anhelo;a otros amo y por mí me siento odiado.
Llorando grito y el dolor transito;muerte y vida me dan igual desvelo;por vos estoy, Señora, en este estado.

Saturday, August 18, 2007

Annie tenía razón: cuanto más profundo me meten la cucharilla de café (para intentar arrancarme de cuajo el corazón, se entiende), mejores prosas construyo: directamente porporcional, oiga. Y Marta también la tenía cuando, al recordar a Eliot, citaba: April is the cruelest month, breeding /Lilacs out of the dead land, mixing /Memory and desire, stirring /Dull roots with spring rain. Abril es el mes más cruel pero Agosto es el más caluroso -en este hemisferio sin duda, aunque ahora con el cambio climático uno nunca sabe- y, claro, el mundo se lanza con desenfreno a consumir frigorías y a beber cerveza con limón; y sucede lo que acontece. Llegas a tu bar favorito y no esperas nada del otro mundo, tan solo que el pinchadiscos gilipollas acierte con poner un par de temas interesantes y que la cerveza esté helada, por favor. Te crees único pero el resto del vulgo, esos que se agolpan a tus espaldas para procurarse su traguito de cebada con fermento a siete u ocho grados centígrados, también cuentan . Y los motores rugen y el pinchadiscos no aprende (los equipos de música se estremecen ante su sola presencia y los altavoces chirrían por acumulación de basura) y el vulgo se agolpa cada vez más: una espiral de empujones y asfixia que promete terminar como el rosario de la aurora -y ya el sol asoma por entre las rendijas de las puertas y ventanas- pero, de pronto, se hace el silencio.

Silencio. Albert y yo nos miramos: pero no puede ser, no es y no será. Esas cosas solo suceden cuando ella está aquí y yo estoy aquí y nuestra tensión se resuelve en que la sobrecarga del sistema manda los plomos al cuerno (y, en la oscuridad posterior, a veces hay besos) Pero ella no estará aquí porque todo presagia que no ha vuelto de Creta y que esté yo no quiere decir nada, porque yo siempre estoy. Piensa, bro. Los apagones son el resultado empalagoso de mi tendencia al romanticismo y a la irrealidad. Necesariamente. Y que todo se apague cuando, geográficamente, está clarísimo que en Creta no hay ningún Soho y que yo me he levantado en Gijón, con callos en las ventrículas y necesidades etílicas, resulta desesperanzador y un alivio. Desesperanza, sin amor. Y alivio porque al salirse ella de la ecuación, la electricidad y yo volvemos a ser amigos y a ver si no acaba resultando que el causante de tanto apagón y tanta mierda es agosto y no tú.


Viva el verano

Monday, August 13, 2007






Pero entonces Velázquez seis se mudó a Lisboa, con toda la repercusión geográfica que aportaba semejante movimiento translatorio. Aunque Lisboa, Avenida de estaba a un par de cuadras de distancia del recinto velazquiano y la mudanza bien podía ir haciéndose a pie (hoy un libro, mañana un cepillo de dientes, al otro el diafragma) El portal era enorme y tenía visos futuristas: íbamos detrás del dueño escuchando cómo ponderaba los amplios ventanales: se refería a los chorros de luz casi con arrobo, como si fuera él mismo su fuente, su procurador, su origen. Lo único que no admitimos, nos dijo, son animales domésticos. En seguida pensé en Berli y luego en Peabody: ambos pertenecían a un pasado doméstico de ratonera sin luz ni ventilación: ahora se abría un nuevo período sin pelusas, pulgas o relatos vagos; comenzaba una nueva vida lisboeta un tanto fracturada y un poco estrecha (menos metros cuadrados, más desembolso: el precio de la soledad)






Si, niños y niñas, Velázquez seis se desintegra y se fracciona en dos mitades bien avenidas: pasamos de vivir en horizontal a vivir en vertical, uno sobre otro con techo en medio y Albert encima por aquello de sus ansias controladoras y sus ínfulas de dominación. El futuro ya está aquí y llega en forma de habitación coqueta, cocina breve, sofá desplegable y cama matrimonial con armario especular: escueto, diligente y directo al tema. Un cuarto y un quinto, con comunidad y garaje incluidos en el módico precio, siñor. Se avecinan semanas de cajas de cartón, maletas atiborradas y recuerdos compartidos: aquí Berli hizo su primer popó, estos fueron los calzoncillos que llevaba cuando conocí a Paul Auster, ahí arriba pueden ver el cerco que dejó la masilla cuelgapósters formando un rectángulo perfecto que antaño fuera un Kandinsky. Y los olores de las pizza Avilés y las imprecaciones después de fallar un gol cantado y las resacas con Woody y las conversaciones telefónicas con Rosalía de Castro al décimo D y las tardenoches de sábado con carrusel y ron barceló. Recuerda, cuerpo, cuando fuimos felices.






La casa en la que no podíamos ver llover. Nos mudamos a un mundo de isobaras y montesdeoca, nos mundamos, nos mundanizamos por ver llover y una gotita de calefacción en invierno y un techito de nada para vesper y yaritos. Nos vamos, en fin, pero lo suficientemente cerca como para que, a partir de ahora, vuestra casa sean dos casas: doble oferta, doble placer. Eso sí, el amor no cambia: lo mismo os vamos a querer.






P

Sunday, August 12, 2007






Y la llamamos Sarays antes de ver la plaquita con su nombre en la pechera del chaleco verde, Sara, porque recogía los manteles con un algo de pesadumbre en la mirada (o quizá es que Albert y yo estamos enfermos y queremos verle pesadumbre y tormenta a cualquier chica que nos guste, para así poder enamorarnos perdida y platónicamente de ella) Tiene los ojos tristes, sad eyes, como la canción de Bruce y creo que los ojos tristes nunca mienten: Sad eyes' Sarah, Sarays. Aunque Albert no pudo detenerse en Bruce y se sacó a Bob de la chistera: Sara, Sara, So easy to look at, so hard to define.






Trabaja en una trattoria en Piazza della Signoria y desde la terraza del local podemos ver la reproducción del Miguel Ángel, justo delante del palazzo Vecchio -a un puñado de metros de donde quemaron a Savonarola por creer que podía enfrentarse al papa y a los Médicis y salir indemne- y un poco más allá la primera esquina de la galería Uffizi, donde mañana será la primavera y nacerá Venus: pero eso será mañana y mientras la noche dure y duren los ojos de Sara (semiacuosos, distantes, ensoñados) es preferible creer que la belleza móvil es mucho menos ingrata que una pincelada magistral, que nunca habrá leonardos capaces de captar ese momento inigualable en el que se aparta, entre tímida y nerviosa, el flequillo de los ojos y se lo coloca detrás de las orejas en un gesto que acaba por licuarnos. Estudiamos sus movimientos con obsesión opositora (se maneja mal con la máquina para apuntar los pedidos, no debe llevar mucho en el negocio, será un trabajo veraniego para poder pagarse la universidad, cursa una licenciatura en arte, claro), decidimos que comparte piso con una chica griega y un polaco adicto a John Coltrane y al peperoni.






Mientras apuramos la primera cerveza esperando por la cena, la noche culmina su banda sonora al otro lado de la plaza: se ha levantado un viento suave que dispersa el calor y arrastra hasta nosotros notas sueltas de lo que parece un concierto; al cabo Andrés localiza el santo y seña y se pone a cantar Bridge over troubled water (When you’re weary, feeling small, When tears are in your eyes, I will dry them all; I’m on your side. When times get rough. And friends just can’t be found, Like a bridge over troubled water. I will lay me down) seguido de cerca por Albert; yo, que no estoy muy versado en Simon&Garfunkel, les acompañado tarareando: no quiero quedarme atrás ahora que Sara ha surgido de la nada y , mientras nos reparte la cena, canta por sobre el viento y las guitarras: Sail on silver girl, sail on by. Your time has come to shine, All your dreams are on their way. See how they shine, oh and when you need a friend, I'm sailing right behind: Like a bridge over troubled water, I will ease your mind






Imposible no enamorarse de Sad eyes' Sara, pienso mientras atravieso otra vez, como anoche, Piazza della Signoria, ahora que el día siguiente ya es hoy y Florencia toca a su fin. Botticelli, por la mañana, ha estado soberbio y después de comer mi cuerpo no lo resiste más y necesita un descanso. Mis cafres salen en coche y me llaman a la media hora: notición, han conseguido entradas para Rigoletto, es en los jardines del palazzo Pitti: ven volando, me dicen. Salgo con lo puesto y sin planos: tres días en Florencia y ya domino las distancias pero, al pasar por delante del Duomo, decido caminar hacia la Signoria, en lugar de ir directamente hasta el Ponte Vecchio, y ver si Sara ha entrado ya a trabajar. Y si ella no hubiera estado allí (pero eran las ocho y pronto empezaría a llegar la gente a cenar) quizá, como Horacio, habría envilecido mi fracaso llamándolo rodeo; pero estaba y ésa es la última imagen que me llevo de ella: de perfil, doblando manteles de papel, sonriendo tristemente. Y pienso en otra sonrisa triste, la que nos regaló anoche, cuando al despedirnos le dimos la hoja de papel escrita y firmada. El viento suave había devenido en huracán y el jefe apremiaba a las camareras para cerrar la terraza: encogiendo los hombros, casi llorosa, se disculpó por no poder ofrecernos postres o cafés: la cocina está cerrada, nos dijo en tímido inglés.






Al final, Albert le entregó la hoja de libreta arrancada con nuestros nombres al pie y el poema de Cummings en ella. Un pequeño regalo para ti, le dijo mientras le devolvía el boli. Nos fuimos sin mirar atrás y su risa triste se fue perdiendo en el tiempo, al igual que las voces de su jefe: Sara, rápido, recoge esas mesas. Y lo escribo porque no quiero que el viento lo siga devorando. Y Albert lo escribirá porque dejamos un trocito de corazón en aquella plaza, de su puño y letra:






somewhere i have never travelled, gladly beyond



any experience, your eyes have their silence:



in your most frail gesture are things which enclose me,



or which i cannot touch because they are too near






your slightest look easily will unclose me



though i have closed myself as fingers,



you open always petal by petal myself as Spring opens



(touching skilfully, mysteriously) her first rose






Así que supongo que fuí el último de nosotros que la vio, aunque eso no me haga sentirme especial. Ella lo era, Sad eyes' Sara, la chica de la Signoria y su banda sonora homónima.






Sleepin' in the woods by a fire in the night,



Drinkin' white rum in a Portugal bar,



Them playin' leap



frog and hearin' about Snow White,



You in the market



place in Savanna-la-Mar.



Sara, Sara,



It's all so clear, I could never forget,



Sara, Sara.



Lovin' you is the one thing I'll never regret.

Monday, August 06, 2007










In 1990, our first summer here, I bought an oversized blank book with Florentine paper covers and blue leather binding. On the first page I wrote ITALY. The book looked as though it should have immortal poetry in it, but I began with lists of wildflowers, lists of projects, new words, sketches of tile in Pompeii. I described rooms, trees, bird calls. I added planting advice: "Plant sunflowers when the moon crosses Libra," although I had no clue myself as to when that might be. I wrote about the people we met and the food we cooked.












Me encantaría poder convertir nuestra semana en italia en uno de esos relatos ligeros de romanticismo sobado y datos tangenciales, tan llenos de aire y cenas a la luz de la luna. Pero, aunque hubo lunas (y una, impecable, fue remontando el escenario a medida que transcurrían los dos primeros actos de Madama Butterfly, afilando nuestra sensación de estar metidos dentro de una de esas postales que se mandan desde Egipto con muchos besos y recuerdos y ojaláestuvierasaquí), el momento, si acaso, más excitante fue cuando estuve a punto de meter nuestro Fiat panda gris debajo de un trailer enorme al trazar, mal, una de tantas curvas, mientras atravesábamos la toscana, por carreteras secundarias, camino de Siena. Bien mirado, dijo alguien (no sé si yo), este es un sitio precioso para morir: campos de girasoles, viñedos, pueblecitos excavados en la montaña. Volvíamos a Roma después de haber pasado cuatro días visitando Florencia y sus alrededores (Lucca, Pisa, Viareggio, Torre del lago Puccini) y se me metió en la cabeza que no podía volver a casa sin haber pilotado bajo el sol de la toscana, qué gilipollez. Dejamos el coche a un puñado de metros de la casa en la que había nacido Garibaldi (Italia entera está llena de plaquitas por el estilo: aquí vivió Keats, en el segundo A de esta casa Mascagni compuso Cavalleria Rusticana, justo sobre este baldosín parduzco escupió Goethe un pedazo de tabaco de mascar antes de ir a la panadería) y nos bajamos dubitativos, temblando aún las piernas por el susto: Albert y Andrés llegaron a fundirse en un abrazo del tipo loconseguimos.








Hasta Siena, el viaje cumplía sus espectativas con una rigurosidad maniática de puntualidad suiza -y a todo lo imaginable (Uffizi, el Duomo, Santa María de la Novella) habíamos añadido una segunda cita operística cazada al vuelo: un Rigoletto simplemente delicioso en los jardines del palazzo Pitti, la última noche, que me dejó muy mal parado en mi defensa pucciniana frente a Verdi-; desde Siena todo tendió a mejorar. Hubo, incluso, una tarde de playa y muy señor mío con baño en el tirreno a la que ni siquiera yo, mr odiaplayas, fui capaz de negarme. Al terminar la jornada, Roma nos esperaba con una linda cena a orillas del Coliseo.








Ahora apenas me recuerdo (aunque me recuerdo) ante el panteón o bajo la capilla sixtina o por entre las ruinas del foro romano: mi mente se detiene sobre todo en los pequeños momentos clave: un vaso de agua en la cantina de la cúpula de la basílica de san Pedro, un buongiorno angelical de una monjita en la entrada de Santa Croce in Gerusalemme, diez minutos tumbados al sol pisano en los jardines del campo dei miracolo, entrar en el autobus que nos conduciría a Ciampino (y de Ciampino a Santander y de Santander a hoy), los tres escuchando Virgin Radio Italia en nuestros respectivos emepetreses, los tres vestidos con nuestras camisetas número 32 que Maccarone lleva en el Siena, y que en ese preciso instante pusieran Ziggy Stardust y pudiéramos cantarla y sentir, así, que más que una despedida aquello era un punto y seguido y que






So where were the spiders while the fly tried th break our balls Just a beer light to guide us So we bitched about his fans and should we crush his sweet hands?
Ziggy played for time, jiving us that we was voodoo The kids was just crass. He was the nazz With God given ass He took it all too far, but boy could he play guitar
Making love with his ego, Ziggy sucked up into his mind Like a leper messiah When the kids had killed the man I had to break up the band
Ziggy Played Guitar

Thursday, June 28, 2007






Se llamaba Víctor Huso y se creía destinado a hacer el bien por parte de padre (con cierta permisividad ortográfica que le otorgaba el pensar que, bien mirado, las haches no suenan a casi nada, es como si no estuvieran ahí), a ser útil, a servirle de algo al mundo. Odiaba en secreto a su madre por haberle dado un apellido tan vulgar, Víctor Huso Fernández, nadie podía ser un héroe apellidándose Fernández, un cajero de Alimerka pase pero, ¿un héroe? Se pensaba a sí mismo como una especie de antiedipo, calvo y con ojeras eso sí. Mientras le salía algo mejor (y, en sus sueños, algo mejor siempre vestía capa de seda thai, leotardos mulliditos y cinturón a juego) trabajaba en el turno de noche en una fábrica de posavasos: era una especie de cadena de montaje en la que Huso tenía que estar atento por si se le colaba algún ejemplar que superara los 2,6 mm de grosor, medida imperdonable en el sector y que suponía el despido fulminante (para el trabajador) y la mofa y el escarnio generales (para la marca que, automáticamente, era defenestrada por siempre jamás) Un puesto de alta responsabilidad, se mentía Huso por las noches, antes de acostarse, delante del espejo.






Cuando, después de un turno doble, le llamaron al despacho del subdirector de producción creyó que sus súplicas habían sido atendidas. Llevaba meses opositando a un puesto vacante en el departamento de Posablicidad, uno de los punteros en la empresa y el que más repercusión tenía en el mercado de divisas. Había mandado su curriculum un par de veces a través de la página web (http://www.posablicidad.com/) y se había hecho tatuar su eslogan en el pecho: "La posabilidad de llegar a tu público" Más tarde, ya en el metro y con la carta de despido en la mano, la posablicidad de lanzarse debajo del primer tren que pasara empezó a tomar fuerza considerable. Nada me retiene ya aquí, pensó mientras comenzaba un ligero trote hacia las vías. Cerró los ojos para poder incorporar él la última imagen de su patética, creía, existencia -y que ésta no le viniera dada por el entorno: una breve estación de Madrid sur llena de viento y jeringuillas-, y por eso no vio a la chica delgaducha y pecosa con la que chocó frontalmente y que era de Albacete. Congeniaron en la ambulancia del Samur camino del Gregorio Marañón, aunque de aquella conversación (complicada por una mandíbula rota, un respirador, varios auxiliares impertinentes y un atasco de cláxon y muy señor mío) no trascendió gran cosa.




Se llamaba Lucía Santander y fue la respuesta divina a las necesidades utilitaristas de Huso. Puesto que fue ella, en fin, la primera que le habló a Víctor de los burros de Namibia, de cómo al anochecer los casi 200.000 ejemplares escogen dormir al calor del asfalto y, pasivamente, son la causa del 29% de los accidentes de tráfico del país: más de 90 muertes todos los años, recordó Lucía haber leído en el Muy Interesante. El resto es de sobra conocido: la idea de las orejeras reflectantes está firmada por ambos pero Lucía reconoce que fue Huso, en una de aquellas largas conversaciones veraniegas en silla de ruedas, frente a cualquier ventanal hospitalario, el que puso primero el dedo en la llaga. Recuperados de sus heridas volaron enseguida hacia Namibia con una carpeta llena de ideas y llamativos logotipos: Huso y Santander, soluciones bien hilvanadas, decía alguno de ellos. Crearon una página web, http://www.donkeywelfare.com/, para facilitar las donaciones públicas con la que sustentan su solución reflectante: a razón de mil pelas por burro. La boda estaba prevista para septiembre pero ella le engañó con el curandero de una tribu vecina. Ver para creer.