Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Thursday, June 28, 2007






Se llamaba Víctor Huso y se creía destinado a hacer el bien por parte de padre (con cierta permisividad ortográfica que le otorgaba el pensar que, bien mirado, las haches no suenan a casi nada, es como si no estuvieran ahí), a ser útil, a servirle de algo al mundo. Odiaba en secreto a su madre por haberle dado un apellido tan vulgar, Víctor Huso Fernández, nadie podía ser un héroe apellidándose Fernández, un cajero de Alimerka pase pero, ¿un héroe? Se pensaba a sí mismo como una especie de antiedipo, calvo y con ojeras eso sí. Mientras le salía algo mejor (y, en sus sueños, algo mejor siempre vestía capa de seda thai, leotardos mulliditos y cinturón a juego) trabajaba en el turno de noche en una fábrica de posavasos: era una especie de cadena de montaje en la que Huso tenía que estar atento por si se le colaba algún ejemplar que superara los 2,6 mm de grosor, medida imperdonable en el sector y que suponía el despido fulminante (para el trabajador) y la mofa y el escarnio generales (para la marca que, automáticamente, era defenestrada por siempre jamás) Un puesto de alta responsabilidad, se mentía Huso por las noches, antes de acostarse, delante del espejo.






Cuando, después de un turno doble, le llamaron al despacho del subdirector de producción creyó que sus súplicas habían sido atendidas. Llevaba meses opositando a un puesto vacante en el departamento de Posablicidad, uno de los punteros en la empresa y el que más repercusión tenía en el mercado de divisas. Había mandado su curriculum un par de veces a través de la página web (http://www.posablicidad.com/) y se había hecho tatuar su eslogan en el pecho: "La posabilidad de llegar a tu público" Más tarde, ya en el metro y con la carta de despido en la mano, la posablicidad de lanzarse debajo del primer tren que pasara empezó a tomar fuerza considerable. Nada me retiene ya aquí, pensó mientras comenzaba un ligero trote hacia las vías. Cerró los ojos para poder incorporar él la última imagen de su patética, creía, existencia -y que ésta no le viniera dada por el entorno: una breve estación de Madrid sur llena de viento y jeringuillas-, y por eso no vio a la chica delgaducha y pecosa con la que chocó frontalmente y que era de Albacete. Congeniaron en la ambulancia del Samur camino del Gregorio Marañón, aunque de aquella conversación (complicada por una mandíbula rota, un respirador, varios auxiliares impertinentes y un atasco de cláxon y muy señor mío) no trascendió gran cosa.




Se llamaba Lucía Santander y fue la respuesta divina a las necesidades utilitaristas de Huso. Puesto que fue ella, en fin, la primera que le habló a Víctor de los burros de Namibia, de cómo al anochecer los casi 200.000 ejemplares escogen dormir al calor del asfalto y, pasivamente, son la causa del 29% de los accidentes de tráfico del país: más de 90 muertes todos los años, recordó Lucía haber leído en el Muy Interesante. El resto es de sobra conocido: la idea de las orejeras reflectantes está firmada por ambos pero Lucía reconoce que fue Huso, en una de aquellas largas conversaciones veraniegas en silla de ruedas, frente a cualquier ventanal hospitalario, el que puso primero el dedo en la llaga. Recuperados de sus heridas volaron enseguida hacia Namibia con una carpeta llena de ideas y llamativos logotipos: Huso y Santander, soluciones bien hilvanadas, decía alguno de ellos. Crearon una página web, http://www.donkeywelfare.com/, para facilitar las donaciones públicas con la que sustentan su solución reflectante: a razón de mil pelas por burro. La boda estaba prevista para septiembre pero ella le engañó con el curandero de una tribu vecina. Ver para creer.

Tuesday, June 26, 2007









(A Albert, a mí, a Bob. A nosotros. A Lara)










Ni siquiera habíamos desembarcado en Oviedo (aunque ya todo se iba urdiendo (urdiendo, repítelo mil veces para mañana, Serrano) en la sombra y existía Annie y también Annie y muchas tardes, después del trabajo, parábamos en el 13 a tomar unas carlsberg y escuchar un puñado de buenos temas: quién nos iba a decir entonces, Bro, que acabaríamos viviendo ahí al lado) el verano en el que Bob me sacó del abismo. Ya conté en otro lugar lo que supuso la irrupción de L en nuestros ajetreos estivales: enseguida me fascinó la eléctrica inocencia con la que lo plagaba todo de titubeos y rizos y miradas diríase que infinitas. Estaba clarísimo, empero, que aquello no podía ser (pero los besos eran tan de capítulo noveno) y no pudo ser (pero su aliento de ida y vuelta a la altura de mi cuello suponían la confirmación de que otro mundo era posible y) y no fue (y aún hoy recuerdo la batalla final, húmeda por overbooking de gotas en el lacrimal: sonaba Amaral: era la radio). Pero saber, Bro, casi nunca es suficiente: hay que meter los dedos al estilo santotomásico para entender, hay que darse de bruces contra el muro si no, no duele y sin dolor, ay, no hay cura.










Me abismé, me aislé, cerré los ojos, apagué el teléfono, me pasé mis diez días de vacaciones encerrado en casa, náufrago y desdeñado sobre ausente. Sé que fueron a buscarme, que se interesaron, que me querían y me quieren pero, en fin, no remonté el vuelo hasta que Bob me soltó un directo a la mandíbula desde alguno de tus viejos recopilatorios, Bro. Ni siquiera tenía mucho que ver con la historia de lo nuestro (y aquí el posesivo es excesivo) pero, de algún modo, consiguió encender sobre mí la chispa adecuada, después de sesentaicinco escuchas consecutivas, eso sí. Gracias Bob, por devolverme el verano, mañana hará tres años. Ahora el premio Príncipe te trae a Oviedo, digo yo que habrá que celebrarlo.



P




They're selling postcards of the hanging

They're painting the passports brown

The beauty parlor is filled with sailors

The circus is in town

Here comes the blind commissioner

They've got him in a trance

One hand is tied to the tight-rope walker

The other is in his pants

And the riot squad they're restless

They need somewhere to go

As Lady and I look out tonight

From Desolation Row


Cinderella, she seems so easy

"It takes one to know one," she smiles

And puts her hands in her back pockets

Bette Davis style

And in comes Romeo, he's moaning

"You Belong to Me I Believe"

And someone says"

You're in the wrong place, my friend

"You better leave"

And the only sound that's left

After the ambulances go

Is Cinderella sweeping up

On Desolation Row


Now the moon is almost hidden

The stars are beginning to hide

The fortunetelling lady

Has even taken all her things inside

All except for Cain and Abel

And the hunchback of Notre Dame

Everybody is making love

Or else expecting rain

And the Good Samaritan, he's dressing

He's getting ready for the show

He's going to the carnival tonight

On Desolation Row


Now Ophelia, she's 'neath the window

For her I feel so afraid

On her twenty-second birthday

She already is an old maid

To her, death is quite romantic

She wears an iron vest

Her profession's her religion

Her sin is her lifelessness

And though her eyes are fixed upon

Noah's great rainbow

She spends her time peeking

Into Desolation Row


Einstein, disguised as Robin Hood

With his memories in a trunk

Passed this way an hour ago

With his friend, a jealous monk

He looked so immaculately frightful

As he bummed a cigarette

Then he went off sniffing drainpipes

And reciting the alphabet

Now you would not think to look at him

But he was famous long ago

For playing the electric violin

On Desolation Row



Dr. Filth, he keeps his world

Inside of a leather cup

But all his sexless patients

They're trying to blow it up

Now his nurse, some local loser

She's in charge of the cyanide hole

And she also keeps the cards that read

"Have Mercy on His Soul"

They all play on penny whistles

You can hear them blow

If you lean your head out far enough

From Desolation Row


Across the street they've nailed the curtains
They're getting ready for the feast

The Phantom of the Opera
A perfect image of a priest

They're spoonfeeding Casanova

To get him to feel more assured

Then they'll kill him with self-confidence

After poisoning him with words

And the Phantom's shouting to skinny girls

"Get Outa Here If You Don't Know

Casanova is just being punished for going

To Desolation Row"


Now at midnight all the agents

And the superhuman crew

Come out and round up everyone

That knows more than they do

Then they bring them to the factory

Where the heart-attack machine

Is strapped across their shoulders

And then the kerosene

Is brought down from the castles

By insurance men who go
Check to see that nobody is escaping

To Desolation Row


Praise be to Nero's Neptune

The Titanic sails at dawn

And everybody's shouting

"Which Side Are You On?"

And Ezra Pound and T. S. Eliot

Fighting in the captain's tower

While calypso singers laugh at them

And fishermen hold flowers

Between the windows of the sea

Where lovely mermaids flow

And nobody has to think too much

About Desolation Row


Yes, I received your letter yesterday

(About the time the door knob broke)

When you asked how I was doing

Was that some kind of joke?

All these people that you mention

Yes, I know them, they're quite lame

I had to rearrange their faces

And give them all another names

Right now I can't read too goo

Don't send me no more letters no

Not unless you mail them

From Desolation Row

Wednesday, June 20, 2007

(Esta nana está ampliamente dedicada a Silvie, entre otras muchas razones difusas, porque se lo merece, aunque no se lo diga demasiado: mañana ya es hoy)


Despertar es, despertar, maravilloso despertar, derrotar legañas y enfrentar tinieblas: el ordenador se va haciendo patente bajo la poca luz que atraviesa la persiana mal cerrada, la botella de cocacola de dos litros que me permití anoche porque creí que iba a ser capaz de terminar un cuento y habría que celebrarlo: hasta que me venció el tedio y me recluí en la cama: la vejiga hinchada, el estómago hinchado, la soledad hinchada. Despertarse es tomar conciencia de que los monstruos son camisas mal colgadas en el respaldo de la silla, de que la almohada está en el suelo y lo que tú llamabas almohada hasta hace un minuto es tu brazo envuelto en sábanas bajeras, de que hace meses que no importa que el despertador no suene porque tienes el cuerpo habituado a esa hora, a esa iluminación, a esa ausencia. Las ganas de ignorar el sol, para volver al sueño, las resuelve una visión directa del colchón sin fundas: es obsceno su tacto, huele a humedad, a entresijos, a estapa vencida, a que ha llegado la hora de meterse el cepillo de dientes en la boca. Si abro el ojo izquierdo Rick seguirá en la pared y Han seguirá en la pared y Venecia seguirá en la pared: Cummings me seguirá diciendo: nothing which we are to perceive in this world equals the power of your intense fragility y que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas. Son, pues, los ojos los que hablan cuando la lengua áspera, adormecida, aguarda su turno: si despertar es maravilloso, primero empiezas con los ojos: pupilas que eclipsan y se agrandan como nueces y sonríen como bocas.

Wake up, The Ditty Bops


Wake up and smell the coffee
Rise and shine
The early bird gets the worm
Strike while the iron's hot
And whistle while you work
Stay on the trail
Keep your hands and arms inside the train
Don't stray
Watch your step
And wipe your feet
Draw inside the lines
What if you didn't know where the bad side of town was
Where would you wander to
So many places from which to choose
Would you let yourself be
Don't cause a scene
Mind your manners
Speak only if spoken to
You know what you are not to do
Watch and learn
What if you never were short for time
All meettings cancelled clocks stopped at nine
Without alarms the silence beams
Invited to be
What if you never heard a word they say
And up were down and night were day
I bet you'd have a lot more time to play
If you'd let yourself go
Breath deep
Speak out
Make up your mind
Be brave
Follow your dreams
Listen to your heart
Close your eyes
Make a wish

Thursday, June 07, 2007








Atenas: condenados a extenderse (stage III)












Atenas es una señora rizosa que regenta la típica tienda de regalos para turistas a un paso de la plaza Syntagma, corazón capitalista de la ciudad multimilenaria. Rondará los setenta y tiene la cara surcada de arrugas: la encontramos comiendo un bizcocho en las escaleras que dan paso a su establecimiento; lleva mandilón sobre la falda y un exagerado -por los calores- jersey verde botella, casi colegial (pienso ahora que quizá su demasiado abrigo significaba una revindicación de la primavera entre tanto celsius y tanta pamplina: Atenas era el último reducto primaveral del adríatico, la golondrina que no hace verano) Nos sonríe porque se ha pasado la vida atrapando clientes con su sonrisa franca y sus labios breves: cuando nos queremos dar cuenta ya se oye el ruido de campanillas de la puerta al cerrarse detrás de nosotros. Supongo que debíamos traer la conversación puesta porque, al cabo, nos dice, un poco guturalmente: Españoles molto buenos. Ingleses, italianos, bah. Más mejores españoles. Imposible no dejarse llevar por su entusiasmo arrollador: incluso yo (que venía rumiando un mutismo delirante desde que, un par de horas antes, había estado a un puñado de metros del partenón, viendo con mis propios ojos la roca desde donde Saulo de Tarso había comenzado a predicar el cristianismo, en una ciudad que llevaba seis mil años siendo politeísta) me contagié y me dije o dije: qué demonios. El estruendo ametralleante de su voz (y las balas eran trocitos de bizcocho que salían disparados de su boca al hablar) había atraído a su nieta que, con un gesto de invitación, comentó: todo al cincuenta por ciento del precio marcado, una ganga, chicos, tenemos los mejores precios de Atenas, especiales para españoles. Su impecable castellano, nos explica, se debe a una chica de Burgos con la que habían trabajado codo con codo durante un par de años. Ambas recuerdan con arrobo a la chica burgalesa y es el único momento en el que parecen ponerse de acuerdo en algo, nieta y abuela. Imposible no enamorarse un poco de ella: mientras compro un par de cosas sin mucho afán, me pregunto qué habrá sido de Cristina, la chica en la que tanto piensan sus amigas y exjefas griegas, a quien tanto agradecen el castellano aprendido y a la que recuerdan con un leve brillo en las pupilas. ¿Habrá vuelto a Burgos?, me pregunto.












Pero Atenas también es esa ciudad de edificios bajos y calles estrechas en la que todo el mundo quiere asegurarse un trocito del Pireo, el puerto que nos recibe masjetuoso y azul, desde la ventana del salón. Así, han ido comiéndole terreno a las montañas a base de edificios de tres pisos, condenados a extenderse para poder seguir teniendo vistas al mundo, sin ignorar que el mundo nació un poquito allá arriba, donde la acrópolis se alza imponente, diríase que eterna. Aunque no, nada resiste a la mano del hombre, ni siquiera Athenea. Mi último vistazo al partenón contrasta la noche reciente con la iluminación artificial del recinto. El viaje de vuelta se hace en silencio y de él han desaparecido incluso los comentarios de la entusiasta guía grecoargentina. De la cena solo resalta un delicioso pastel de higo. No paro de pensar en la señora del bazar, en su sonrisa elástica, en los 37 años que, repite una y otra vez, lleva en el negocio. Y pienso en cómo sería todo en la época preturística, cuando solo los griegos y algún comerciante ocasional (o conquistador avezado) podrían disfrutar de todo aquello. Y pienso en la vieja controversia filosófica que trata de discernir si un libro es libro mientras permanece en la estantería, olvidado, si la obra de arte es arte mientras no haya nadie que la contemple y mire y desee. Pero sobre todo pienso en aquella señora que al salir nos plantó un beso en la mejilla a cada uno y luego se dejó fotografiar por mi mano inexperta. Ella es Atenas, pienso y pensaba mientras escribía estas reflexiones en la biblioteca ( y su apelativo, como el jersey verde botella de la señora rizosa, también es excesivo) del barco, cuyo lógico nombre es Athena.