Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Tuesday, August 12, 2008

El largo y cálido Serrano (nota musical)

A MArk Knopfler, en su 59 cumpleaños




Conocí a Mark Knopfler desde una cercana y muy calurosa primera fila, el 22 de agosto de 1992, en el Molinón, en el concierto que él y su banda dieron en Gijón aquel sábado veraniego y sofocante. Yo tenía trece años y desde siempre los discos de los Dire Straits habían sido la banda sonora recurrente de mi casa. Estábamos entrando a pasos agigantados, e indecisos, en la adolescencia, y en ese tiempo de revolución hormonal, mientras unos aspiraban a ser futbolistas, otros soñábamos con liderar una banda de rock (ya conocéis el tipo: muñequera, melena al viento, camiseta sudada, unos vaqueros desteñidos)




Cuando nos enteramos de que los Dire venían a Gijón, sentimos por primera vez aquello que Martín Romaña llamaba la horrible modernidad del dinero: teníamos tres o cuatro meses para reunir la pasta de la entrada, y el asalto, la prevaricación, el hurto con atenuantes y el tirón de bolso a ancianitas desvalidas en plena calle ezcurdia, estaban descartados. Solo restaba portarse muy bien, hacer la cama con constancia y bajar al supermercado cuantas veces fueran necesarias para poder sisar algo de las vueltas, además, claro está, de ir ahorrando a trancas y barrancas unos duros de la paga semanal ( daros cuenta de que en aquella época, el verano de primero de bup, empezábamos a tener nuestras primeras citas con chicas y la tarde de sábado con cine, bolera y besos furtivos era fundamental, así que ahorrar se convertía en una tarea difícil y sacrificada).




Sea como fuere, al final pudimos hacernos con el montante necesario: compramos nuestras entradas y esperamos paciente e histéricamente a que llegara el ansiado día. Lo único que me disgustó fue que, como era pleno verano, uno no podía llegar el lunes siguiente a clase fardando de haber visto a los Dire en concierto, con lo que eso le hubiera venido de bien a mi vida social. El resto fue espectacular. Supongo que el momento álgido de la noche fue cuando, ya de noche, el alumbrado artificial del estadio se apagó justo cuando empezaban a sonar los primeros acordes de Romeo y Julieta, mi canción favorita de entonces, cantada a coro por los 50.000 asistentes que abarrotábamos el molinón, bajo un ligero orbayu refrescante. Estoy convencido de que fue uno de los mejores momentos de mi vida, aunque luego los guardaespaldas nos detuvieran con malos modos al intentar colarnos en los camerinos subrepticiamente y termináramos la velada en el hospital, con varias fracturas y un recuerdo imborrable.




Monday, August 04, 2008

En el estanque un posado

Estaba completamente seguro de que antes o después conquistaría a Sonia: llevábamos varias semanas de flirteo adolescente cargado con miraditas, sonrisas a destiempo y piropos -por mi parte- exagerados, así que no me importó apostar con mis amigos al respecto, además iba con dos copas y el alcohol en dosis medianas suele conferirme una valentía absurda y por lo demás ficticia que normalmente no poseo. Si ganaba yo tenían que invitarme a una mariscada pantagruélica en La Zamorana, si ganaban ellos me tocaba bañarme desnudo a plena luz del día en el pequeño estanque (bueno, quizá estanque sea un sustantivo exagerado) que rodea la estatua de Pelayo, en la plaza del Marqués, en Gijón. La apuesta me obligaba a conquistar a Sonia antes de dos semanas, o de lo contrario me tocaba chapuzón en aguas estancadas, pero como creí que iba sobre seguro, aposté. Cuando al sábado siguiente nos tropezamos a Sonia en el garito de turno tocándole la campanilla con la lengua a un tipo que parecía recién sacado de la portada de un disco de hip-hop (gorra calada, camiseta de baloncesto seis tallas mayor, zapatillas de deporte enormes y desabrochadas, cadenas varias), se me vino el mundo encima, aunque no supe discernir si era mi corazón el que se quejaba por verla con otro o era mi orgullo por haber perdido la apuesta de la que, la verdad, creí que podría librarme confiando en la piedad de mis amigos y en la cara de idiota apático y tristón que se me había quedado. Pero no: mientras mis amigos me consolaban con palmadas en la espalda, la cita para el baño vergonzante se fijó para esta mañana, a las doce.










Una vez dentro, la verdad es que no se estaba tan mal: el agua fresquita ayudaba a combatir el excesivo calor así que, ya puestos, me puse a nadar unos largos y a rastrear el fondo del estanque por si encontraba algo de interés. Al incorporarme después del último buceo me sorprendió ver en la calle, rodeando la estatua, una turba ingente de periodistas y cámaras de televisón. Al principio pensé: ay va, la he cagado, pero luego vi que me sonreían y me aplaudían y me pedían que saludara y unos autógrafos, así que me dije que quizá estaban allí por mí, que al fin se reconocía mi verdadero valor, que el momento de hacerme famoso había llegado. Así hasta que un tipo trajeado con cara de pocos amigos alzó la voz sobre los flashes y el griterío y dijo: "que saquen de ahí a ese imbécil, está justo delante de las autoridades". Mientras me esposaban me fueron explicando que hoy, 5 de agosto, se celebraba el cumpleaños de la estatua en cuestión, inaugurada en 1891 y que había escogido el peor día y la peor hora para bañarme en pelotas en la fuente porque todo aquel que es algo en el Principado había venido hoy hasta la plaza del Marqués a rendirle tributo a Pelayo.







Y así me veía yo en el coche patrulla: pasando la en el cuartelillo y sin Sonia, hasta que uno de los guardaespaldas de una autoridad local se acercó al coche y le dijo al policía que me soltara, que le había caído simpático a su protegido y que querían que continuara con la comitiva para hacerme más fotos frente al Molinón, que al parecer también cumplía años hoy. Exultante le pedí a mis amigos que me devolvieran mi ropa y me preparé para disfrutar mis cinco minutos de gloria. Me encanta la fama.




























Sunday, August 03, 2008

Los trasvases son para el verano, las tortugas al parecer también

Dedicado a la memoria de A. Solzhenitsyn, fallecido hoy a los 89 años de edad, en gratitud por su Archipiélago Gulag



Desde que la NASA -Nariz, Ajenjo, Solipsismo, Ajenjo otra vez- ha filtrado (y aquí el verbo es intencionado) la esperada noticia de que, efectivamente, hay agua en Marte, repaso puntillosamente en el periódico las páginas sobre política estatal para ver cuál es la primera provincia que se atribuye el derecho de explotación y consumo del agua marciana descubierta, así como de su trasvase hasta nuestros áridos y sedientos campos patrios. Aunque desconozco la legalidad vigente, entiendo que sobre las aguas y los territorios del planeta vecino no existe aún derecho de propiedad alguno, así que quizá funcione la cosa como en el antiguo oeste: a correr y el primero que alce la malla se queda con el montante; si así fuera, aquí lo tendríamos complicado para llevarnos el agua al gato: no veo yo a nuestros avezados científicos ganando la carrera espacial hacia Marte, la verdad, aunque tal y como vamos en deportes últimamente, no sé, quién me dice. Como la noticia no especifica si el agua en cuestión es o no salada, ya me imagino a nuestro querido y odiado presidente social atando con cuerdas en la baca de la nave rojigualda una desaladora portátil por si hiciera falta manipular el líquido elemento antes de su transporte. Sea como fuere, casi que lo mejor sería perder dicha carrera no vaya a ser que una vez aquí el agua marciana, los de Zaragoza le echen en cara a los de Murcia un uso en exceso golfista de los litros, y que al final acabe todo como el rosario de la aurora. Ya que estamos en el tema: ¿será roja el agua de Marte?, ¿si bebemos agua roja sabrá a Tang?, ¿será mejor para el cutis bañarse con agua de colores?.


Diablos, la ciencia no es la solución a mis necesidades inquisitivas, y aún hay tantas preguntas sin respuesta: la penúltima, la de la sorprendente reproducción de Solitario Jorge, una tortuga de la Isla de Pinta, en cautividad desde 1971, que traía locos a un puñado de los más prestigios científicos quelónicos. Al parecer, y durante estos últimos treinta años, Jorge ha ido demostrando una actitud inapetente, primero, y arisca y hasta violenta, después, hacia todas las hembras que forzosa y orgiásticamente le han introducido en la jaula lenocita; como indiferente se mostró en su momento hacia las explicaciones prácticas de otra tortuga macho que los científicos soltaron por la jaula para ver si era capaz de mostrarle a Jorge el camino hacia la conservación de la especie. Pero ni machos, ni hembras, ni nada: Solitario Jorge siguió su vida apartada de eremita tortuguil hasta que, hace dos semanas, los guardaparques descubrieron nueve huevos de una hembra de las que convive con Jorge desde 1993 y con la que hasta ahora solo había tenido pequeños episodios de violencia territorial. Nadie en el mundo de la ciencia se explica el capricho del veleidoso y arisco Jorge, al que atribuyen a sus ciento dos años -por incomparecencia de cualquier rival- la paternidad de los nueve huevos, seis de los cuales se han malogrado, . Habrán de pasar aún tres meses hasta que se sepa si los huevos restantes son o no fértiles y si, al fin y después de 15 años de tensiones y magulladuras, Jorge y hembra107 (que así se llama la mamá) son padres de trillizos.

Quizá para cuando nazcan los retoños tortugueros (¿Jorgito, Jaimito y Juanito?) sepamos algo más del agua marciana, o de los hábitos sexuales del solitario Jorge, pero lo que está claro es que la ciencia está en pañales, por mucho que digan que avanza una barbaridad.



The Turtles, Happy together


La insoportable voluptuosidad del ketchup

Es que al salir dejé la cama sin hacer. No hubo nada de pereza en ello o de prisa, no había una chica morena con sombrero de ala ancha y guantes de cuero al lado del portal, apoyada en una farola, esperándome; ni siquiera fue por apatía o indiferencia: odio dormir con las sábanas revueltas y la funda del colchón asomando me provoca una intensa sensación de soledad que solo puedo paliar con tres o cuatro horas de insomnio y alguna película de los hermanos Marx. Simplemente no quería parecerme a uno de esos tipos solteros y metódicos que viven en una casa amplia y bien iluminada, hacen la colada dos veces por semana y pasan el aspirador sobre las alfombras de la casa con la impasible minuciosidad de un relojero suizo. Lo pensé esta mañana, mientras me duchaba, ¿sabes?, la idea de estar convirtiéndome en un adulto perfeccionista con la ropa interior impecable me deprime y me agobia, se me empieza a secar la garganta y no puedo respirar, me agobio, me agobio.


.- Sí, me imagino, pero ¿y a mí qué me cuentas?. Solo te he preguntado si querías ketchup para las patatas.


Sí, así se empieza, por el ketchup: te adecuas a todo, te alineas con todo, piensas que si lo hace tanta gente, malo no será, te adocenas, te aborregas, te desdibujas. Entras a formar parte, eres otro número, nada te diferencia de la chusma, del conjunto, del rebaño, te vuelves indistinguible. Haces la cama antes de salir y luego le pones ketchup a tus patatas a la hora de comer y enseguida estás en la oficina del apoderado de un banco firmando una hipoteca y pidiéndole a Sonia que se case contigo. Antes de que te quieras dar cuenta tienes dos hijos, un columpio en el jardín y una pequeña fuga de aceite en el retén del cigüeñal que te pide a gritos que cambies de coche, aunque con tu sueldo, claro, eso es impensable, te acostumbras a ir dejando la huella de tu presencia automóvil por el mundo, qué remedio, mientras las tensiones que eso -y la denegación de cualquier aumento de sueldo- genera, las descargas con tu mujer y con los niños, por las noches, durante los anuncios de Los hombres de Paco o de Gran Hermano catorce. De ahí a un régimen judicial de visitas o a una orden de alejamiento, hay un paso. Y si me quitan a los niños me muero, te lo juro.


.- No sabes cómo te entiendo. Me pasó algo parecido con mi mujer este invierno pasado. Volvíamos del cine y se empeñó en discutir lo de la cómoda, que todas sus amigas tenían una cómoda y que ella quería una y que había visto una preciosa en Ikea, colonial, de madera de castaño, con muchos cajones, perfecta para nuestro cuarto y solo por seiscientos euros. Yo le dije que quizá no era el momento, que era mejor esperar a que me estabilizara un poco en el trabajo, llevaba un par de meses currando aquí, imagínate, y no veas cómo se puso...


Ya, bueno, oye tampoco hace falta que me cuentes tu vida, además yo ni siquiera estoy casado ni tengo hijos, era un ejemplo, hombre. Tú dame las patatas y luego ya si eso me las como y me voy, sin acritud, ¿eh?, venga campeón, hasta luego.