Merde alors ¿por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegiaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Wednesday, December 27, 2006





Vagas nociones de histeratura












Espero que sea igual de larga y fructífera su vida en España como lo fue la de aquel "antepasado" histórico suyo (yo lo quiero ver así: paralelismos y mestizajes transoceánicos) cuya sombra se dejó ver a uno y otro lado del atlántico durante setenta y cinco años y que luego descansó ya para siempre en algún lugar de la cercana Córdoba. Se llamaba Gómez Suárez de Figueroa aunque, como mi primo, cambió su nombre por culpa de España, o gracias a ella. Nació en el Tahuantinsuyo, en pleno imperio incaico: la madre del cordero en aquellos años postcolombinos del 1500 (léase "del mil e quinientos", a la manera de la época); hijo de conquistador español de la alta burguesía -Sebastián Garcilaso de la Vega, un nombre tan de los de aquí- y de princesa inca nada menos -Chimpu Ocllo, sobrina de Huayna Cápac, emperador, negociante, explorador, de los Huayna Cápac de Chicago-. Y como mi primo se pasó los primeros años de su vida mamando cultura local (cambiemos aquí inca por azteca, tanto da) para luego pegarse de frente contra las adversidades frías de la mamá patria, donde por ser mestizo lo mismo te fusilaban que te quitaban el dinero del almuerzo.








Y en España, en fin, hizo vaga carrera literaria (que empezaremos a inculcarle a Dieguito no bien oscurezca su sombra el dintel de Ranón, vid. Arrives) depués de haber servido a las órdenes de su majestad en el glorioso ejército español y justo antes de probar las mieles religiosas y andaluzas. Fue en ese periplo suyo cordobés cuando se relacionó con -ay, suertudo- Góngora y con Cervantes, con quien le une algo más que una breve relación: ambos dieron pie a tierra el mismo día del señor, hace la friolera de 490 años: 23 de abril de 1616 (guárdense los shakespearianos). Pasará a los anales de la histeratura española como el Inca Garcilaso de la Vega.







Y si traigo a colación todas estas trivialidades es porque hoy Dieguito Ramírez Cruz que es (y López de León que será), a la sazón mi casi primo nuevo, se hizo presente en doble noticia fantástica e ilusionante. A saber: por un lado ya hay fecha para la expedición neocolombina, que mancillará tierras aztecas el 13 de enero del año próximo -semana en la que a mi abuela le va a dar por cumplir 81 machacantes mientras mi mami se conformará con 56 y mi tío Jesús con 39, capricórnica familia- y que, si todo va sobre ruedas, volverá con un nuevo miembro de la familia prekoliana en algún momento del mes siguiente, tal vez para carnaval. Y, por otro lado, ya tenemos primera constancia fotográfica de la existencia de nuestro emperador azteca de metro treintaydos: tiene un algo diabólico en la sonrisa y a la vez parece tan dulce, tan inocente, tan buensalvaje antes de Cortés y Pizarro y la concha que los parió. Luce, Dieguito, de rojo y vaqueros, siempre en primer plano y sonriente, excepto quizá en la primera foto porque no le dio tiempo a posar, fue cazado in fraganti, y porque es más personalizada, menos social y nuestro niño es extrovertido y amigable y voluntarioso o yo lo quiero ver así, desde la espectación española y familiar, desde el inmenso cariño que ya le tienen unos humanos con orejas, nosotros, a los que ni siquiera conoce ni espera ni prevé.



Post Scriptum: la que no necesita viajes neocolombinos para ser efectivamente mi prima (o prima de mi padre, que para el caso) es la coronada reina de camisón blanco y largo pelo negro, majestad de las navidades queretarianas de 2006, nombrada reina en reciente fiesta de magnitudes impracticables. Viva México, carajo!

Desde los auriculares: Dieguitos y Mafaldas (J. Sabina):
Veinte años cosidos a retazos
de urgencias, disimulos y rutinas,
veinte años cumplidos, en mis brazos,
con la carne del alma de gallina.
Veinte años de príncipes azules
que se marchaban antes de llegar,
veinte tangos de Manzi en los baúles,
veinte siglos sin cartas de papá.
(...)
Le debo una canción y algunos besos
que valen más que el oro del Perú,
sus huesos son sobrinos de mis huesos,
sus lágrimas los clavos de mi cruz.

Sunday, December 24, 2006



A Marta, tan decimonónica.






Entiendo que la decadencia (esta espiral sigloveintiuna de vileza, nadismo y otros pormenores) comenzó cuando los hombres dejaron de llevar sombrero, cuando aún bastaba con decir -pero sobre todo era con escuchar- aquella expresión gloriosa de nuestros antepasados, a cabeza descubierta, que ahora no se usa o se usa solo en sentido figurado, como metáfora o símil. La vida era un paseo en carruaje, en fin, y las calles importantes lucían un irregular empedrado apenas visible a la luz de un candil finisecularmente decimonónico cada cinco metros (otra figura en desuso, la del candelero que iba y venía llama en mano con su uniforme y su bigotito bien engomado y su mantón de lana: diciembre era mucho más frío) o quizá fueran quinqués, hermosa palabra. Primero vino la americanización westernizada de no destaparse al paso de la Archiduquesa de Baltimore, de trocarlo por un leve movimiento del ala que acabó por perderse finalmente: un golpe de cabeza, de ceja o nada.











Lo que quiere decirse es que al perder el gusto por el detalle, con la derriba del mero formalismo sobrevino el desastre. Fuimos perdiendo las colonias, el prestigio y la cultura a un ritmo sorprendentemente vertiginoso, casi como si fuera decidido, consciente y cerebral el acto de mandarlo todo a la mierda con perdón y sin mucho tino. La modernidad, en fin, se abrió paso a dentelladas secas y calientes, por parafrasear al poeta; se murieron la levita, el guantelete, las calesas, las guerras carlistas y más recientemente el país, la religión, dios otra vez. El resultado paupérrimo de todo eso lo vamos recogiendo ahora de los arcenes y las cunetas, habita en clase de educación para la ciudadanía, lleva gorra roja al revés y calada, tiene dos piercings y un vocabulario compuesto de doce palabras y cuatro o cinco onomatopeyas.














Me recuerdo exactamente hace un año, un día tal hoy, escribiendo estupideces festivas llenas de asado, salsa de patatas y felicidad ficticia. Continuan las sonrisas impuestas y han pasado los meses. Durante el trayecto he encontrado a un puñado de gente maravillosa y Marta es ejemplo y representación de todos ellos. A ella no le hace falta sombrero para dignificar cualquier recinto en el que se inmiscuya: la clase no reside en el fieltro, es cierto, y para ella es uno de mis últimos cariños del año, uno gigante y navideño en estas horas de oscuridad. Velázquez seis te quiere, dulce Marta, aunque a veces somos tan cretinos que nos olvidamos de demostrártelo. Con perdón.
Desde los auriculares: Óleo de una mujer con sombrero (Silvio Rodríguez)
Una mujer se ha perdido conocer el delirio y el polvo,
se ha perdido esta bella locura, su breve cintura debajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar, se ha perdido mi huella en su mar. .
Veo una luz que vacila y promete dejarnos a oscuras.
Veo un perro ladrando a la luna con otra figura que recuerda a mí.
Veo más: veo que no me halló. Veo más: veo que se perdió. .
Una mujer innombrable huye como una gaviota
y yo rápido seco mis botas, blasfemo una nota y apago el reloj.
Que me tenga cuidado el amor, que le puedo cantar su canción. .
La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar. .
Una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndome al centro del miedo y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
Pero entonces lloraba por mí, y ahora lloro por verla morir.

Tuesday, December 19, 2006

Estaba triste y fui a la habitación de Albert para quejarme amargamente mientras él hojeaba uno de esos novelones austeros que tanto practica. Me senté en la silla rodante de oficina y esperé a que se dignara a prestarme un poco de atención. Aún sin decir nada, empecé a rodar de un lado a otro de la habitación con algo de desgana y sin ningún sentido. Al llegar a la altura del aparato de radio se ensombreció la señal y saltaron unos chisporroteos como fuegos de artificio con sordina; me eché un poco hacia atrás, tomé impulso y volví a enfrentar la radio cuya señal se ensombreció de nuevo: probé una tercera vez y luego una cuarta con igual resultado. Cuando, cinco minutos después, pudimos dominar las risas empecé a sentirme como un Dementor, un devorador de energías positivas, un dispensador de sombras y caras largas y pesadumbres.

No era la primera vez que me sentía igual: hace un par de veranos (durante otro de estos baches míos tan nadiemequiere y todoesgrisoscuro) estábamos al final de la típica fiesta de bañadores y ronbarceló, reunidos en una habitación chiquitita, hablando sobre lo humano y lo divino, cuando alguien descubrió uno de esos muñecos que los tocas y se ríen metálica y gramofónicamente. El muñequito se convirtió en el centro de atención de la velada y fue pasando de mano en mano, repartiendo risas y provocándolas, hasta que llegó a las mías callosas y ahí decidió callarse y no reir, casi como si fuera una elección propia del muñeco (o fui yo que no supe tocarlo de manera adecuada y entonces) Enseguida me arrebataron el juguete y no bien hubo abandonado mis dominios ya se estaba descojonando de nuevo, el muy cabrón. Si no hubiera llevado encima dos copas tal vez habría dejado las cosas así, como quien piensa: bah, menuda tontería, qué importancia tendrá; pero sí las llevaba y no me pareció nimio o casual, así que me levanté, le arranqué a Albert el muñequito de las manos (mi bro siempre presente en mis momentos más vergonzosos) y de nuevo se hizo el silencio: mis ojos enfrentaban los suyos inertes, de plástico o cristal, mientras mis dedos apretaban sus costados, sus pliegues, sus entresijos, sus alrededores, sus durezas, sus dunas, sus interioridades. Y nada.

No se rió el juguetito conmigo al igual que mi presencia oscurecía la voz de José Ramón Ripoll que en ese preciso instante daba paso a un concierto de Haydn por la sinfónica de Groznic. Llevo anclada la tristeza en los ojos, no ya solo melancolía, y con ella toco y mancho y oscurezco y cambio y entorpezco y sería tan lindo oir por una sola dichosa vez las risas del muñequito en mis manos, aunque para variar fuera, oiga.

Dementor (Vid. Wikipedia)

Es un ser repugnante que absorbe toda la alegría que puede de las personas, dejándolas con las peores experiencias de su vida (en los libros se explica que los dementores son las criaturas mas horrorosas que caminan por la tierra). Si puede, el dementor usará su última arma contra la persona, le administrará su beso, con el que le sacará el alma. Los dementores no caminan sino que se desplazan a unos 5 cm de la tierra, estos tienen la capacidad de crear una niebla y tornar el cielo muy oscuro, para debilitar a su víctima y así poder "alimentarse". La forma de combatir a un dementor es el complejo hechizo Patronus y para poder realizar este hechizo se debe tener buena concentración y pensar en las cosas agradables que le hayan sucedido.

Desde los auriculares: I don't want to spoil the party (Lennon/Mcartney)
:I don't want to spoil the party so I'll go,
:I would hate my disappointment to show,
:There's nothing for me here so I will disappear,
:If she turns up while I'm gone please let me know.
:I've had a drink or two and I don't care,

:There's no fun in what I do if she's not there,
:I wonder what went wrong I've waited far too long,
:I think I'll take a walk and look for her.

Sunday, December 10, 2006

Aunque nadie me ve nunca contigo



Se llamaba Sandra y tenía la asombrosa capacidad (portaba, portaba la asombrosa capacidad: tener es un verbo demasiado generalista para ella, en la que tanto se concentra lo sublime) de trastocar tu mundo a ritmo de sonrisas y de abrazos, o de iluminarlo o de teñirlo de amaneceres soleados o dios sabe cuántas pasteladas irrepetibles más. En ella se comprendía aquella frase de Hemingway que se puede leer en Bryce: "conoció la angustia y el dolor, pero jamás estuvo triste una mañana" Nunca había encontrado a nadie que fuera capaz de contagiar estados de ánimo positivos como quien te pega la gripe: en silencio y con repercusiones aproximantes y calurosas: en el acto breve de encender sus ojos ya mi plomizo y habitual estado cochambroso se dejaba conquistar, desalmenado, y no quedaba otra que enfrentar sus mundos y dedicar esfuerzos y caricias a protegerlos y cuidarlos. Mientras yo pueda hacer algo, pensaba el chico del coche rojo, no te tocará la sombra, no.



Pese a maldecir la hora en la que se me ocurrió prescindir de mis viejas melancolías baratas (os pido perdón por el oprobio: intentaré compensarte, lector), ahora le encuentro cierto sentido pues hubiera sido incapaz de dedicarle estas palabras allí a ella, entre tanto dolor, tanta tristeza y rabia contenida: digamos que ella es el prólogo, pues, de esta nueva singladura de despertadores y abrazos regalados (y su motor y tal vez su meta)

Gracias, Sandrita, por enseñarme a sonreir, tanto tiempo después.

Desde los auriculares: Pale blue eyes (Velvet Underground)

Sometimes I feel so happy, Sometimes I feel so sad.
Sometimes I feel so happy, But mostly you just make me mad.
Baby, you just make me mad. Linger on, your pale blue eyes.

Linger on, your pale blue eyes.Thought of you as my mountain top,
Thought of you as my peak.Thought of you as everything,
I've had but couldn't keep. I've had but couldn't keep. Linger on,
your pale blue eyes. Linger on, your pale blue eyes.

If I could make the world as pure and strange as what I see,
I'd put you in the mirror, I put in front of me. I put in front of me.
Linger on, your pale blue eyes. Linger on, your pale blue eyes.
Skip a life completely. Stuff it in a cup. She said,
Money is like us in time, It lies, but can't stand up.
Down for you is up. Linger on, your pale blue eyes.
Linger on, your pale blue eyes.

It was good what we did yesterday.
And I'd do it once again.
The fact that you are married, only proves, you're my best friend.
But it's truly, truly a sin.Linger on, your pale blue eyes.
Linger on, your pale blue eyes.




Thursday, December 07, 2006

A Albert, a Fitz y a Rachel pero sobre todo a Albert, a Fitz y a Rachel

Treinta y cinco días a pie, pensó sin saber muy bien de dónde venía aquella frase: la habría oído acaso en el metro o en la cola del pan, a todo el mundo le suceden estas cosas a veces: se te queda grabado un fragmento de algo (una canción, un poema, una horterada deliciosa: son susurros entonces), ni una sola palabra, y no eres capaz de que abandone tus labios, te la vas repitiendo mientras paseas y piensas o trabajas o solo miras: treinta y cinco días caminando, y todo parecía tan sencillo, ¿no es cierto?
El caso es que la estación estaba atestada de gente con los cuellos subidos y las manos en los bolsillos del abrigo tres cuartos, dando como saltitos para ahuyentar al frío o el frío, el aire cubierto de gotas de lluvia y algo de vaho porque parecía que al fin el invierno se abría camino, en su cabeza resonando aún las palabras amables de aquel taxista cubano que le había ido dando ánimos, consejos y tabaco mientras la estación dejaba de ser una ensalada de luces entre la neblina y se materializaba y como que temblaba o eran sus manos las que temblaban y por eso la brasa del cigarrillo realizaba cabriolas dignas de cualquier efecto mariposa.
Recuerda haber repartido los yogures de toffe estratégicamente por la nevera -visual merchandising, cree que se llama esa técnica- para dar sensación de habitabilidad y ternura o solo de proximidad, mientras el supra procedente de Madrid está haciendo su entrada por la dársena 33 y ya Lucía y Fernando e Hidalgo (y para Hidalgo podría ser el último servicio si no demuestra compromiso y tenacidad y pasión) se preparan para recibir a sus clientes, brazos en alto y el carmín muy marcado para dejar una huella que luego se pueda rememorar en cualquier hotelucho de la Tenderina para eclipsar el solitario acto de deshacer la maleta y colgar las camisas en viejas perchas de plástico. Supone que no bien comiencen las hostilidades tendrá que parapetarse en alguno de sus garitos predilectos (una Botica, un Danny's, una Bola de cristal) para así sentirse como en casa, poder hacerse fuerte y abandonar la timidez y enfrentar sus ojos que destilan magia, dulzura y algo de rimmel al ritmo de Los Piratas, de Silvio o de Bunbury, aunque menos (esos ojos que no se cansan, ni se rinden y que huelen como a pan recién hecho o a Ruffles al jamón)La enésima bocanada de humo se funde con el vaho y con los gases del tubo de escape que renquea hasta morirse entre los pies de los viajeros que se van apeando como con recelo, sin querer abandonar del todo el útero mullidito del bus para afrontar el frío, las presentaciones nerviosas y, probablemente, la primera copa que ya estará enfriándose en esos mismos instantes. A su lado, Lucía recibe con abrazos y besos a Julián Ramírez, un arquitecto de 55 años que se quedó viudo hace dos y que apenas es capaz de contener el llanto al comprobar lo bien que hacen estos chicos del Despídete su trabajo, por dios. Piensa en tablas de paté venideras, en paseos con hilo musical (los veranos son tan grises, los otoños solos de violín), en visitas a Woody con las gafas mediadas, en cervezas amargas y sesiones de despierting. Piensa en todo eso y el autobús se va quedando vacío, aunque mientras quede una cabeza por sobre los asientos de felpa roja aún hay esperanza de que no lo hayan perdido o ni siquiera cogido, la esperanza de que nadie nunca le pueda decir que fue un sueño.
Después de tanto caminar, treinta y cinco días no son nada. Y aunque parece claro que al final no han venido, lo más probable es que recién se hayan ido y que todo aquello del humo, el taxista cubano y la sangría de sidra sean recuerdos de una noche y media tengo para compensar treinta años de no haberte conocido, mierda de vida. Y ahora Oviedo está como cojo o ausente o conteniendo la respiración o triste o apático o abúlico o incierto o ni siquiera está: ¿quién me ha robado el mes de Abril en andalucía?

Desde los auriculares: Get Back (Lennon/McCartney)
: Get back to where you once belonged.
: Get back Jojo. Go home